El día uno de septiembre de 2022, Pilar Rodríguez me llamó por teléfono y me ofreció la posibilidad de participar en el proyecto JUBILARE, “muestra de la vocación de servicio del colectivo registral” que se suma así a “otras muchas iniciativas que dedican su esfuerzo a este grupo de población” y “rompe la línea academicista de nuestra Institución” para abordar temas de ética, filosofía, demografía, etc. ajenos al puro Derecho.

En un principio dudé, pensando que era algo que me superaba; pero el objetivo de que personas mayores de sesenta y cinco años aportemos ideas que puedan mejorar la calidad de vida de muchas otras personas mayores, mantener su plena integración en la sociedad, y analizar los problemas, las soluciones y sobre todo los aspectos positivos que tiene cumplir años, en base a la experiencia que uno mismo está viviendo; me decidió. 

Todos los jubilados y especialmente los registradores, debemos agradecer esta iniciativa de la Junta de Gobierno del Colegio, y la atención que nos dedica, en especial Pilar en los “encuentros de los martes” (club de lectura, conferencias, conciertos…). 

La ponencia asignada a nuestro grupo debe abordar el tema de: “el valor de la experiencia del senior” en la vida política, empresarial y corporativa. Carmen López Olmedo se ocupará de la política, en la que ha participado con intensidad y cierto protagonismo desde su tierra gallega; el tema empresarial estará a cargo de José Antonio Calvo González de Lara (empresario senior por vocación, registrador jubilado, que fue vicedecano del Colegio, decano de Madrid y encargado del Registro Mercantil de Madrid durante muchos años); Nicolás Fuentes López (eficiente gestor de Seguros); y yo mismo, que soy, actualmente, miembro del Consejo de Redacción de la RCDI y de la Comisión Jubilare, hablaré sobre el gobierno corporativo (por mis catorce años de Censor-Interventor en la Junta de Gobierno de nuestro Colegio). 

Pero lo que deseo destacar aquí, es que los casi diecisiete años de jubilado han sido los más plenos de mi vida.

El trabajo, por muy gratificante que sea imprime un componente inevitable de rutina. Para mí, la jubilación supuso el acceso a la libertad.

A mi juicio, el único aspecto doloroso de una vejez saludable es que te van dejando aquellos con los que has convivido, en especial, los parientes próximos y los amigos de la infancia

A veces, alguno de mis nietos me pregunta que cuantos años tengo, y yo le contesto que mi edad cronológica son ochenta y seis años, pero que mi edad biológica no pasa de los cincuenta, y que mi edad psicológica es mucho menor.

Luego le explico lo que significa cada una de ellas.

Podría tener cincuenta años porque, gracias a Dios, las enfermedades me han respetado y conservo una aceptable forma física. Mi cabeza está clara gracias a la actividad intelectual (en especial lectura), los viajes y la convivencia con familia y amigos. Hace unos días leí en un periódico que el catedrático Juan Velarde falleció el pasado tres de febrero a sus jóvenes noventa y tantos años.

Psicológicamente, “no me siento viejo en absoluto salvo cuando me afeito y me veo en el espejo” (decía Keith Richards), y yo añado, cuando veo como salgo en las fotos (que para el caso es lo mismo), o noto con mayor fuerza el efecto de la gravedad, porque se me caen con frecuencia las cosas de las manos.

Decía Oscar Wilde que “el drama de la vejez es que seguimos siendo jóvenes”. En efecto, tengo los mismos sentimientos, emociones y deseos que a los veinte años. Me considero, y perdón por la inmodestia, “un aristócrata del tiempo” (en frase de Pascal Bruckner).

La edad biológica y la psicológica están muy conectadas entre sí, de forma que una puede mejorar o empeorar a la otra. Si tienes una buena edad biológica, casi seguro que será buena la psicológica. “Hay personas que a los cuarenta años están destrozadas y otras que a los ochenta aprenden a patinar, como hizo Tolstoi” (Adela Cortina).

A mi juicio, el único aspecto doloroso de una vejez saludable es que te van dejando aquellos con los que has convivido, en especial, los parientes próximos y los amigos de la infancia.

Mi saludable edad biológica y psicológica me ha permitido en estos años de jubilado, preparar opositores a Registros y Notarías, hacer cuatro cursos de Filosofía en la Fundación Zubiri, encuadernar libros viejos comprados los domingos en el Rastro, bucear en mercadillos en busca de antigüedades, pujar en las subastas, viajar… incluso llevar las cuentas de mi casa y abrir la correspondencia de los Bancos. Esto es lo único que me aburre soberanamente.

En fin, me veo reflejado en la frase que Stefan Zweig atribuyó a Escipión: “Jamás estuve más activo que cuando nada tenía que hacer”. 

Fernando Muñoz Cariñanos