“Quiero caminar al lado del autor español y hacer un teatro más abierto y participativo”


Reconocido director y productor, a sus 65 años recién cumplidos acaba de asumir la dirección del Teatro Fernán Gómez de Madrid. Según sus cálculos, esto le convierte en uno de los directores de teatros públicos españoles más veteranos, pero no piensa en jubilarse y sigue teniendo el mismo espíritu juvenil y las mismas ganas de hacer cosas nuevas que ya ha demostrado a lo largo de una productiva trayectoria profesional que lo colocó al frente del Centro Dramático Nacional (1996-2004) y del Teatro Español (2014-2016).


El Ayuntamiento de Madrid acaba de ponerle al frente del Teatro Fernán Gómez, ¿qué ha significado para usted volver a ponerse al frente de un teatro público?

Supone todo un reto y la verdad es que dudé mucho si aceptarlo, porque lo que ocurrió en el Español, un teatro público donde se coló la política y pasó lo que pasó, me dejó un sabor muy amargo. No obstante, después de pensarlo mucho, acepté esta propuesta del equipo de Marta Rivera de la Cruz porque creo que sigo teniendo cosas que contar y un director de teatro habla desde el escenario. Así que, llego con todo el entusiasmo y la pasión puestos en empezar este nuevo camino.

¿Cuáles son sus planes para este coliseo madrileño?

Tengo intención de involucrar mucho a los espectadores y hacer un teatro más abierto y participativo. Por ejemplo, quiero crear una escuela de espectadores, porque creo que hay que gestionar esto a ras de suelo. 

Espero estar cuatro años en el cargo, en los que el repertorio de los siglos XIX y XX va a ser fundamental en la programación. Los textos de nuestro repertorio son como boyas que nos indican si nos dirigimos a buen puerto, pero creo que, poco a poco, se han ido diluyendo en los teatros públicos españoles; los hemos perdido y yo quiero recuperarlos. Si Antonio Buero Vallejo está considerado el mejor autor de la segunda mitad del siglo pasado, ¿por qué no se hace en nuestros escenarios?

Además, quiero que este teatro tenga el espíritu de quien le da nombre, porque Fernando Fernán Gómez ha sido el espíritu más inquieto a nivel cultural que ha parido este país. Por eso, quiero abrir las puertas de este edificio a las tertulias culturales; programar ciclos de cine relacionados con el teatro y con la ciudad de Madrid; hacer exposiciones de nuestras gentes del teatro, para acercar su memoria a las nuevas generaciones; y también estoy en negociaciones con Telemadrid para hacer entrevistas “A fondo” a grandes personajes del mundo de la cultura, como Pepe Sacristán, Nuria Espert, Julia Gutiérrez Caba…

Por lo que comenta, parece que Antonio Buero Vallejo no faltará en sus próximas programaciones, pero ¿qué otros autores y títulos tiene en mente?

Pretendo hablar de un tema en cada temporada, pero acabo de aterrizar y ahora estoy en ese momento de parto de ideas. Tengo claro que quiero que nuestra programación camine al lado del autor español y, en ese sentido, creo que no podemos olvidarnos del que da nombre a nuestra sala pequeña, Enrique Jardiel Poncela, que es con quien Fernán Gómez empezó en el teatro; tampoco del propio Fernán Gómez; y, además, me gustaría contar con el discurso de Juan Mayorga; con Max Aub, con el que se dice estoy obsesionado; con Fernando Arrabal, con el que ya he trabajado y que sigue vivo…

“Un director de teatro debe tener la capacidad de observar al ser humano y ser tremendamente impúdico con las emociones”

Sus 40 años de profesión dan para mucho. Si echa la vista atrás, ¿cuál es su mejor recuerdo y cuál el no tan bueno? 

El mejor, es el de mi llegada al Centro Dramático Nacional con una apuesta rotunda por Pelo de tormenta, un texto desconocido y de un autor vivo (algo que se hacía por primera vez en un teatro público), cuya puesta en escena sorprendió mucho. La noche de su estreno fue única. 

En cuanto al peor, no cabe duda de que es el día que tuve que salir del Teatro Español por temas políticos. Fue durísimo. De hecho, mi padre, un agricultor, sufrió muchísimo porque no entendía lo que estaba pasando.

¿Siempre tuvo claro que lo suyo era dirigir teatro? 

Siempre, siempre, y a pesar de que nadie en mi familia se dedicase al teatro. Me aficioné viendo Estadio 1 en los calasancios, el internado donde estudiaba. Y, en 1981, con poco más de 20 años, monté mi primer grupo de teatro en mi pueblo natal, Talamanca del Jarama, junto a otros jóvenes de la localidad. Se llamó Armántica, nombre que los romanos dieron a esta villa hoy parte de la Comunidad de Madrid. Era la época en que el Guernica llegaba a España, y opté por estrenarme dirigiendo la obra del mismo título escrita por Jerónimo López Mozo. Pasaron muchas anécdotas entonces; entre ellas, que un sargento de la Guardia Civil fue a la casa de mis padres y les avisó de que era peligroso estrenar porque los ánimos políticos estaban muy encendidos. Sin embargo, seguimos adelante con la función. Después, cuando llegué a Madrid para estudiar en la Resad, la Escuela de Arte Dramático, formé una nueva compañía, Echegaray, donde dirigí obras como Una noche de primavera sin sueño o El príncipe y la corista. Y, con los años, puedo decir que no he perdido las ganas, sólo he ganado serenidad.

Ha definido su legado artístico, que recientemente ha cedido al Ayuntamiento de Talamanca del Jarama, su localidad natal, como un “cargamento de sueños hechos realidad”, ¿qué otros sueños le quedan por cumplir?

Quiero que la gente conozca los procesos de creación, las notas de dirección, la historia detrás de cada proyecto, de ahí que aceptase la propuesta del alcalde de mi ciudad natal de ceder este legado, que ocupaba cinco camiones y que se expondrá en la Cartuja, un edificio reconocido como Bien de Interés Cultural por la Comunidad de Madrid, cuando se acabe con su rehabilitación.

Además, no me gustaría morirme sin haber montado títulos como La casa de Bernarda Alba, de Lorca; o Luces de bohemia, de Valle-Inclán, el más grande; o una obra poco conocida de Jardiel que habla sobre Hollywood y se titula El amor sólo dura 2.000 metros; o La señorita de Trévelez, de Arniches. Y también quiero adentrarme en el universo Chéjov, en el de Miller… Me queda tanto por hacer…

Foto: CHICHO

“La radio ha formado parte de mi vida durante años y creo que ella y el teatro son elementos llamados a amarse”

Y si hablamos de intérpretes, ¿qué nombres le gustaría sumar a esa lista que incluye a lo más granado de nuestra escena, como Alberto Closas, Mª Jesús Valdés, Ana Diosdado, Amparo Rivelles, o Pepe Sacristán, entre otros?

Son muchos, pero el primero que se me viene a la cabeza es José Coronado, al que acabo de ver recogiendo un Goya, porque me parece que está madurando muy bien como actor. No sé aún en qué papel ni en qué obra; sólo tengo claro que no quiero verle de galán.

Creo que también estuvo ensayando una función con Lina Morgan que finalmente no llegó a ver la luz. Por favor, cuénteme algo de esta historia.

Nos conocíamos desde los años 90 y ella siempre me dijo que quería que la dirigiera. Así que, en 2003, en la época en la que dirigía el Centro Dramático Nacional, y con ocasión de la apertura de la Sala de la Princesa, la pequeña del Teatro María Guerrero en la que habíamos transformado la antigua cafetería tras las reformas realizadas en el edificio a causa de una plaga de termitas, le ofrecí hacer una función diferente Lina Morgan, o no. La idea de la obra era plasmar aquellos proyectos y personajes que a ella le hubiera gustado hacer y que nunca le ofrecieron; que representara pequeñas escenas de textos que nunca antes había abordado, como Lorca, Brecht, Pirandello…

Empezamos a ensayarla, pero Lina estaba muy insegura, porque acababa de salir de un cáncer de garganta y, además, estaba mal aconsejada, y esos miedos no la dejaron seguir y yo no quise presionarla. Es una lástima, porque hubiese servido para mostrar a una Lina Morgan que no conocíamos, muy distinta a la cómica de revista a la que nos tenía acostumbrados.

Con Ramón Barea en Confesiones de San Agustín. Foto: Javier Naval

¿Qué le aporta la dirección? 

Principalmente, un mayor conocimiento del ser humano. Me gusta ensayar y acompañar a los actores en su proceso de creación del personaje; eso me pone mucho. En la sala de ensayos se me olvidan todos los dolores y todas las penas, porque puedo sacar al niño que todos llevamos dentro y jugar sin pudor ninguno.

¿Y qué cualidades cree que debería tener un buen director de escena? 

Debe tener la capacidad de sorprenderse y de observar al ser humano, de interesarse por él; nada de lo humano le puede ser ajeno. Además, debe ser tremendamente impúdico, diría que casi pornográfico, con las emociones, porque dirigir implica que los actores te dejan entrar en ese sitio impúdico donde están las emociones, y tienes que hacerlo con confianza.

¿Se atrevería a dirigir cine, o lo suyo es puro teatro?

Aunque me gusta muchísimo el cine, nunca he dirigido en este campo porque la parte más técnica de la dirección cinematográfica la controlo menos y no me siento seguro.

Con su nombramiento, ¿se le ha quedado algún proyecto en el tintero?

He tenido que aparcar un proyecto de radioteatro que tenía entre manos junto con la Asociación de Actores y Actrices. La radio ha formado parte de mi vida durante años y creo que ella y el teatro son elementos llamados a amarse.


Juan Carlos Pérez de la Fuente con Fernando Arrabal.

CURIOSIDADES

Juan Carlos Pérez de la Fuente (Talamanca del Jarama, 1959) nunca ha tenido miedo a asumir riesgos. Lo demostró al estrenarse como director del Centro Dramático Nacional (CDN) montando a un autor vivo como Francisco Nieva y su Pelo de tormenta, y al llegar al Español encargándole a Fernando Arrabal una obra homenaje a Cervantes por el 400 aniversario de su muerte, de la que surgió Pingüinas, una función que subía al escenario a las mujeres más importantes del universo cervantino pertrechadas de cascos y motocicletas.

Su trabajo como director y productor ha sido reconocido con numerosos galardones, entre otros, con la Medalla de Oro de las Bellas Artes y el Premio Cultura de la Comunidad de Madrid. 

Ensayando La vida es sueño.

Presidió la Asociación de Directores de Escena de España (ADE) de 2002 a 2007 y aún sigue formando parte de su consejo consultivo. Además, fue uno de los profesionales más jóvenes en asumir la dirección de un teatro público cuando, en 1996, se hizo cargo del CDN, un mandato durante el cual le tocó hacer frente a una plaga de termitas en el Teatro María Guerrero y la consecuente reforma de este prestigioso escenario.

Ha dirigido a grandes de nuestra escena, como Alberto Closas (en su último trabajo antes de fallecer: El canto de los cisnes, de Alexei Arbuzov, que protagonizó con Amparo Rivelles); M.ª Jesús Valdés (en La dama del alba, de Casona, su regreso a los escenarios tras 35 años); o Ana Diosdado (en Óscar o la felicidad de existir, de Eric-Emmanuel Schmitt, cuando llevaba años sin pisar un escenario).

Figurines, carteles, fotografías y notas personales de estos y otros proyectos forman parte del legado que ha cedido al Ayuntamiento de Talamanca del Jarama para disfrute del público. 

Gema Fernández