Toda reflexión sobre algo que tenga que ver con la monarquía comienza con una cláusula de estilo que suele decir así: “Yo no soy monárquico, pero…”. Es un fenómeno único en los países cuyo régimen es monárquico sobre el que algún día tendremos que hablar. Acordemos que la mayor parte del país no es monárquica. Pero casi todo el mundo añade el pero, y a ese “pero” quiero dedicar unas líneas. 

España ha sido durante mucha parte de su historia un país inestable, problemático y polarizado. Las dos Españas han sido una realidad dramática hasta no hace tanto tiempo. Y la aventura de la transición prometió acabar con esa situación. Los españoles de un lado y del otro se perdonaron, y decidieron no ajustar las cuentas pendientes que unos y otros creían tener. Y diseñamos un futuro común, imperfecto, como todo diseño teórico, pero viable y prometedor. Casi cuarenta años de prosperidad económica y estabilidad política demuestran que se trató de un proyecto razonable. En definitiva, la transición ha triunfado, y sólo la decisión –consciente o no– de media España de sabotear los elementos esenciales de ese consenso puede hacer fracasar este empeño verdaderamente histórico. Esperemos que el sentido de la responsabilidad impere, antes de que una actitud inconsciente nos haga volver a nuestro peor pasado.

Los españoles nos pusimos de acuerdo en construir un Estado Social y Democrático de Derecho en el que la propiedad privada, los derechos fundamentales y la solidaridad constituyeran la base de nuestra convivencia. Y acordamos una serie de Instituciones que hicieran más fácil nuestra convivencia. Algunas han sido más útiles que otras, todas han fallado en algún momento, ninguna ha sido perfecta. Pero cualquier observador imparcial puede comprobar que, de entre todas ellas, la monarquía ha sido la más útil de todas.

En un mundo acelerado, agradecemos el reposo de la Familia Real. En una realidad política agresiva, necesitamos una figura imparcial. En un momento convulso en el que el “bien de colectivos acotados” está por encima del “bien común”, una figura que nos recuerde que es lo segundo lo que nos hace más fuertes frente a cualquier adversidad

En un mundo acelerado, agradecemos el reposo de la Familia Real. En una realidad política agresiva, necesitamos una figura imparcial. En un momento convulso en el que el “bien de colectivos acotados” está por encima del “bien común”, una figura que nos recuerde que es lo segundo lo que nos hace más fuertes frente a cualquier adversidad. En un mundo lleno de conflictos, necesitamos una Familia Real, pegada a la realidad y que tenga la capacidad de observar desde arriba las querencias, los vicios y las afinidades. En este punto, la princesa Leonor, a mi juicio es un activo “en bruto”. Con su padre al frente del trono es más importante que nunca su formación, pero sobre todo el conocimiento de todo y todos. Saber diferenciar entre lo urgente y lo importante, lo políticamente correcto y lo correcto de verdad. Vivimos tiempos “fluidos” en los que parece dar igual la verdad, la palabra dada e incluso la realidad: todo es susceptible de ser interpretado, reinterpretado y modificado a gusto de “fuerzas” con un interés espurreo y sin principios. 

Vivimos una época de ingeniería social sin paragón, en donde países ricos con sociedades educadas que siempre creyeron en el Ser Humano como respuesta a los retos que plantea la convivencia, el desarrollo y las sociedades complejas se lanzan al abismo de la ingeniería social. 

Unas sociedades que aplauden a dos manos la creación voluntaria de millones de pobres en nombre de “religiones” creadas por ellos mismos. Alguien me dijo alguna vez: ¿por qué buscar un Dios, cuando el Ser Humano es Dios en sí mismo?

El relativismo moral actuante es capaz de defender más a un árbol que la vida de un niño, los deseos y las emociones como vector de sociedades débiles y fáciles de controlar. La terrible teoría económica del “decrecimiento” aplicada a todo: menos seres humanos, menos sociedad, más individualismo, más pobres y muy muy lejos, unos pocos ricos. El documental “La teoría sueca del amor” implantada en todo occidente. 

En este punto, con tanta distracción y riesgo abierto en canal, ojalá la princesa Leonor aprenda antes a ser justa que buena, porque los buenos tienen muchos más riesgos de cometer injusticias.

Pilar García de la Granja