La guerra en el corazón de Europa, la renqueante economía global, la política de alto voltaje, la sociedad dividida, el regreso de la extrema derecha, la crisis de las instituciones y un periodismo de trincheras que rara vez distingue matices y casi siempre olvida que su función es la de mero transmisor de un derecho delegado como es el de la información que corresponde a los ciudadanos…

Hoy todo se torna oscuro ante un futuro lleno de incertidumbres en lo político, lo económico, lo institucional y hasta en lo electoral. A diferencia del pasado, el futuro no está escrito. Y por eso, no, cualquier tiempo pretérito no siempre fue mejor, aunque la memoria sea sabia, además de selectiva y entre sus pliegues logre camuflar los peores recuerdos.

Hace 20 años el mundo entero se preparaba para hacer frente a un caos tecnológico. Los expertos esperaban que el 1 de enero del año 2000 los cajeros dejaran de dar dinero, los aviones de volar y los semáforos de funcionar. Es cierto que nada de todo ello pasó, pese a que la CIA había advertido del peligro. De lo que no alertó la Agencia de Inteligencia de los EE.UU. fue del gran atentado perpetrado contra las Torres Gemelas que un año después dio pie a nuevos conflictos internacionales. La mañana del 11 de septiembre de 2001 cuatro atentados simultáneos en Nueva York, Washington y Pensilvania dejaron 3.000 muertos y 6.000 heridos, en el peor ataque sufrido por Estados Unidos en suelo propio. 

Hoy todo se torna oscuro ante un futuro lleno de incertidumbres en lo político, lo económico, lo institucional y hasta en lo electoral. A diferencia del pasado, el futuro no está escrito

El clima internacional se enturbió, el terrorismo yihadista se convirtió en un fenómeno global y el debate entre libertad y seguridad se instaló en la sociedad occidental. La proliferación de este tipo de ataques llegó hasta la misma puerta de nuestra casa. España tuvo su propio 11-S en el terrible 11 de marzo de 2004, que segó la vida de 192 personas y dejó más de 2.000 heridos. Madrid vivió su día más triste, tras amanecer con el estruendo de trece explosiones simultáneas en cuatro trenes de Cercanías y sufrir el mayor atentado terrorista en Europa. De aquello, surgió el “queremos un gobierno que no mienta”, las trolas de un gobierno de derechas sobre la autoría de ETA para influir en el resultado de unas elecciones generales, las manifestaciones masivas, el dolor y el desprecio por la verdad ante las víctimas y la confrontación extrema como estrategia política. 

Mientras la Unión Europea daba uno de sus pasos más esperados con la introducción del euro como moneda única y Washington acusaba al régimen de Saddam de poseer armas de destrucción masiva y mantener vínculos con Al Qaeda, George Bush emprendía la segunda guerra del Golfo. Y, aunque contó para ello, con pocos apoyos internacionales, uno de ellos fue el de José María Aznar, que en 2000 había obtenido una aplastante mayoría absoluta en las urnas.

La contestación popular fue abrumadora, el «No a la guerra» protagonizó las aperturas de todos nuestros informativos y los españoles echaron de La Moncloa en 2004 a un Gobierno que mintió descaradamente a una ciudadanía en estado de shock por la barbarie terrorista. 

Ahí empezó todo. Lo que hoy llamamos polarización fue antes la España de la crispación política. Igual que ahora para la derecha lo es el de Sánchez, el de Zapatero también era “un gobierno ilegítimo” que traicionaba a los muertos por negociar con ETA, que rompía España por sus cesiones al nacionalismo catalán y vasco y que llevaba al país al borde del abismo.

De aquellos polvos, estos lodos, los de una España política en permanente escalada verbal de las derechas, que lo mismo igualan al actual Gobierno con una dictadura, que acusa de tirano a su presidente o que anuncia el apocalipsis y la destrucción del país. Ya es una costumbre que cuando hay gobiernos progresistas, la derecha suba el diapasón. Así que no, cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor, si acaso, igual porque la historia se repite.

Esther Palomera