El tiempo vuela. En el número anterior, al reencontrarme con el lector hice referencias someras a algunas representaciones del año en curso. A mi domicilio ha llegado el libro del Teatro Real conteniendo los acontecimientos que se llevarán a cabo en otoño y a lo largo de 2019.


Antes de entrar en materia, hay que decir que la presente temporada no ha acabado. No he podido asistir a la representación de Die Soldaten de Zimmermann por motivos de salud afortunadamente superados y me queda por recorrer el caluroso fin de mi abono en pleno julio con Lucia de Lamermoor, para la que se programan tres repartos, y que Dios reparta (valga la redundancia) suerte según el que te toque. De un modo u otro bienvenida sea. Pero como me solicita el editor de la revista el artículo para el próximo número, voy a escribir unas líneas siquiera, sobre dos óperas que han subido a las tablas este año, Aida y Gloriana. Después una mirada a los títulos y funciones del año que viene según se nos anuncia.

Las funciones de Aida, que fueron muchas a lo largo del mes de marzo, resultaron todo un éxito. Tres repartos las cubrieron con nombres propios dignos. Yo me voy a referir a la que asistí, con el primero de ellos, más que notable.

Es Aida una ópera para la que no todos los montajes valen. Se tienen que respetar los códigos y asociarse al Egipto faraónico desde que se pronuncia su título. Es una obra difícil, creada en la ya casi plena madurez de Verdi para triunfar en los escenarios y reprogramarse cuando ya todas las localidades han estado vendidas y merece la pena solicitar al teatro de turno espacio para unas cuantas funciones más. Contiene todos los tópicos de una ópera de aquel momento.

Monumentales escenas de coro, lucimiento de la orquesta con sus trompetas en si bemol que no pueden fallar, escenas variadas con ballet, arias, dúos, tercetos y concertantes para el lucimiento y brillo de los cantantes. Nótese que Verdi era un magnífico conocedor de las voces y lo mismo exigía párrafos tirantes que inmediatamente relajaba para no forzar la voz y destrozar solistas. Se necesita una más que ágil y lírica soprano con extenso registro; un tenor de bravura, lírico tirando a spinto, una mezzo de relieve, que sin ser una falcon pueda brillar por lo alto y sostener el grave haciéndose oír; un barítono alto, otro bajo y un bajo grave (el faraón). Un nutrido coro, figurantes y una atenta orquesta hacen el resto. Sus dos primeros actos son eso: pompa y circunstancia para gloria del encargo que se le hizo al autor para conmemorar la inauguración del Canal de Suez. Su archiconocida escena triunfal es el ejemplo paradigmático de cómo ganar un apoteósico aplauso en cuanto se cierra el telón. Con esto no quiero decir que sea en absoluto una parte despreciable. Es más. Es muy difícil sacar la escena bien. La superposición de melodías debe no emborronarse y no vale ni correr ni lentitud que la aplane con la dificultad que supone en un gran escenario oírse los unos a los otros y seguir las instrucciones del director.

Sin embargo, la obra gira espectacularmente en los actos tercero y cuarto. Calmadas las masas, se recrea Verdi en preciosos dúos, arias difíciles y escenas enormemente teatrales donde se resuelve el drama. Las voces graves de los sacerdotes se traspasan con los lamentos de la mezzo. Gana el amor que muere en precioso y clásico dúo final de los protagonistas.

“Con Gloriana vino el cambio de chip. Directos a la ópera contemporánea. Es una buena idea que las obras de Benjamín Britten se vayan escuchando en el Real, a razón de una por temporada, para acostumbrar al público a este tipo de obras y a la música de su autor”

El resultado fue, en líneas generales espléndido. El director, Luissoti, es un buen concertador de masas y estuvo muy atento a los cantantes, pendiente del fiato y de no taparles con la orquesta. El coro, precipitado a veces, terminó empastado y resolvió con dignidad la escena triunfal sin que se encabalgaran unas melodías con otras respondiendo muy bien a las indicaciones desde el foso. La escena, con trajes fuera de serie y montaje muy bien resuelto se llenó de actores que parecían ser esclavos del faraón con los que se consiguió movimiento escénico (quizás en exceso). Las partes de ballet se desdibujaron pareciéndolo y los prisioneros etíopes actuaron con arreglo al guión. ¿Y los solistas? Antes de comenzar la representación se nos dijo que Violeta Urmana (Amneris) se hallaba indispuesta pero que haría el esfuerzo de salir a escena. Acometió el primer y segundo acto con mesura, por miedo a empeorar. Después del descanso mejoró notablemente, muy bien en su parte alta, y logró grandes escenas en el cuarto acto, como la gran diva que es. Gregory Kunde en el papel protagonista no tuvo su mejor noche, pero conservó los medios de su clase. Tímido en su peligrosa Celeste Aida, tuvo sus mejores momentos en el tercero y cuarto acto, en todos algo cansado de voz que conserva con hermoso timbre. Para terminar la soprano ucraniana, Liudmila Monastryska, brilló con luz propia, maravillando a propios y extraños con los preciosos filados con los que nos obsequió en los dos últimos actos, en contraste con sus intervenciones anteriores destempladas, desabridas y en modo grito (quizás para no ser eclipsada por los conjuntos) apoyándose en la técnica para salir airosa. Cuidado porque salvo excepciones suele ser general. Y al final, los barítonos: Tagliavini fue un Ramfis magnífico, igual en todo momento con claro fraseo y redondo en sus intervenciones sobre las masas. Amonasro, el padre de Aida empezó mejor que terminó en su dúo con ella. Otros, como nuestro Juan Pons hacían del papel una creación. Solomon Howard en el rol del imponente faraón, tuvo una perfecta actuación, por timbre y cantidad de voz en la zona grave. Resumiendo, una velada digna del teatro y de sus 200 años de existencia. Enhorabuena cordial por el rotundo éxito.

Después vino Gloriana y con ella, cambio de chip. Directos a la ópera contemporánea. Es una buena idea que las obras de Benjamín Britten se vayan escuchando en el Real, a razón de una por temporada, para acostumbrar al público a este tipo de obras y a la música de su autor. Así se hizo en aquellos gloriosos años 80 y 90 en que se nos ofrecían todas las obras de Ricardo Strauss o de Leos Janacek ya desde la época del Teatro de la Zarzuela. Hoy nos parecen clásicas y a nadie parecen inquietarle. Tocaba el turno de una de las mejores -para mí- obras de este compositor. Fue estrenada en junio de 1953 para conmemorar la coronación de la Reina Isabel de Inglaterra en la Royal Opera House de Londres en presencia de la reina misma. De todos es sabido que trata de la historia de Roberto Devereux con la reina Isabel Primera de Inglaterra. La dama en decadencia con el prepotente joven aristócrata. Era su estreno en Madrid y hay que decir que me pareció un acierto y se convirtió en un éxito. Vino arropada de un magnífico montaje, buena iluminación, dirección escénica de David MC Vicar (los he visto infinitamente peores) vestuario acorde a los tiempos históricos del drama pero estilizados correctamente y acompañando a todo ello, una excelente dirección de la orquesta, coro, bailarines y hasta niños para culminar en un más que sólido elenco de cantantes en el estilo hasta finalizar en la apoteosis de la protagonista Ana Caterina Antonacci que cosechó un éxito sin precedentes, émulo del que consiguió la temporada pasada Ermonela Jaho en Butterfly. La música es buena, se desdobla entre la contemporaneidad de Britten y las arcaizantes melodías de la época de la Inglaterra de los Tudor con instrumentos de la época incluidos. Dos escenas destacarían, la mascarada del segundo acto, una verdadera preciosidad y el acto final cuando la reina debe firmar la pena de muerte para Essex. Hay que volver a felicitar al teatro.

MISCELÁNEA

Y ahora vamos a lo que vendrá. Como cada año que lo hago, estos comentarios son mi visión a priori que no debe ser tomada al pie de la letra. Entremos en el resumen. Para describir la temporada estaría bien empleada la palabra miscelánea.

Con lo cual hay que partir de que hay de todo, pero de todo un poco. Veamos. Siete óperas conocidas, unas más interpretadas frecuentemente que otras: Fausto, Turandot de Puccini, El Oro del Rihn de Wagner, ldomeneo de Mozart, Falstaff de Verdi, Capriccio de Ricardo Strauss y Trovatore de Verdi. Es decir, una por género obligado a la variedad en todas las temporadas de todos los coliseos del mundo por regla general. Mas adelante entraremos en detalle. Luego entra en acción la miscelánea, por lo variado y variopinto. Only the sound remains de la compositora finlandesa Saariaho que queda a salvo por la actuación de Jaroussky y la dirección de lvor Bolton; un estreno en España de Gervasoni, Com que voz, sobre fados de la famosa Amalia Rodríguez, otro estreno absoluto de Raquel García Tomás, Je suis narcissiste, Dido y Eneas de Purcell (sobresaliente), Agrippina de Haendel (una solo función), La peste de Gerhard y Giovanna de Arco también de Verdi. A todas ellas ha de agregarse La Calisto de Cavalli.

El Oro del Rihn

“Puedo avanzar que Capriccio de Ricardo Strauss y la ópera de Wagner van a constituir sendos éxitos. Las cinco conocidas restantes están sujetas a cuál de los repartos estés sometido. Esto no quiere decir que no haya cantantes buenos o más que buenos en dichas óperas”

Puedo avanzar que Capriccio de Ricardo Strauss y la ópera de Wagner van a constituir sendos éxitos. Las cinco conocidas restantes están sujetas a cuál de los repartos estés sometido. Esto no quiere decir que no haya cantantes buenos o más que buenos en dichas óperas. Así: Bekzala o Ismael Jordi, Pisaroni y Schrott en Fausto; Nina Stemme o Irene Theorin, Kunde o Aronica para Turandot; Anett Fritsch en ldomeneo; Joel Prieto o Daniela Barcellona para Falstaff, o Ludovic Tezier, María Agresta y Ekaterina Semenchuk en Trovatore. Todos ellos no están nada mal para afrontar sus roles en óperas tan difíciles, pero generalmente encabezan el primer reparto, aunque siempre puede haber milagros en los segundos.

El Teatro se juega el tipo con La Calisto, ópera del siglo XVII con cantantes adecuados y la orquesta barroca de Sevilla también bajo la dirección de Bolton. De los demás apuesto por la maravillosa Dido y Eneas encomendada a la Akademie fur alte Musik berlin con ballet de Sasha Waltz, y por Agrippina de Haendel con un reparto de campanillas (di Donato, Fagioli, Marie Nicole Lemieux y Pisaroni con il pomo d oro). Por supuesto, que no se me olvide Giovanna de Arco con nuestro incombustible, fiel amigo y prodigioso cantante, Plácido Domingo al que Dios guarde su salud muchos años.

 

Javier Navarro