Admito que me aburro cuando el debate de la perspectiva de género llega a las conversaciones rutinarias del día a día. No soporto más ese sinsentido continuo que supone el lenguaje inclusivo, las revisiones múltiples o la búsqueda asilvestrada de la no discriminación por sexos que no hacen sino convertir en imposible la simple tarea de vivir.

No hay manera de ser mujer u hombre sin que alguien, normalmente perteneciente al mundo de la política, te esté recordando lo que estás haciendo mal y lo mucho que te falta por recorrer para convertirte en el modelo ideal de tu género. Femenino, claro, porque hasta para eso la perspectiva de género es un asunto viciado por los feminismos trasnochados.

Me aburro cuando veo películas y series de televisión en los que por obligación las mujeres son fuertes y empoderadas, obviando los vaivenes y las tragedias que la vida nos tiene preparados y que nos hacen sentirnos pobres de espíritu y deprimidas sin que nada ni nadie lo remedie.

Me aburro más cuando leo en los medios de comunicación palabras como ciudadanía o personal sanitario, por no emplear el masculino genérico de las palabras que vienen al caso, o expresiones copiadas de las notas de prensa política y absurdamente correctas en las que todos y todas hacen acto de presencia.

Mientras algunos viven de la sopa boba con la palabrería hueca de las manifestaciones masivas, las políticas transversales y la comunicación con enfoque de género, prefiero dedicarme a ayudar a aquellos que más lo necesitan, sin mirar si es hombre o mujer

Y me aburro muchísimo más cuando la progresía decide que por ser mujer (esa clase de mujer que ellos deciden, por supuesto) eres maravillosa, pero si eres hombre, te escrutan con lupa para crucificarte si te pillan en cualquier ‘renuncio’ propio de un lenguaje coloquial que no es dañino ni maligno. No importa además que hayas vivido hace decenios o incluso siglos, bajo otros prismas históricos o sociales. Tus palabras te condenarán por los siglos de los siglos, e incluso se atreverán a amputar tu libertad creadora por el simple hecho de no seguir sus directrices.

Y me irrito cuando contemplo cómo las preocupaciones de muchos que cobran del erario público se centran en distinguir la perspectiva de género en asignaturas tan proclives al machismo como las matemáticas o la química, mientras pederastas y agresores sexuales están saliendo de las cárceles con las penas rebajadas gracias a una ley, la del sí es sí, que continúa centrifugando en la lavadora de las negociaciones interminables entre los partidos del Gobierno sin que en este país nuestro pase nada. Y sigo esperando, aburrida, que un técnico de perspectiva de género le explique a las víctimas cómo sus agresores sexuales vuelven a estar en la calle, beneficiados por el Ministerio de Igualdad.

Así que mientras algunos viven de la sopa boba con la palabrería hueca de las manifestaciones masivas, las políticas transversales y la comunicación con enfoque de género, prefiero dedicarme a ayudar a aquellos que más lo necesitan, sin mirar si es hombre o mujer; a luchar por que la pobreza, la indiferencia o la falta de medios no obliguen a las mujeres a deshacerse de sus hijos no nacidos; a trabajar por aquellas que vienen detrás de mí para enseñarles que sólo el sacrificio, el mérito y la confianza marcan una carrera y no tu sexo; a predicar que nadie te puede impedir llegar a donde quieras, y a demostrar que el hombre es un compañero y no el enemigo. Cuán felices serían muchas si el don de la vida pudiera hacerse carne sin necesidad del espermatozoide. El hombre no sería necesario ya ni para eso. 

Vivo rodeada de mujeres trabajadoras, madres, profesionales independientes, cuidadoras dependientes, libres y pensadoras, con sombrero y sin sombrero, heterosexuales, homosexuales y todo esa lista interminable de tendencias que respeto al máximo. Con ellas me río, sufro, aprendo y crezco. Vivo también rodeada de hombres trabajadores, padres, profesionales independientes, cuidadores dependientes, libres y pensadores y de toda condición. Con ellos también me río, sufro, aprendo y crezco. Esa es mi perspectiva de género, la de la unidad, el diálogo y los problemas compartidos. Y les aseguro que con ellos, y ellas, no me aburro ni un segundo.

Alejandra Navarro González de la Higuera