La resiliencia femenina

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Carolina Coronado escribió varias novelas históricas y en una de ellas, Paquita (1850), planteaba la dificultad de un enamoramiento entre el poeta portugués Francisco Saa de Miranda y una joven llamada Francisca de Obando. Al refinado poeta el nombre de la joven, el hecho de que se llamase y la llamasen Paca o Paquita le parecía una vulgaridad y eso le condujo a desdeñarla como posible esposa. No superó el prejuicio del nombre y la suerte de ambos se vería muy afectada por una mala decisión que dependía de un hilo tan tenue como es un diminutivo supuestamente falto de estilo. Lástima de nombre, se decía el poeta alejándose de la atracción que sentía por la muchacha.

Si hubiera que rodar una película que resumiera la posición de la mujer en el mundo a lo largo del tiempo este podría ser un buen resumen: siempre faltó algo para que las mujeres fueran reconocidas como seres de pleno derecho y tan libres como el varón a la hora de disponer de sus dotes. Demasiados estudios, demasiado latín, demasiado busto, demasiado poco, demasiado altas, demasiado bajas, demasiado bellas, demasiado feas, demasiado estilo, demasiado poco, demasiada nariz, demasiado chata, demasiado ligeras de costumbres, demasiado estrechas… Así seguiríamos hablando de la vida femenina como un esfuerzo continuo para bregar con la estricta mirada que se ha venido ejerciendo sobre ella. No hay más que pensar en la forma en que se ha invisibilizado y menospreciado a la mujer en cuanto, por edad, deja de ser deseable eróticamente para el hombre. O bien la diferente tabla con que se mide la ambición profesional si se da en un hombre o bien en una mujer. Alcanzar un ideal verdaderamente humano para las mujeres ha sido a veces un desafío agotador. Y en este contexto de desarraigo, que yo considero metafísico, porque ha estado fundamentado en una profunda carencia de ser, les fue muy difícil a las mujeres hacer algo más que intentar forjarse una felicidad precaria con mimbres rudimentarios. Pero eso nos ha dado también una enorme fuerza resiliente y nos las hemos arreglado para seguir amando a los hombres, confiando siempre en una refundación de las relaciones públicas y privadas con ellos.

A día de hoy los avances de las mujeres son espectaculares, gracias a una presión social, y esa presión que ha hecho el feminismo es la que ha obligado a revisar los parámetros morales, económicos, jurídicos y culturales con que se las juzgaba

A día de hoy los avances de las mujeres son espectaculares, gracias a una presión social –en Clásicas y Modernas no dejamos de ejercerla pronunciándonos sobre aquellos temas que nos preocupan y que requieren un compromiso-, y esa presión que ha hecho el feminismo es la que ha obligado a revisar los parámetros morales, económicos, jurídicos y culturales con que se las juzgaba. Y lo mejor es que buena parte de los hombres han tomado conciencia de la discriminación y están de nuestro lado y de la lucha por la igualdad. Los problemas sin embargo no han desaparecido. La prostitución y la pornografía en la medida en que cosifican a la mujer, que la consumen como mercancía, constituyen una afrenta constante para cualquier ideal igualitario. Son espacios sórdidos que crecen clandestinamente como un absceso. España, según recordaba hace unos días la reina Letizia, es el país con más consumo de prostitución de Europa y el tercero del mundo. ¿Y eso por qué? ¿Estamos conformes como sociedad con un liderazgo tan aberrante? ¿Y qué hacemos con la violencia machista? ¿Cómo es posible que sigan muriendo mujeres a manos de sus parejas? ¿Y qué hacemos con los abusos sexuales a menores? Con las amputaciones del clítoris, con los vientres de alquiler, con la tiranía ejercida por un absurdo ideal de belleza que se ensaña con las mujeres y las fuerza a sacrificios enormemente costosos…

Necesitamos también reestructurar los horarios de la vida cotidiana, habría que aprovechar las restricciones provocadas por la pandemia y adecuarlos a las necesidades familiares donde las mujeres son hiperresponsables a la hora de combinar sus obligaciones domésticas con las profesionales, frente a la tradicional indolencia masculina. Que desciende, sin duda, pero en este ámbito los cambios deberían ir más rápidos. Necesitamos que las mujeres ocupen los cargos directivos y ejecutivos en paridad con el hombre pues su capacidad de gestión de los conflictos está ampliamente avalada. Y el mundo necesita paz. En definitiva, creo que el 8 de marzo es una oportunidad para reflexionar sobre los problemas que pesan sobre las mujeres, en razón injusta nada más que de su sexo.

Anna Caballé