Me proponían escribir sobre la “importancia de la lengua”. Lo cierto es que en plena campaña electoral la lengua vuelve a formar parte del debate político. La lengua, esa herramienta fundamental para la comunicación es de facto un arma de confrontación desde hace demasiado tiempo en algunas comunidades autónomas. 

Porque el negocio de la “lengua” lejos de ser un bien universal, que mejora las habilidades y capacidades de las personas se ha transmutado en un modo de vida. Un modo de vida para acceder a un puesto en la administración pública, un modo de vida para acceder a una convocatoria de empleo público y saber que vas a ganar simplemente porque tienes conocimiento de la lengua local, un medio de vida para organizaciones y chiringuitos varios que viven del dinero de todos los contribuyentes a costa de la lengua excluyente. 

La realidad es que hablar varias lenguas es una riqueza extraordinaria y permite, por ejemplo, una neuroplasticidad en menores mayor que los niños monolingües. El problema es la politización de la lengua

Y la verdad es que millones de españoles nos hemos cansado de que la “lengua” sea algo más que una herramienta de unión y conocimiento. La utilización política del euskera, catalán o valenciano es sencillamente insoportable. Y esto tiene que ver mucho con el nacionalismo excluyente que se fundamenta sobre lenguas locales. 

La realidad es que hablar varias lenguas es una riqueza extraordinaria y permite, por ejemplo, una neuroplasticidad en menores mayor que los niños monolingües. El problema es la politización de la lengua.

Si nos fijamos en las últimas pruebas sobre comprensión lectora en España observamos como los alumnos que acuden a colegios bilingües (español-inglés) en la Comunidad de Madrid dominan ambas lenguas. Los mismos test PIRLS 2021 aseguran que los niños catalanes que tienen una educación inmersiva en catalán (lejos del deseado bilingüismo) son los últimos de la fila en comprensión lectora en castellano.

Es decir que en España hay territorios que tienen una mala educación, en donde los alumnos no aprenden competencias que les permitan desarrollar habilidades inclusivas en un mercado laboral globalizado, y por el contrario esos alumnos tendrán un déficit de competitividad laboral. 

Los niños que sufren enfermedades y síndromes neurológicos con comorbilidades como trastorno grave del lenguaje, afasias adquiridas, y discapacidad intelectual hasta un 60% estudian en español e inglés en el Cole de Celia y Pepe de educación especial en Madrid. Alumnos con una discapacidad causada por una enfermedad que cada día se esfuerzan por aprender en dos idiomas y que les permitirá tener acceso a una mejor empleabilidad. Alumnos con problemas de dislexias muy graves unidas a las consecuencias de sus enfermedades y que son capaces de comunicarse –cada uno a su nivel- en ambas lenguas. 

Es una diferencia más entre la buena y la mala educación, la buena y la mala política y la libertad de los padres para dar a sus hijos todas las herramientas posibles para competir en el mundo real. Acabar con la mala educación es empezar por entender la lengua como una riqueza no excluyente. Esa es, también, la educación que hace falta.

Pilar García de la Granja