Una mujer estudia la carrera de Derecho con resultados brillantes. Se examina para ser juez, impresionando a sus futuros colegas por su talento. Después de años de ejercicio, se convierte en presidente de su Tribunal y ejerce ganando un gran prestigio entre sus pares. Cuatro años después, la Revolución Islámica acaba con su carrera: las mujeres no pueden ser jueces.

No se trata de un guion de serie televisiva, ni de una novela ambientada hace doscientos años. Es la historia de Shirin Ebadi, Iraní, jurista, mujer y ganadora del Premio Nobel de la Paz el año 2003.

Mientras, en Occidente, vivimos la época de las identidades. La lucha de clases ha sido sustituida por la de identidades. La explotación de los más débiles se ha transmutado en la defensa frente a las microagresiones. Y cada uno tiene derecho a ser lo que se sienta. Los pronombres, el lenguaje, los términos que se usan en conversaciones públicas y privadas, no son de libre elección de los emisores, sino que deben someterse al escrutinio de lo políticamente correcto. Los derechos ya no son los Derechos Fundamentales, una lista cerrada, bien definida y con valor universal. Ya no se refieren a un manojo de pocas cosas, esenciales, y, por ello mismo, merecedoras de protección por parte de las autoridades que tienen el monopolio de la violencia. Frente a las agresiones, la violencia legítima. Frente a los sentimientos… ¿qué oponemos a los sentimientos?

Las democracias liberales de las que disfrutamos en países como el nuestro son imperfectas, pero suponen haber alcanzado una cima en la consideración de la radical dignidad del ser humano, gracias a nuestras raíces intelectuales y morales: Grecia, el mundo judío, Roma

Pero no vemos lo obvio: vivimos en sociedades avanzadas en las que nuestros derechos están garantizados. Las democracias liberales de las que disfrutamos en países como el nuestro son imperfectas, pero suponen haber alcanzado una cima en la consideración de la radical dignidad del ser humano, gracias a nuestras raíces intelectuales y morales: Grecia, el mundo judío, Roma. Una evolución que ha dado lo mejor de sí a todos, haciendo desaparecer las barreras entre grupos diversos, pero iguales en lo fundamental.

Sin embargo, ese no es el caso de la mayor parte del mundo. La mayor parte de las sociedades contemporáneas consideran de mejor condición a hombres que a mujeres, a heterosexuales que a homosexuales, a ricos que a pobres. La condición de ciudadanos no conlleva la de sujetos libres e iguales, igualmente merecedores de protección.

Shirin Ebadi, iraní, jurista, mujer y ganadora del Premio Nobel, tiene una extensa obra, cuya tesis fundamental es que todos los valores que el Poder impone en su país no son propiamente islámicos, sino que se derivan de una interpretación equivocada del Islam. Falta por ver en qué momento y lugar el Islam ha sido compatible con los valores que, una vez, aspiraron a ser universales.

El ejemplo de Shirin Ebadi, iraní, jurista, mujer y ganadora del Premio Nobel en el año 2003, debe recordarnos el valor de lo que tenemos, la necesidad de protegerlo y el riesgo que, siempre, acecha a nuestras sociedades.

Pilar García de la Granja