Javier Camarena en la ópera Il Pirata. Foto: Javier del Real

De los nombres que han desfilado hasta ahora en la temporada del Teatro Real de Madrid, destacan las actuaciones de Javier Camarena, Khatia Buniatishvili, Beatrice Rana o Martha Argerich.


Cuando salga a la luz este artículo, estaremos casi a mitad de la temporada de ópera en el Teatro Real de Madrid, con el buen gusto que nos ha dejado Javier Camarena en el papel protagonista de la ópera Il Pirata de Bellini. Antes había cantado en una función L’elisir d’amore y hubo de repetir el aria de la furtiva lacrima. No solo es que está en racha, sino que su voz, temple, manera de canto y belleza de línea le han aupado al estrellato mundial en un mundo globalizado donde por doquier surgen voces, talentos, nuevos fenómenos sí, pero no figuras únicas e irrepetibles como lo es él, donde brillan Kauffman, Flórez y no muchos más.

Este elogio encendido del mexicano me da pie para comentar la temporada que estamos teniendo en Madrid y como suelo decir casi siempre, presenta brillo sin salir de ciertas sombras. Y me explico. Ha terminado el bicentenario del teatro con sus fastos y se tenía que notar la resaca. Dando por sentado que las intenciones del director artístico y de los rectores del coliseo son las correctas y mantienen hasta ahora una línea de actuación impecable en cuanto a la programación, divulgación y sostenimiento de la afición, la verdad es que empiezan a flojear. Ahora nos esperan La flauta mágica con un montaje ya visto en el teatro hace unos años, después de asistir a un L’elisir d’amore con el mismo traje que en el año 2013, nada original, por cierto, aunque fuera naif y extravagante. Y es muy fácil ir de la mano de Mozart con vetusto decorado por muy feliz que se mostrase en su día la innovación del director de escena Barry Kosky.

El rey Lear con escena de Calixto Bieito (foto: Bernd Uhlig) y L’elisir
d’amore (foto: Javier del Real).

Luego, tal y como estaba previsto, llegará La Valquiria de Wagner, para desarrollar la tetralogía en la que todo será importado con la salvedad de la dirección musical de Pablo Heras Casado. Se agradecerán las voces de Konieczny, Ricarda Merbeth y Sara Conolly. Se presenta la ópera de Corselli Aquiles en Sciro lo que es de felicitar por la dirección de Bolton y la presencia de Franco Fagioli en el papel protagonista. Entremedio se cuelan óperas modernas, como quien no deja de aparentar de Benjamín (lnto the Little Hill), una documental digital (Three Tales de Reich) y otra, a la que procuraré no dejar de asistir de Reimann sobre El rey Lear con escena de Calixto Bieito y magnifico reparto encabezado por Bo Skobhus dejando para después lo que puede ser la traca final. Una Traviata con tres y hasta cuatro repartos con profusión de funciones con el reclamo de nuestro sensacional Plácido Domingo en el papel de Germont. Antes de Semana Santa estrenarán una obra de Mascagni (Iris) de temática japonesa en la que brillará Ermonela Jaho (en versión de concierto). EI broche lo pondrá La Pasajera de Weinberg que oiré con expectación pues, aunque para mí es completamente nueva, sin embargo, he escuchado alguna obra de tal compositor y me parece interesante. Además, auguro un buen montaje y reparto especialista.

Ahora cambiamos de tercio y vamos al piano. Mujeres al poder. Han desfilado por la capital tres grandes damas del teclado: Khatia Buniatishvili, Beatrice Rana y la más veterana Martha Argerich lo que supone un lujo para la ciudad. Me refiero a la presencia de las tres en un solo trimestre. La primera, natural de Georgia, es un auténtico torbellino sentada al piano. Su dominio de la técnica es portentoso e impresionante su fuerza y ahínco ante los más difíciles pentagramas. Antes que aquí la había escuchado en Salzburgo y París, la primera vez con Mendelssohn y la otra con Bach y quedé estupefacto. Desgraciadamente no puedo decir lo mismo ahora pues tuvo el valor de acometer en una misma sesión cuatro de las sonatas más famosas de Beethoven, La tempestad, Claro de luna, Patética y Appassionata que ni el mejor de los toreros lidia con semejantes miuras en una sola tarde. Quizás debido a su juventud y confiada en sus medios salió a la escena, pero quiso hacer de Beethoven su juguete y tocó las piezas como si pudiera domesticarlas cuando le rebasó la línea, la bravura y el entendimiento exacto del alcance de los pentagramas y sencillamente se le fueron de las manos. Cuidado que dio todas las notas y en ciertos movimientos de las sonatas alcanzó preciosos resultados. De todas maneras, es un monstruo del teclado y sabrá moderar y moldear su fulgurante carrera.

Khatia Buniatishvili (foto: Jean-Baptiste Millot), Beatrice Rana (foto: Marie Staggat) y Martha Argerich..

Beatrice Rana nos sorprendió gratamente y mucho al acometer los 12 Estudios de Chopin Opus 25. Los tocó no en didáctico sino en cantábile y supo sacar de tan difíciles notas momentos esplendidos alejados de la mecánica que pretendió Chopin, pues no en vano son estudios. Endiablados pero excepcionales y así nos los supo transmitir. Prosiguió con tres páginas de las más difíciles de la Iberia de nuestro Albéniz. Insisto, ella es italiana y una magnifica pianista, pero para sacar jugo a esos pentagramas hay que ser español o parecerlo. Bastante hizo con salir más que airosa. El recital subió de grados hasta enfebrecer al público con los tres movimientos de la Petrouchka de Stravinski, magníficamente percutidos y maravillosamente desarrollados. Es una grandísima artista a la que hay que seguir de cerca pues la hemos de ver en lo más alto.

Por fin, la que está y sigue en lo más alto es la fuera de serie Martha Argerich quien ofreció la segunda Partita de Bach con una perfección difícilmente igualable y un sentido de la métrica perfecto sin pasarse un milímetro. Después pudo lucir su potencial en el Concierto número 1 en mi bemol mayor de Liszt donde se apreció que si se está en forma se pueden hacer milagros con los años. No he asistido a una cosa tal en mi vida. Tal fue el entusiasmo que, aunque estuvo acompañada por orquesta de cuerdas tocó como regalo el minueto de la Suite inglesa 3 de Bach. Ese instante sí que fue una maravilla.

Javier Navarro