Quiero agradecer al Colegio de Registradores de España y a su decana que me hayan invitado a este acto en representación de la Secretaría General Iberoamericana y tener la oportunidad de dirigir a ustedes unas muy breves palabras con ocasión de la entrega del premio Gumersindo de Azcárate, premio que, por cierto, tiene una clara dimensión iberoamericana, pues se ha concedido a distinguidos personajes como Fernando Henrique Cardoso, Mario Vargas Llosa o mi antecesora Rebeca Grynspan. 

Si me lo permiten, y estoy seguro de que el director de la Real Academia Española lo aceptará, la entrega de este premio es también iberoamericana, pues don Santiago Muñoz Machado no sólo es el director de la Real Academia Española, sino que preside la Asociación de Academias de la Lengua Española, que existe desde hace más de setenta años, pero que se ha reactivado enormemente en el último tiempo.

Si de las muchas cosas que tenemos en común las naciones que formamos la Comunidad Iberoamericana se me obligara a destacar sólo tres, yo no tendría ningún titubeo: diría la Lengua, diría el Derecho y diría el futuro.

El español y el portugués son dos idiomas hermanos e intercomprensibles que no compiten entre sí, sino que se complementan, que no nos dividen, sino que multiplican nuestras posibilidades. El español, hablado por más de seiscientos millones de personas, con su infinidad de acentos y peculiaridades, es la segunda lengua del mundo. Nuestra lengua no es solo un agente cohesionador sino también un importante activo, uno de los cuales todos los iberoamericanos debemos sentirnos responsables y beneficiarios y cuyo resguardo en buena parte recae en la Asociación de Academias de la Lengua Española. 

“Si aceptamos que la Lengua, el Derecho y la visión de futuro son conceptos fundamentales de la identidad iberoamericana, coincidiremos en que don Santiago Muñoz Machado, uno de los grandes juristas españoles, presidente de la institución que vela porque el patrimonio común de nuestra lengua no sólo mantenga su valor sino que se proyecte hacia el futuro, es la persona más adecuada para recibir este galardón tan prestigioso”

Imaginen lo que significa para mí esta posibilidad. Vengo del Chile, del Chile de Ercilla, de Gabriela Mistral, de Pablo Neruda, de Vicente Huidobro, de Jorge Edwards, pero me siento en casa en la Colombia de García Márquez, en la Argentina de Borges y Cortázar, en el Perú de Vargas Llosa, en la Cuba de Martí, el México de Sor Juana Inés de la Cruz, de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes, todos herederos del ingenio de Miguel de Cervantes, cuyo retrato preside el salón de plenos de la Real Academia Española.

Pero además de la Lengua, compartimos la base sobre la cual se estructuran las sociedades: el Derecho. Si formamos parte de un mismo entorno cultural es porque nuestra vida individual y social se ordena en torno a principios que heredamos del Derecho romano, canónico y germánico, y que hemos ido desarrollando y adoptando a nuestras respectivas realidades.

Así, en toda Iberoamérica compartimos el valor de la democracia, el imperio de la ley, la radical igualdad de hombres y mujeres, la independencia de la Justicia. Valoramos el cumplimiento de los contratos, el respeto a la propiedad privada y a una economía abierta basada en reglas. 

La aspiración a la seguridad jurídica es también compartida y por eso tenemos en tan alta estima el papel de los registradores que dotan de certeza y eficacia frente a terceros a la titularidad de los bienes y derechos, y a la constitución de sociedades, entre otras cosas. 

El tercer elemento al que quiero referirme es el futuro. Las lenguas y el Derecho forman parte de nuestra herencia común, y a partir de esa herencia los miembros de la Comunidad Iberoamericana han decidido trabajar juntos para construir un futuro compartido. Un futuro más justo y sostenible, articulado en base a la inclusión, el consenso, la cooperación y la unidad en la diversidad. Para avanzar hacia ese futuro la comunidad ha creado una institucionalidad iberoamericana, integrada por la Secretaría y los organismos especializados que han dado repetida cuenta de su capacidad para cumplir las tareas que le son propias. Pero para hacer realidad ese futuro, la comunidad requerirá del trabajo de una multiplicidad de organizaciones y entidades que van más allá del Estado y de lo público. Organizaciones de la sociedad civil, empresariales y académicas, todas tienen un rol que cumplir y a través de sus actividades van configurando el denso tejido de capital social que construirá el futuro de la Iberoamérica que aspiramos. 

Comprenderán que, como secretario general, tengo que felicitar a quienes han decidido que el Premio Gumersindo de Azcárate en su decimotercera edición sea para la Real Academia Española en la persona de su director. 

El Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, al que se ha referido Maria Emilia Adán, y la Asociación de Academias de la Lengua Española, serían suficiente para conceder este premio a la Real Academia Española, pero hay muchos más méritos en nuestra homenajeada. 

Si aceptamos que la Lengua, el Derecho y la visión de futuro son conceptos fundamentales de la identidad iberoamericana, coincidiremos en que don Santiago Muñoz Machado, uno de los grandes juristas españoles, presidente de la institución que vela porque el patrimonio común de nuestra lengua no sólo mantenga su valor sino que se proyecte hacia el futuro, es la persona más adecuada para recibir este galardón tan prestigioso por el nombre que lleva, por la institución que lo concede y por la relación de premiados a lo largo ya de 13 ediciones. 

Permítanme que concluya diciéndoles que en la tarea de fortalecer la Comunidad Iberoamericana en torno a valores compartidos el Colegio de Registradores de España, con su profunda vocación y compromiso iberoamericano, merece también el reconocimiento más cálido de todos los que queremos lo mejor para Iberoamérica, lo mejor para la región.