España es un gran país con habitantes muy mayores. Somos el segundo país con más viejos de la OCDE por detrás de Japón y con la segunda mayor esperanza de vida. Lo primero es dramático, lo segundo una noticia fantástica. 

Pero ambas son extremas, y los extremos nunca fueron buenos. 

Estamos inmersos en el debate político sobre la reforma de las pensiones y nos hemos encontrado de golpe, no con una reforma del sistema para hacerlo sostenible, sino con una reforma unilateral y de extrema izquierda del Régimen General de Cotizaciones a la Seguridad Social. 

El ministro Escrivá fue en su día, como la vicepresidenta Calviño “los faros del sentido común” al que todos mirábamos en un gobierno social-comunista. Nadie pensó que Sánchez decidiera transmutarse en el Melenchón de España. Efectivamente lo ha hecho, y con él ha arrastrado a todos los demás y al país.

La reforma de las pensiones presentada por el gobierno comunista implica trabajar durante más años, cobrando menos dinero y, encima, para tener menores pensiones. Se destopan las cotizaciones más altas, pero no se corresponderá con pensiones más altas. 

No hay un solo economista en España de izquierda a derecha, salvo los ideólogos del gobierno que defiendan una reforma que recae sobre las empresas que, una vez más se quedan sin un marco jurídico estable

No hay un solo economista en España de izquierda a derecha, salvo los ideólogos del gobierno que defiendan una reforma que recae sobre las empresas que, una vez más se quedan sin un marco jurídico estable. Las cotizaciones a la seguridad social, el impuesto al trabajo seguirá subiendo siempre: ¿quién con esta situación puede plantearse un sistema de capitalización privado de las pensiones? La respuesta es evidente: nadie. Y eso es lo que quieren, el igualitarismo en la pobreza frente a la libertad responsable. Es el neocomunismo 3.0. El comunismo de trincheras de toda la vida, de enfrentar a ricos y pobres, altos y bajos, hombres y mujeres, empleadores y trabajadores. Quieren sociedades uniformes en la miseria mientras orquestan la ingeniería social que dicta su sociopatía en nombre de los derechos. Cada vez menos derechos individuales porque el “estado: el ojo que todo lo ve, el padre que todo lo decide” será el prestatario de los bienes y servicios para el pueblo. Eso sí, con una elite de intelectuales súperprogresistas de extrema izquierda que deciden porque saben lo que necesitas. 

Estaba inventado, murió con el muro de Berlín y lo han resucitado ante la pasividad de hombres y mujeres libres que nunca creyeron que la resurrección de estas ideas fuera posible. 

Es necesaria una reforma de las pensiones, sí. Y es necesario que sea con otras ideas, ampliando la base de cotizantes, bajando impuestos, haciendo una auditoría del gasto público, explicando que ser funcionario no es un trabajo por el que no se rinde ninguna cuenta a nadie, buscando criterios de eficiencia y dejando de una vez atrás la envidia como vector transversal de las políticas públicas.

Pilar García de la Granja