El balance de la guerra de Putin no invita al optimismo sobre un fin próximo de los ataques, la destrucción y la muerte. Con el grifo del gas en una mano y la amenaza nuclear en la otra, el presidente ruso ha sembrado la discordia entre los socios europeos y entre estos y los Estados Unidos. Ha declarado formal e irreversiblemente anexionado parte del territorio ucraniano. 

El hambre y la malnutrición han vuelto a la agenda política mundial como uno de los mayores retos de los próximos años, como se hizo constar en la cumbre sobre seguridad alimentaria mundial celebrada en paralelo a la Asamblea General de Naciones Unidas. 

Italia, uno de los socios fundadores de UE, será gobernada por un partido nacido en la estela del fascismo de Mussolini. 

En España, con una inflación galopante que aumentó el precio de los alimentos en agosto un 14% respecto al año pasado, las colas del hambre están haciendo estragos en la población más vulnerable. 

Y con este panorama, nuestra política nacional vuelve a su laberinto y arranca el curso con un polarizado debate sobre fiscalidad tras el que subyace una subasta entre Comunidades y entre partidos que no mira más allá de las próximas elecciones municipales y autonómicas del próximo mayo. Si acaso, hasta las generales, que serán como mucho unos meses más tarde.

Todo es campaña ya. Y nos quedan 16 largos meses de polarización, decisiones electoralistas y ni un sólo acuerdo entre los partidos con más posibilidades de gobernar

El presidente de la Junta de Andalucía abrió la caja de Pandora al anunciar la supresión del impuesto de Patrimonio, pero le siguieron el de Murcia y el de Galicia. El de Valencia se apuntó a una rebaja del IRPF para las rentas por debajo de 60.000 euros. Y el Gobierno ha puesto el grito en el cielo, pero se ha visto arrastrado a presentar un impuesto sobre la riqueza de carácter temporal para quienes tengan una riqueza neta de más de 3 millones de euros, que afectará a 23.000 contribuyentes potenciales y tendrá un impacto de 1.500 millones. 

Unos hablan de autonomía fiscal y otros de armonización mientras los ciudadanos asisten perplejos a un cruce de posicionamientos ideológicos sobre a quién bajar o subir los impuestos y si es o no el momento adecuado para afrontar rebajas fiscales en medio de una crisis económica en la que todos los ingresos son pocos y habrá que decidir sobre quiénes recaerán esta vez los sacrificios. El Gobierno sostiene que ha de ser sobre quienes más ingresan y la derecha le acusa de practicar una “fiscalidad agresiva” contra las clases medias, pese a que la UE ha respaldado los informes de la OCDE donde se argumenta que la fiscalidad a la baja es dañina para la asignación eficiente de recursos en el crecimiento de una economía a la baja. 

Todo es campaña ya. Y nos quedan 16 largos meses de polarización, decisiones electoralistas y ni un sólo acuerdo entre los partidos con más posibilidades de gobernar. Ni en fiscalidad ni en ninguna otra materia. Todo lo contrario. El disenso, la bronca, la polarización y la demagogia, al parecer, suma votos.

Esther Palomera