Los inolvidables de Asturias

Asturias, como escribió Leopoldo Alas, “es un país que produce muchas cosas buenas, verbigracia: manzanas, ganado vacuno, avellanas, ministros, carbón, obispos y cardenales, hierro, maíz, diputados influyentes, contratistas aprovechados, pastos, americanos que van y vuelven, pero no produce poetas, ni en general artistas en el riguroso sentido de la palabra…”, e iba yo a engrosar la enumeración de Clarín añadiendo, “ni registradores de la propiedad”, cuando me acordé de Don Austregesilio, un personaje novelesco creado por el mismo Leopoldo Alas quien escribió unas memorias por capítulos en la Revista de Madrid, Solfeo, en el año 1918, titulada “Vocación. Memorias de un Registrador de la Propiedad” y que, para nuestra desgracia, no llegó a terminar, pues en otro caso tendríamos otra obra maestra como La Regenta.

El que me haya fijado en Clarín y en la figura de Austregesilio es, simplemente, por apuntar el dato de la implicación que estos funcionarios tuvieron en la vida de los pueblos y así, otro registrador nacido en Avilés, Gonzalo Díaz Galé, jugó al fútbol en el Oviedo, después en el Madrid y luego en la Selección española para terminar siendo registrador de la propiedad de Ceuta, Getafe y, al fin, en Oviedo.

César García Arango, dirigiéndonos la palabra en la comida de su jubilación.

Pero cambiando de tema completamente, cuando yo llegué a Asturias como registrador tuve la suerte de conocer a registradores hombres, no tan famosos como Austregesilio, o como Galé, pero que para mí se convirtieron en los maestros del grupo de registradores jóvenes al que yo pertenecía, y con ellos formamos un grupo de compañeros que comentábamos los problemas del derecho que presentaba el ejercicio de nuestra profesión. En este grupo los viejos eran Ovidio Villamil, Manuel Avello, García Pumarino, Ladislao García Arango, etc. y los jóvenes,  José Ramón Bustillo, César García Arango, Germán Gallego, Enrique Albert, Manuel Parga, los García Pumarino y algunos más, que nos reuníamos a cenar los viernes o sábados y después de las copas surgía siempre el momento de discutir los problemas jurídicos que cada uno encontraba en su ejercicio profesional y tanto se encarnizaban las discusiones que, al día siguiente nos reuníamos en alguna cafetería, a pedirnos perdón por las palabras que hubieran podido molestar a alguno del grupo.

No, no eran todavía los tiempos en los que el Decanato tuviera algún local y tampoco existía un Decano Territorial y la organización colegial se limitaba a un delegado de la Junta Nacional que estaba en Madrid y a un subdelegado.

Manuel Parga y Germán Gallego.

El delegado era, por supuesto, César García Arango, que cuando yo llegué a Asturias en el año 1968, ya estaba en el Registro de Belmonte de Miranda. César era, desde su ingreso en la carrera, no solo el delegado de la Junta de Madrid, sino también, el asesor de todos los que llegábamos a ejercer la carrera en Asturias sin ninguna experiencia práctica y todos acudíamos a él cuando teníamos algún problema que no sabíamos resolver.

César era nuestro maestro en derecho y en la vida, por su acertado criterio en ambas materias. A mí, cuando por equivocación, me preguntaba algún compañero, algún problema jurídico difícil que encontraba en su oficina, contestaba siempre:

Haz como yo: “Pregunta a César”.

Y efectivamente, César le resolvía el problema en un santiamén.

Ahora, como soy tan viejo y he tenido que ver desaparecer a casi todos los que formábamos aquel grupo -entre ellos César- ya no tengo a nadie a quien preguntar, pero como, afortunadamente, ya no tengo problemas jurídicos complicados, puedo ir tirando.

 

Plácido Prada Álvarez Buylla