Justicia en femenino

Eramos jóvenes, estábamos decididas y, sobre todo, éramos muy pocas. En concreto, siete. Estábamos abriendo el camino y conocíamos nuestra responsabilidad. Éramos las siete mujeres de la vigésimo octava promoción de jueces y juezas, a la que pertenezco.

Tenía veintipocos. Estaba hecha un manojo de nervios. Apenas quedaban unos minutos para que empezara mi examen, cuando un Guardia Civil me interpeló por el motivo de mi presencia en aquel pasillo inmenso del Palacio de las Salesas Reales. El sumario del 23 F acababa de ser remitido al Tribunal Supremo. El dispositivo de seguridad en el interior del edificio era visible. Impresionaba. A aquel agente con tricornio y fuertemente armado no pareció convencerle mi explicación: «ah, pero ¿las mujeres pueden ser jueces?”. Con el corazón acelerado y la mirada fija en la metralleta, aquella joven opositora sólo acertó a responder: “creo que sí, que ya podemos”.

Seguí adelante, accedí al Salón de los Pasos Perdidos y me senté en un banco. Recuerdo aquella escena. Todo era solemne. Todo, grandioso. Recuerdo los nervios; la incertidumbre. Y la ilusión. Me tocó «cantar» el testamento ológrafo. Me lo sabía. Era el año 1982. Comenzaba mi carrera.

Afortunadamente para todos, las cosas han cambiado mucho. Esas siete mujeres del año 82 se han trasformado en las 119 alumnas de la septuagésimo segunda promoción que, ahora mismo, está formándose en la escuela judicial. Son el 74% del total del curso. También hay predominio femenino entre los profesionales en activo de la Fiscalía, Letrados y Letradas de la Administración de Justicia la Procura. En la Abogacía del Estado o la Notaría la mujer no llega a la mitad. Entre los Registradores y Registradoras de la Propiedad la representatividad roza el 50%.

A día de hoy, hay compañeras con problemas y dificultades solo por el hecho de ser mujer. Por ellas tenemos que seguir trabajando y abriendo camino, con la misma responsabilidad de siempre, para que cada una llegue hasta donde quiera llegar, y que su condición femenina sea un valor añadido y no un lastre

En la carrera judicial la tendencia es indudable: hay una presencia mayoritaria de la mujer, especialmente la horquilla comprendida entre los 20 y 50 años. Es cierto que en los puestos de mayor responsabilidad el predominio sigue siendo masculino, pero esta circunstancia va cambiando. Son cada vez más mujeres que tienen la experiencia y la trayectoria necesarias para promocionar. Sin embargo, queda aún camino por recorrer para conseguir una representación igualitaria.

He sido afortunada. He tenido la suerte de encontrarme con personas que han valorado mi trabajo y siempre me han reconocido como un igual. La vida ha sido generosa conmigo con una familia que apostó por mis inquietudes, en una época que no era la mejor para que una mujer estudiara.

No obstante, soy plenamente consciente de que mi experiencia no es generalizada y que, a día de hoy, hay compañeras con problemas y dificultades solo por el hecho de ser mujer. Por ellas tenemos que seguir trabajando y abriendo camino, con la misma responsabilidad de siempre, para que cada una llegue hasta donde quiera llegar, y que su condición femenina sea un valor añadido y no un lastre.

Ruth Bader Ginsburg, reconocida jurista estadounidense y jueza de la Corte Suprema entre 1993 y 2020, dijo en 2015: “Cuando a veces me preguntan cuándo habrá suficientes mujeres en la Corte Suprema y digo, ‘cuando haya nueve’, la gente se sorprende. Pero había nueve hombres, y nadie ha planteado nunca una pregunta al respecto”. El Alto Tribunal americano está formado por nueve miembros. Actualmente hay tres mujeres entre ellos.

Este 8 de marzo de 2022 me gustaría focalizar la mirada en las juezas y magistradas que, como nosotras, desempeñan sus funciones con el mismo afán de servicio a la sociedad, las mismas ganas a la hora de impartir Justicia y el mismo empeño por contribuir a la configuración de una comunidad más igualitaria, pero lo hacen en escenarios hostiles y en conflicto. Son mujeres que se juegan la vida, y es literal, por ejercer o haber ejercido su profesión con libertad e independencia. Un ejemplo son las 270 juezas afganas que, por el mero hecho de ser mujer y haber desempeñado el ejercicio de la magistratura en los últimos años, se han visto obligadas, casi de un día para otro, a esconderse o huir a consecuencia de los acontecimientos sucedidos en su país.

Aquella joven que se examinaba tras contestar, nerviosa, a alguien que aún dudaba de si podía hacerlo, la que cantó sus temas y recordó el amor de Matilde a Pepe Pazos, al que llamaba ‘Pacicos de mi vida’, la que emprendió ese día una carrera con empeño, ilusión y vocación de servicio, les dedica hoy su pensamiento y les envía todo su apoyo y admiración.

 

Pilar de la Oliva Marrades