2006 fue el primer aldabonazo migratorio en Canarias. Ese año se produjo la llamada “crisis de los cayucos”. Procedentes sobre todo de Senegal y Mauritania, desembarcaron en el archipiélago 31.678 inmigrantes irregulares, un récord anual hasta ahora nunca superado.

Canarias es un pedazo de Europa incrustado en África. Poner rumbo a sus islas en barcazas desvencijadas es, para muchos africanos, el primer paso hacia una nueva vida que anhelan sea mucho mejor que la que tuvieron en su propia tierra. Saben que, si llegan a puerto seguro, muy pocos serán devueltos. Ningún menor de edad será repatriado.

Los que emigran a Canarias zarpan desde las costas del sur de Marruecos y del Sáhara Occidental, bajo control marroquí, o desde África subsahariana (Senegal, Gambia y hasta Cabo Verde). Los primeros suelen llegar a las islas más orientales, como Lanzarote, Fuerteventura y quizás a Gran Canaria, mientras que los segundos lo hacen más bien a Tenerife y El Hierro.

Desde que se produjo, en abril de 2022, la reconciliación entre Madrid y Rabat, la presión migratoria procedente de áreas controladas por Marruecos ha disminuido algo en el archipiélago. La que parte de Senegal ha subido a causa, entre otros motivos, de la crisis política que atraviesa ese país y que durará, al menos, hasta las elecciones presidenciales de febrero.

En los nueve primeros meses de este año han desembarcado en Canarias 14.974 inmigrantes irregulares, el 24% en septiembre. Esa cifra supone un incremento del 19,8% con relación al mismo periodo de 2022. Augura además que el último trimestre del año será complicado porque tradicionalmente es en otoño cuando más inmigrantes llegan a las islas. A finales de año las condiciones meteorológicas suelen ser mejores aunque la travesía sigue siendo larga y se cobra también muchas vidas.

Podrá haber altibajos, pero la corriente migratoria llegó a Canarias para quedarse. Habrá repuntes cuando Marruecos afloje los controles, para ablandar al gobierno español de turno, o si empeoran las turbulencias en Senegal. Pero será constante porque África va mal

El peor año, después del de la “crisis de los cayucos” de 2006, fue 2020. En plena pandemia pusieron pie en las islas 23.023 “sin papeles”. Entonces eran mayoritariamente marroquíes, acuciados por la mala racha económica, a los que autoridades de Rabat dejaban salir para presionar al Gobierno español. Eran los tiempos de la larga crisis hispano-marroquí.

Este año, en cambio, hasta finales del verano, los senegaleses suponen el 28,4% de las llegadas y superan a los marroquíes (26,31%). Los demás son subsaharianos de media docena de países, en su mayoría de África francófona. El Hierro, a 1.300 kilómetros de San Luis (Senegal), es desde hace poco uno de sus destinos preferidos. El 3 de octubre llegó un cayuco con 278 pasajeros, un récord. En total, desembarcaron ese día 509 inmigrantes en la isla del Meridiano; equivalen a casi el 5% de su población. Desde septiembre, la Policía Nacional ha destacado, por primera vez, a 10 agentes en esa isla para efectuar los trámites de extranjería. Hasta entonces no tenía allí presencia permanente.

Podrá haber altibajos, pero la corriente migratoria llegó a Canarias para quedarse. Habrá repuntes cuando Marruecos afloje los controles, para ablandar al gobierno español de turno, o si empeoran las turbulencias en Senegal. Pero será constante porque África va mal, sobre todo la llamada franja del Sahel, desde Chad hasta Mauritania.

A la pobreza crónica, a los efectos devastadores del cambio climático, al azote del yihadismo se añade la retahíla de golpes de Estado militares de Malí a Burkina Faso pasando por el último, en julio, en Níger. Acabó con su endeble democracia. La inestabilidad política y la corrupción son un lastre para el desarrollo.

La Guardia Civil está presente en Senegal y Mauritania -llegó incluso años atrás a patrullar simbólicamente por el Sáhara Occidental- para colaborar en la contención de la inmigración hacia Canarias. El Centro Nacional de Inteligencia desveló en abril, en una comparecencia ante la prensa, que uno de sus principales objetivos era luchar contra las mafias que trafican seres humanos.

Todo eso son parches que mitigarán quizás un poco el flujo migratorio. Mientras la renta per cápita de España multiplique por 18 a la de Senegal y por 34 la de Mali y la de Francia lo haga por 26 y 49, la inmigración tendrá picos y pausas, pero será imparable.

Ignacio Cembrero