La frase se le atribuye a Bill Clinton en su famoso debate presidencial contra George Bush. Los norteamericanos no votan por pies, votan por el bolsillo. En la vieja Europa estamos en un momento crucial. Este curso político que comienza es, sin duda, determinante para el futuro no solo de muchos gobiernos, también del Banco Central Europeo y de la propia Comisión Europea. 

La guerra en Ucrania ha dejado al aire las “vergüenzas” europeas del sistema energético. Una revolución energética no era buena idea, una transición sí. Los países se empeñaron en la revolución y ahora vemos que no tenemos ni capacidad para generar energía que permita tener las empresas abiertas y los hogares calientes. Las recetas -de urgencia y sorprendentemente populistas- no dejan a títere con cabeza. Desde los que te pagan por pasar frío (bonificación al ahorro), hasta los que mantienen que los derechos de CO2 son imprescindibles en estos momentos. Quizá el sentido común lo que dicta es una moratoria temporal en la Revolución Energética para hacer una verdadera transición: pensada, valorada, explicada a la sociedad. 

En la primera atacada electoral tras la invasión de Ucrania, Suecia e Italia cambian el color político y el ritmo a Bruselas, en donde cientos de funcionarios muy bien pagados -de sí mismos y por sus salarios- no vieron venir ni la pandemia del covid, ni la crisis energética. Tampoco parece que vean venir que la gente no quiere ingeniería social, ni ser más pobre. Todo lo contrario, la gente normal sigue pensando que progresar en la vida es vivir mejor, ganar más dinero, y mantener unos servicios públicos ajustados a la eficacia y a la eficiencia en el gasto. Es evidente que la gente -como las élites actuales nos califican- no queremos ser más pobres a cambio de “más tiempo para el mindfulness”, tampoco queremos ser más pobres a cambio de convertirnos en veganos, o pasarnos el día en el metaverso. No nos gusta ir en bicicleta a trabajar por obligación ni dejar de viajar en avión porque se ha convertido en un bien de lujo. 

La guerra en Ucrania ha dejado al aire las “vergüenzas” europeas del sistema energético. Una revolución energética no era buena idea, una transición si. Los países se empeñaron en la revolución y ahora vemos que no tenemos ni capacidad para generar energía que permita tener las empresas abiertas y los hogares calientes

Pero lo más relevante es que estos funcionarios-políticos tan listos y tan bien pagados no han entendido que a la gente nos gusta ir a la compra y comprar alimentos para comer, que la comida orgánica está muy bien pero es impagable y que pocos tienen para pagar la docena de huevos orgánicos a 6 euros. 

El sentido común, cuando es avalancha social se radicaliza, sí. La impotencia de que aquellos que se suponen que tienen que cuidar por nuestro bienestar, en vez de hacer ingeniería social con los tributos, provoca extremismo y división. Por ello, el curso comenzado es crucial: mientras el BCE quiere enfriar la economía, los países buscan fórmulas para incrementar el gasto público. Es incompatible en estos momentos. Y más incompatible para unos países que otros. Mientras los alemanes, los austriacos o los nórdicos tienen ahorro, el sur de Europa lleva casi dos décadas empobreciéndose. Con la falacia de reducir la brecha de la equidad, lo que han conseguido es generalizar la pobreza, acabar con la clase media y hacer que los ricos sean mucho más ricos. Un país con dirigentes sanos busca que cada vez haya más clase media-ata, más ricos. Unos políticos razonables quieren reducir la pobreza e incrementar la riqueza. ¿Y por qué no lo hacen? Básicamente porque estamos ante unos políticos-funcionarios que han asumido que siendo todos más pobres, la madre tierra es más feliz. Es una conclusión reduccionista, sí, pero es a lo que dos décadas de ecología radical nos ha llevado. 

El sentido común dice que la ponderancia, la discusión, el desarrollo llegan de manos del sentido común. ¿Saldremos de esta? ¡Claro que sí! Y es probable que el ser humano, que siempre sorprende por su capacidad para reinventarse así mismo consiga las tecnologías que nos permitan desarrollo sostenible, riqueza y cuidado del medio ambiente. Pero mientras llega -ojalá pronto- me permito parafrasear a Josu John Imaz, CEO de Repsol: más tecnología y menos ideología. Por el bien de todos.

Pilar García de la Granja