Conscientes de nuestras fortalezas

Les invito a hacer una prueba. Tomen un anuncio de empleo que encaje con su perfil profesional y comprueben la lista de requisitos. Si es usted mujer, considerará que si no cumple con alguna de las características demandadas para el puesto, aunque solo sea una, no merecerá la pena presentar su candidatura. Si es hombre, con una alta probabilidad, valorará sus grandes posibilidades para conseguir el empleo, aunque solo reúna un número reducido de las exigencias planteadas. Ello es así porque generalmente las mujeres somos mucho más conscientes de nuestras debilidades que de nuestras fortalezas. Pero esas fortalezas son muchas y las estamos demostrando. Entre ellas, nuestra gran capacidad de trabajo en equipo, nuestra preferencia por el diálogo y el consenso frente a la imposición, nuestra transversalidad, perseverancia, preparación…

Es cierto que las mujeres estamos avanzando de manera imparable para conseguir el protagonismo que por derecho merecemos si somos la mitad de la población; que estamos aumentando nuestra presencia en los ámbitos empresarial, político, jurídico o social; que cada vez más científicas nos representan, más artistas trasladan la visión femenina del mundo o más ingenieras, informáticas y físicas lideran el avance tecnológico. Pero tampoco podemos olvidar que queda mucho camino que recorrer para alcanzar la igualdad real. 

La crisis provocada por la pandemia de la COVID-19 no ha ayudado, sino que sus efectos han tenido un impacto socioeconómico mayor entre las mujeres por la pérdida de empleos precarios e informales, ocupados mayoritariamente por trabajadoras. A ello se suma la sobrecarga de tareas no remuneradas, acentuando la brecha de género que sufren millones de mujeres, sobre todo en las regiones y países más pobres. 

Sin lugar a dudas es el drama de la violencia de género el que más nos duele como sociedad, el que concita la condena unánime y el que nos ha de implicar a todos y todas para trabajar por su erradicación

Pero con ser preocupante esa realidad, sin lugar a dudas es el drama de la violencia de género el que más nos duele como sociedad, el que concita la condena unánime y el que nos ha de implicar a todos y todas para trabajar por su erradicación. Desde que existen registros, más de 1.000 mujeres han muerto en nuestro país a manos de sus parejas o ex parejas, o mejor dicho de sus maltratadores, que en el camino han dejado huérfanos a más de 300 menores desde 2013. Es la consecuencia más trágica pero no la única, porque son muchas más las mujeres que sufren algún tipo de violencia machista. Deben saber que no están solas y que con la ayuda de todos y todas conseguiremos una sociedad más igualitaria y libre de violencia de género. Ni una más, en la negra lista de la violencia de género; ni una menos, entre nosotras. 

Todos somos necesarios. Los retos del siglo XXI son apasionantes, y no podemos afrontarlos con garantías desperdiciando el 50% del talento.

Beatriz Corredor Sierra