Argelia y Marruecos ante la guerra: nadar y guardar la ropa

La invasión y guerra de ucrania

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Para Argelia la guerra de Ucrania ha sido, por un lado, una bendición, aunque también tiene un lado preocupante. Para Marruecos la invasión rusa de Ucrania recela algunos peligros diplomáticos que por ahora está sorteando con habilidad.

El precio del gas se ha disparado y por eso el Fondo Monetario Internacional calcula que Argelia ingresará este año unos 55.130 millones de euros por la venta de sus hidrocarburos, unos 23.000 millones más que en 2021. Varios países europeos, empezando por Italia, ven en Argelia un sustituto parcial al gas ruso del que quieren reducir su dependencia. Cuando el presidente argelino, Abdelmajid Tebboune, estuvo en mayo en Roma se firmaron pingües contratos.

Rusia es, por otro lado, un aliado de Argelia. Las fuerzas armadas argelinas le compran más del 80% de su armamento. Constituyen el segundo ejército de África, después del egipcio. Sea cual sea el desenlace de la guerra, el Kremlin saldrá debilitado militar y económicamente. Las autoridades argelinas no van a renunciar a esa “amistad”, pero si buscan socios complementarios, el primero de ellos China. Por eso el ministro de Asuntos Exteriores argelino, Ramtane Lamamra, estuvo en marzo en Pekín, nada más empezar la guerra.

Desde que empezó en febrero la invasión de Ucrania, Argelia ha intentado demostrar que no es un aliado incondicional de Rusia; que también es sensible a las preocupaciones de Occidente. En las dos votaciones, condenatorias para Rusia, que hubo en marzo en la Asamblea General de la ONU, el embajador argelino, Nadir El Arabaoui, no se unió a los incondicionales del Kremlin. Se abstuvo. Al mes siguiente, el 8 de abril, sí se pronunció en contra de la exclusión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. 

Desde que empezó en febrero la invasión de Ucrania, Argelia ha intentado demostrar que no es un aliado incondicional de Rusia; que también es sensible a las preocupaciones de Occidente

A la diplomacia argelina le gustaría que la guerra concluyera cuanto antes porque perjudica sus intereses. Por eso Lamamra tomó en abril la iniciativa de encabezar un grupo de países árabes, en el que figuraban Egipto, Irak, Jordania y Sudán. Desarrolló una labor de buenos oficios con viajes a Moscú, para entrevistarse con el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, y a Varsovia, para hacer otro tanto con el ucraniano, Dmytro Kuleba. Sus gestiones no dieron resultado. Lavrov viajó de vuelta a Argel el 10 de mayo.

Aunque resulte curioso, un país considerado tan afín a Occidente como Marruecos también se abstuvo en las dos votaciones de marzo y en la de abril sobre Rusia. Lo hizo, eso sí, de una manera un tanto peculiar. Su embajador, Omar Hilale, se ausentó de la sala. “Cada vez que hay que votar nuestro embajador se queda bloqueado en el ascensor o en el baño”, bromeaban algunos marroquíes en Twitter. Por muy enfrentadas que estén las dos capitales, Rabat y Argel, se pronunciaron en los mismos términos en marzo.

Nasser Bourita, el ministro marroquí de Exteriores, no lo ha explicado, pero si actúa así es para no enajenarse del todo a Rusia, para evitar que Moscú ahonde más su relación con Argel y perjudique sus intereses en el Sáhara Occidental. El Kremlin podría, por ejemplo, vetar en octubre en el Consejo de Seguridad la resolución que prorrogue el mandato de la Minurso (contingente de cascos azules) en el Sáhara. En esa antigua colonia española, Rabat ha logrado varios éxitos, el último en marzo cuando el presidente Pedro Sánchez brindó su apoyo al plan de autonomía que propone la diplomacia marroquí para resolver ese conflicto que dura desde hace 47 años.

Si se deja de lado el armamento, Marruecos es el primer socio comercial de Rusia en África. Los intercambios que mantienen generaron, el año pasado, un excedente para Marruecos de 749 millones de euros. Entre los productos que importa de Rusia figuran en buen lugar los abonos orgánicos, importantes en un país cuya agricultura representa aún un 14% del PIB. Esa es otra razón de peso por la que Rabat no quiere indisponer a Moscú.

Ignacio Cembrero