“El teatro es una forma de expresarme y de reconocer, percibir y entender la vida”


Ha sido la primera y única mujer al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) y en su momento se estrenó eligiendo a Blanca Portillo para interpretar a Segismundo en “La vida es sueño”, una decisión arriesgada que resultó un éxito y que fue toda una declaración de intenciones de una creadora diferente, que ya en los noventa demostró que las piezas clásicas pueden actualizarse. Sus ocho años (2011-2019) al frente de la CNTC estuvieron marcados por el aperturismo y, de su mano, la compañía se abrió a las coproducciones y a nuevas formas de acercarse a los clásicos que conquistaron Europa. De vuelta al teatro privado, actualmente dirige Coraje de madre, de George Tabori, una obra sobre el Holocausto que se representa por primera vez en España.


Después de ocho años al frente de la CNTC, ¿cómo se siente al volver a retomar la actividad con su compañía Ur Teatro?

Lo del Clásico ha sido una experiencia muy hermosa y profunda para mí. Recuerdo haber trabajado con los mismos principios que con Ur; siempre he hecho aquello que creía y los compañeros me han ayudado mucho. Pero me apetecía volver a trabajar con mis compañeros de Ur, volver a iniciar de nuevo este camino juntos. Y, aunque hemos notado diferencias importantes respecto a 2012, que fue cuando Ur paró su actividad, estamos muy motivados y animados, y haciendo elecciones que resultan ser un éxito, porque Noche de Reyes, con la que volvimos a juntarnos en 2021, fue una elección estupenda, y ahora este Coraje de madre, también. Así que, algo habremos aprendido.

Fundó Ur Teatro en 1987, ¿cómo ha evolucionado su forma de ver el teatro desde entonces?

Lo que más he notado es una mayor fluidez, más facilidad a la hora de trabajar, porque conozco más los instrumentos y las etapas por las que se pasa. Así que, sin perder ni un ápice de la ilusión que me unió a esta profesión, ahora tengo una serenidad y una confianza que no tenía antes. Mi relación con el escenario y con lo que allí se trata no ha cambiado. Sigo teniendo las mismas ganas de seguir peleando y comprometiéndome con el hecho teatral.

Acaba de estrenar Coraje de madre, un texto de George Tabori que forma parte de ese teatro de la memoria, ¿cómo lo ha abordado?

No es mi primer trabajo en torno al teatro de la memoria. También sobre el Holocausto, en Ur hicimos Sigue la tormenta, y he dirigido un par de espectáculos sobre la Guerra Civil española. Pero ésta es una de las obras más singulares a las que me he enfrentado. Quizá lo más sorprendente es la forma en que Tabori reivindica hablar de este tema tan arduo y su propuesta teatral, que es verdaderamente extraordinaria. Es un autor personalísimo, y hemos tenido que trabajar mucho y muy duro para descubrirlo del todo. Nada de lo que habíamos hecho hasta ahora servía. Hemos tenido que aplicar mucha humildad y despojarnos de todo artificio, buscando la esencia de lo más humano con los actores. Y estoy muy contenta del resultado. Creo que hemos entendido un trocito de vida y que Tabori nos ha acompañado muy bien y nos ha conducido por el camino correcto.

Sigo teniendo las mismas ganas de seguir peleando y comprometiéndome con
el hecho teatral que cuando empecé. No he perdido ni un ápice de ilusión

¿Qué mensaje cree que puede transmitir Tabori a la España de 2023?

Creo que hay dos elementos fundamentales: la conciencia de lo que pasó, para estar siempre atentos y alerta ante cualquier acción de destrucción y que podamos mantener siempre controlados esos impulsos tan terribles y destructivos que están por ahí; y la idea de reivindicar a las personas anónimas que tienen esa capacidad de reconstruirse, como es el caso de su madre y de él mismo. Y también me gusta mucho que es una historia tratada sin ningún sensacionalismo, que te remueve por dentro, pero sin violencia, haciéndote preguntas. A mí me ha descubierto muchas cosas que no sabía sobre el Holocausto.

¿Cree que el teatro es el espacio ideal para contar este tipo de historias y que lleguen más al público?

Sí, porque en el teatro la respiración de actor acerca mucho más la historia al espectador y te permite entrar y salir de la ficción con él. Así, el viaje es completamente distinto a lo que ofrece el cine, por ejemplo.

Foto: Antonio Castro

¿Cómo elige los textos que lleva a escena?

Haciendo balance, tengo la impresión de que siempre busco algo nuevo y desafiante, pero también tiene que ser un texto que me apele como persona, que me haga pensar que tengo algo que decir. Además, necesito sentir que puedo defenderlo con dignidad y nobleza ante los espectadores a nivel de producción.

¿Y qué le atrajo del texto de Tabori que ahora dirige?

Juan Mayorga me propuso varios textos de este autor y elegí Coraje de madre porque era el que más me llegaba. Me sorprendió el personaje de la madre, que creo es el personaje femenino más importante que Tabori tiene en toda su obra. Además, reconocí en él a mi madre y a las madres europeas del siglo XX. Y me tocó en el alma su manera de ver las cosas y su enorme honestidad. Aunque confieso que, al principio, también me asustó un poco pensar en cómo llevarlo a escena.

¿Qué supone para usted la dirección escénica?

Para mí, el teatro en sí ya es una forma de reconocer, percibir y entender la vida. Es una percepción del mundo que a veces me ensimisma y, otras, me hace ver cosas que a otros se les escapan. Y, sobre todo, el escenario me ayuda a expresarme. No lo sé hacer desde la actuación, pero creo que mi papel es el de intermediaria de afectos, movilizadora de relaciones y buscadora creativa. Creo que es una labor que realizo bien y lo vivo como una prolongación de lo que hacía cuando era profesora de instituto. Me gusta transmitir, neutralizar golpes, avanzar con los equipos y esa sensación de formular algo y después apartarme y ver cómo se desarrolla a cierta distancia, sabiendo que los actores tienen su propio recorrido. 

Siempre busco algo nuevo y desafiante, que me haga pensar que tengo algo que decir

Si echa la vista atrás, ¿qué significa el teatro en su vida?

Es una auténtica vocación, que me está proporcionando un gran viaje que trasciende la cotidianeidad, y eso me apasiona. El teatro me ha dado incontables momentos maravillosos y me ayuda a seguir haciéndome preguntas, a seguir aprendiendo, comprendiendo, relacionándome con el mundo y conmigo misma. Creo que el teatro es un lugar de encuentro con las personas, y ese encuentro nos puede salvar del aislamiento. Y también lo disfruto mucho como espectadora.

¿Cuándo fue consciente de que se había dejado contagiar por el veneno del teatro?

Allá por el año 1984-85, cuando ya había estado ejercitándome como aficionada dirigiendo obras de teatro en el instituto donde daba clases, empecé a pensar que no podía seguir como profesora porque el teatro cada vez me tiraba más, y ya en el 87 decidí pedir la excedencia y dejar mi puesto de funcionaria en Educación para dedicarme en cuerpo y alma al teatro.

¿Recuerda la primera función que vio y cómo se sintió?

Pues sí, recuerdo las dos primeras funciones que vi, porque me marcaron. Una fue Cándido, una versión de la novela de Voltaire que representaba el Teatro Experimental Independiente (TEI) y que bastantes años después yo también hice; y Quejío, de La Cuadra de Sevilla, un trabajo con unas metáforas escénicas maravillosas. Ambas las vi en Salamanca, mi casa, y ambas me impactaron muchísimo.

Se ha convertido en un referente para las nuevas generaciones, ¿cómo se siente ante esta responsabilidad?

Al principio me asustaba y me sigue apurando, porque solo hago las cosas como creo, pero también me agrada que se valore mi trabajo y que a la gente le guste lo que hago. Me siento responsable de no dejar de hacer las cosas con la honestidad con las que las he hecho hasta ahora y siendo muy cómplice con los equipos y los espectadores. Y he entendido que hay que ayudar a otros profesionales más jóvenes a que encuentren su sitio. Creo que lo que tengo que hacer ahora es compartir lo que he vivido y cuando doy clases, como ahora en La Abadía, me siento transmisora de experiencias, y eso también me gusta. Es una vuelta a mis orígenes de maestra.

Como experta en clásicos, ¿cree que éstos aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual?

Claro. Son obras que han atravesado siglos y culturas, y la mayoría de ellas dicen cosas que nos atañen siempre. Creo que cada época encuentra en los clásicos lo que necesita. Además, el teatro es una manifestación artística muy dialéctica: se produce un diálogo dentro del escenario, entre actores y del actor consigo mismo cuando se trata de un monólogo, y luego se dialoga con el público en vivo. Y eso es enriquecedor y ayuda a comprender distintos puntos de vista sobre la realidad. Creo que es necesario para todos conocer los grandes clásicos y disfrutar de ellos; el encuentro con esa palabra, esa experiencia poética, es especialísima.

Llegó a dirigir una zarzuela en 2006, ¿se atrevería con un musical al estilo de Broadway?

He comprobado que sé hacer una zarzuela, porque salió bien, y es un género que me gusta, como la ópera, así que esos serían los únicos espectáculos musicales que dirigiría. Ese otro género no lo controlo y no lo tengo en mente, al menos de momento.

Después de Tabori, ¿cuáles son sus próximos proyectos?

Me planteo una dirección teatral al año, y ahora mismo estoy estudiando dos proyectos para 2024 y 2025, pero no puedo hablar de ellos. Estoy centrada en la gira de Coraje de madre y en mis clases en el Master de la Carlos III y el taller de dirección que ahora doy en La Abadía. Son proyectos que me acaparan mucho.


Coraje de madre. Foto: Antonio Castro

Una misión cultural

No le gustan los aviones, pero al frente de la CNTC tuvo que coger muchos más de los que le hubiera gustado, porque se propuso, como un “empeño personal”, llevar el verso de nuestros clásicos a otros países europeos, una “misión cultural” cuya emoción superaba su miedo a volar. “Para alguien como yo, que venía del mundo de la filología, el idioma no me parecía una barrera, y disfrutábamos con la idea de que teníamos una misión cultural importante; lo vivíamos con muchísima pasión”, explica.

Así, de su mano a nuestros clásicos les abrieron las puertas de Francia, Alemania, Italia o Reino Unido, consiguiendo que los versos con acento español despertaran una gran curiosidad y cosecharan grandes éxitos. Como también lo hicieron en otros países de habla hispana, como México, Colombia o Argentina.

El alcalde de Zalamea. Foto: Antonio Castro

De vuelta con su compañía Ur Teatro, se plantea una dirección teatral al año, que le permita continuar con sus clases en el Master de la Carlos III y el taller de dirección que ofrece en La Abadía. “Me entusiasma poder compartir lo que he vivido en el teatro durante 40 años y, más concretamente, en una disciplina tan compleja y apasionante como la dirección de escena”, asegura. 

Y es que en su haber Helena Pimenta atesora, entre otros, un Premio Nacional de Teatro, varios de la Asociación de Directores de Escena, la Medalla al Mérito en las Bellas Artes y el Premio Lazarillo 2022 a la mejor trayectoria teatral. Y alguien con una trayectoria así se ha convertido en una de las directoras de mayor prestigio y tiene mucho que contar. 

 

Gema Fernández