El director, ateniense de nacimiento y ruso de adopción, Teodor Currentzis.

El talento emergente de Teodor Currentzis y la actuación de una de las voces más aclamadas actualmente por la crítica internacional y el público, Sonia Yoncheva, han sido protagonistas de los conciertos más destacados de la temporada musical madrileña. 


Gracias a que los teatros de música no han estado cerrados en Madrid, la actividad musical ha continuado en la capital, con algunos esfuerzos y reducciones de aforo, pero se ha podido acudir sin riesgos mayores y a comentar- si así os parece- los dos últimos conciertos a los que he tenido la suerte de asistir.

Empezaré con el concierto de apertura del ciclo de primavera para lbermúsica. Teodor Currentzis dirigió las dos últimas sinfonías del genial Mozart, es decir, las números 40 y 41 ejecutadas por la orquesta ensemble creada por él, Música Aeterna, que nos dejaron boquiabiertos.

Este director, ateniense de nacimiento y ruso de adopción, es una de las batutas de este siglo más prometedoras, si consigue madurar un poco quitándose de encima la extravagancia y la exageración que tira a cierto amaneramiento y centrándose en las partituras. No para su lucimiento personal sino para agrandar la figura de los compositores encontrando siempre algo distinto a lo que observan otros directores sin que se borre la huella del autor. Al final es lo que se pide de los directores: que nos sepan traducir con propiedad los pentagramas que ejecutan con fidelidad y exactitud.

Currentzis es un fenómeno de la naturaleza por la energía que transmite a los músicos cultivando con sus gestos hasta la más mínima entrada y dibujando con brazos, manos y el cuerpo entero los trazos que deja Mozart en los tiempos de cada sinfonía

Pues bien, Currentzis hizo maravillas con su orquesta, que le sigue fielmente con gran entusiasmo. Ha de decirse que la componen unos cincuenta músicos jóvenes pero grandísimos instrumentistas. Lo demostraron en los periodos en que se quedan mudas las cuerdas los componentes de madera y viento, precisos a la velocidad que el director les indicaba. Magníficos cellos y contrabajos, violas y violines segundos, siendo un poco más flojos los violines primeros pero constituyendo en general un más que sólido conjunto. Currentzis, al que ya conocíamos en Madrid en la dorada época de Mortier cuando se trataba principalmente de partituras rusas y ballet (Yolanta, Las Bodas o Prokoviev), es un fenómeno de la naturaleza por la energía que transmite a los músicos cultivando con sus gestos hasta la más mínima entrada y dibujando con brazos, manos y el cuerpo entero los trazos que deja Mozart en los tiempos de cada sinfonía. Destacaré los terceros movimientos de ambas en modo minueto que ligeros y muy bien perfilados volaron por la sala ayudados por la exactitud de la métrica en su correcto punto. Me quedaría con la 40 en su conjunto y pondría en valor la audacia en el último tiempo de la 41 rondo y fuga tan dificilísimos de sacar sin confusiones ni solapamientos que parecieron en ciertos momentos inevitables. Consiguió desestructurar y desmenuzar todo el discurso y sobre todo poner a prueba a su orquesta para poder decir al mundo: he aquí mi orquesta y cómo la muevo yo a mi gusto. No dejó a nadie indiferente y provocó la reacción unánime de satisfacción del público que prolongó un buen rato los calidísimos aplausos.

Después, la zarzuela. Se presentaba en Madrid, completamente nueva en el Teatro de la Zarzuela y en el repertorio, la soprano búlgara Sonia Yoncheva. Antes de nada debe ponerse en valor sin juzgar los resultados, que debe haber detrás de este experimento alguna mano certera pues hay que apostar muy fuerte para pedirle a una soprano búlgara, por muy experta que sea en idiomas, que cante en español un recital entero de arias y extractos de zarzuela sin caerse por el precipicio. Y hay que ser muy valiente y versátil para recoger el guante y llevarlo a cabo con eficacia, inaudita gracia y desparpajo y con éxito arrollador dejando el rastro de esas veladas para no olvidar.

La soprano búlgara Sonia Yoncheva. Foto: Javier del Real.

Acompañada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid muy bien y correctamente dirigida por el maestro Miquel Ortega, empezó las primeras arias de Katiuska, La Marchenera y otras interrumpidas con preludios o intermedios sola la orquesta, con cierta timidez hasta verse en el resultado que curiosamente se lo proporcionaron las mismas melodías de las arias, acometidas siempre con bravura y con muy perfecta dicción del idioma castellano. Pero es que después de una breve pausa para tomar aliento, subió la temperatura con el dúo de El Gato Montés de Penella, ayudada par un excelente tenor, Alejandro del Cerro, y allí empezó a mostrarse más segura y comenzó a hablar con el público brillando especialmente en arias de La del Manojo de Rosas, El Nino Judío (De España vengo), Las hijas del Zebedeo hasta atreverse a bailar y deleitarnos con su arte en Yo soy Cecilia de la zarzuela de aire cubano.

Cecilia Valdés consiguiendo meterse al público en el bolsillo que no la dejaba ir. Su castellano, en la naturalidad de sus breves soliloquios con el público es notable y su compenetración con los pentagramas españoles (que dijo adorar) la hacen una artista muy grande que supo dominar un terreno para ella desconocido y que consiguió servir mucho mejor que la mayoría de las artistas españolas. Esto no es culpa de estas sino del vergonzoso trato que se da a nuestra zarzuela que no nos la creemos nosotros mismos y que es toda una lección: como en otras tantas ocasiones tiene que venir de fuera de España alguien que ponga en valor lo que tenemos en casa y somos incapaces de amar. Regaló la habanera de la ópera Carmen para que no hubiera duda de lo que es lo suyo.

En definitiva un éxito de la soprano (que ya lo era magnífica en el barroco y el verismo) y de los dioses que rigen el Teatro de la Zarzuela a la que deberíamos estar un poco más atentos.

 

Javier Navarro