Existe cierta pasión por hablar inglés, que no está nada mal, y es necesario, pero tenemos la suerte de hablar español o castellano, dependiendo de la parte del mundo en la que estemos, una preciosa y rica lengua que cada día crece más. Según datos del Instituto Cervantes, cerca de 600 millones de personas hablamos español y casi 500 millones, 496 para ser exactos, la tenemos como lengua nativa. Es la segunda lengua materna más hablada del mundo después del chino mandarín. Y la cuarta en el cómputo global de habitantes después del inglés, el chino mandarín y el hindi.

El español, o castellano, tiene nada más y nada menos que 22 Academias de la Lengua repartidas por España, América, Filipinas y África. La nuestra, la Real Academia Española (RAE), la fundó el marqués de Villena en 1713. Siglo y medio después, en 1871, se fundó la de Colombia; en 1874 la de Ecuador; un año después la de México, y así, sucesivamente. En 1973 se fundó la de Norteamérica, lo hizo Tomás Navarro, un miembro de la RAE exiliado en Nueva York. Y en 2013 llegó la de Guinea Ecuatorial.

Es una maravilla hablar varios idiomas, una gran riqueza cultural, un buen ejercicio para nuestro cerebro, pero es una gran suerte poder recorrer el mundo en nuestro idioma. Me llamó mucho la atención cuando fui por primera vez a Malabo, a Guinea Ecuatorial, de voluntariado con los Dominicos, y me encontré un país que habla español, un español como el nuestro, sin ningún tipo de acento, como ocurre en América Latina o Hispanoamérica, como más les guste. Y también me llamó la atención el interés que tienen los ecuatoguineanos por España, miran continuamente a lo que pasa en España, se proyectan hacia España, parece que viven en España. Siguen toda nuestra actualidad.

Es gratificante viajar a América y hablar tu misma lengua, conocer palabras, palabras que nos resultan nuevas y, a veces, descubres que son del castellano antiguo, palabras que nosotros no utilizamos, palabras que no conocemos. Otras muchas las conocemos gracias al cine y a las series de televisión. Y en esta América incluyo Nueva York, una ciudad llena de hispanos y en la que te hablan español en cada rincón. No es el sitio idóneo para ir a aprender inglés, aunque Nueva York siempre merece la pena. 

Es una maravilla hablar varios idiomas, una gran riqueza cultural, un buen ejercicio para nuestro cerebro, pero es una gran suerte poder recorrer el mundo en nuestro idioma

Descubrí en Argentina palabras como “frazada”, manta, que sólo se la había leído a Francisco Umbral. “Cobija” dicen en Chile, Ecuador, Colombia o México. Quién no sabe hoy día qué es una “mucama”. La cantidad de palabras que vamos asumiendo del español de América como ají, alpaca, barbacoa, batata, cacao, cacahuete, cacique, maíz, pampa, petate, piragua, tamal, tomate o yuca, por poner algunos ejemplos. O “apapachar”, abrazar con el alma. Qué palabra tan dulce.

Mi último viaje a América fue el verano pasado, a República Dominicana, a El Seybo, a Radio Seybo, también de voluntariado con los Dominicos. Allí comprendí mejor algunas canciones de Juan Luis Guerra, en especial las que se refieren al campo, al duro, cansado y desagradecido trabajo de los campesinos. Muy desagradecido. Lo comprobé en El Seybo, una provincia muy pobre en la que muchos campesinos han sido expulsados de sus tierras, expulsados con violencia, cárcel y muerte. Y luchan por volver a ellas. Pero eso lo podré contar en otro artículo. Escuché con atención y detenimiento “Ojalá que llueva café en el campo”, una canción que se refiere a la necesidad de salir de una situación económica difícil y que Juan Luis Guerra compuso tras conocer las dificultades de los campesinos. Un homenaje a los campesinos dominicanos, una canción que se convirtió en una hermosa metáfora.

También aprendí palabras en Dominicana, bonitas palabras con cierta musicalidad. Palabras como “conuco”, parcela de tierra para cultivar; poloché, nuestro clásico polo, o chichigua, las cometas de los niños. Qué grandeza tiene nuestro idioma, poder comunicarnos, poder aprender y enriquecernos culturalmente. No todos los países pueden decirlo. Somos privilegiados con nuestra rica lengua, con nuestro rico léxico. Como dicen los mexicanos, “es muy padre”. Vamos a “platicar”.

Patricia Rosety