El año 2000, el mismo en que salió a la luz esta revista, iniciaba mi trayectoria profesional en Las Provincias, donde me he mantenido vinculada, de una forma u otra, todo este tiempo. En aquellos momentos la redacción era un lugar lleno de humo donde las noticias que aparecían en portada marcaban las agendas de los políticos, de la sociedad; una redacción llena de personajes curiosos -recuerdo un colaborador con una grave narcolepsia que se dormía cada cinco minutos y a quien su mujer llevaba y traía de suceso en suceso porque tenía prohibido conducir, no fuera él quien se convirtiera en noticia- y jóvenes que llegábamos con ganas de comernos el mundo. De allí no salíamos antes de las diez de la noche, a veces incluso con el periódico del día siguiente en la mano tras salir de la rotativa, y rezando para que el VIPS no hubiera cerrado todavía porque la nevera de casa tenía telarañas. Una vida apasionante, donde cada día se iniciaba el contador del periodismo: la emoción de haber topado con algo, las noches en blanco repasando los cabos que habían atado una exclusiva, pendiente de que el periódico de la competencia no le indigestara a uno el desayuno con una exclusiva mejor. Pero llegó la maternidad. Ay, la maternidad. ¿Dónde encaja en el periodismo? Hablaba una periodista compañera de El País, Diana Oliver, que no sólo deberíamos hablar de techos de cristal, sino de suelos pegajosos. La posibilidad de encajar dos realidades, ser madre y ser periodista en una redacción de un medio de comunicación escrito, ha sido una utopía. Durante todos estos años he conocido mujeres periodistas que han tomado varios caminos, y entre los que podríamos hablar de aquellas que han dejado a un lado la faceta madre para centrarse en la profesional; las que han intentado conciliar sufriendo las ausencias, las que han renunciado a la carrera profesional o las que directamente han optado por no ser madres. No voy a hablar de cuál es la mejor opción porque, a no ser que se trate de decisiones totalmente libres, en mi opinión ninguna es completamente buena. 

La posibilidad de encajar dos realidades, ser madre y ser periodista en una redacción de un medio de comunicación escrito, ha sido una utopía

La crisis de los medios de comunicación, que comenzó con la debacle inmobiliaria y continuó con la caída de las ventas del periódico en papel, las nuevas formas de informarse, la inconcreción en la monetización de los medios de comunicación digitales, junto con la nula conciliación que ha existido en las redacciones, envejeció y masculinizó las plantillas. En el día internacional de la mujer y la niña en la ciencia se constataba que la consecuencia de que hayan sido ellos quienes han liderado los grupos científicos ha sido que no se investigaran temas relacionados con la mujer. Ha sucedido lo mismo en las redacciones. Es más, cuando ha habido mujeres en los puestos de poder han adoptado formas de liderar masculinas, con unos modos más autoritarios, incluso machistas, pensando quizás que era la única forma de escalar. Esta realidad ha tenido consecuencias en el tratamiento de la información, porque las redacciones han de ser diversas para poder precisamente reflejar todos los temas que interesan a la sociedad. Hay un estudio que habla del desapego de los jóvenes ante los medios de comunicación tradicionales; no les hemos prestado atención, pendientes demasiado tiempo de los ‘temas serios’ hemos olvidado lo que interesaba a los jóvenes, a las mujeres, a otros colectivos, principalmente porque no estaban decidiendo temas. 

Pero la llegada de la pandemia y la explosión definitiva de lo digital lo ha cambiado todo. Las redacciones han vivido una revolución interna en su modus operandi. Ya no somos esclavos del papel, sino que es la web quien manda, así que los horarios se han normalizado. Hay otra circunstancia que ha revolucionado las redacciones, y es que sabemos qué artículos son los que más se leen, qué enfoque es el mejor. Y sí, a nuestros lectores les interesan los grandes temas, los que abren telediarios, pero también las pequeñas cosas. Ahora estamos más abiertos a escuchar a quien está al otro lado. La información se ha democratizado con las redes sociales, y las redacciones lo están haciendo a su vez. Quizás a un ritmo más lento, pero el futuro es una página sin escribir en el que las mujeres -también tras convertirse en madres, cómo no- deben poder despegarse del suelo con la misma facilidad que los hombres y volar tan alto como quieran. 

María José Carchano