Asombrados, impotentes, sin palabras, a veces sin saber qué hacer o cómo reaccionar desde nuestra vida, desde nuestra acomodada vida. No entendemos y nos preguntamos cómo a estas alturas de la vida, en pleno siglo XXI, puede haber una guerra, puede haber una invasión como la de Rusia sobre Ucrania. Una guerra a la puerta de casa. Poco ha aprendido el ser humano a lo largo de la Historia. Cómo se puede matar, masacrar, a tantos inocentes. Atribuíamos determinadas barbaries a cualquier tiempo pasado, pero está claro que el ser humano poco ha aprendido. La guerra exterior es parte de la guerra interior que llevamos dentro. 

“La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado”. Son palabras del Papa Francisco en “Fratelli Tutti”, su encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. No quiero hablar de Putin ni de política, quiero hacerlo de la humanidad, de lo que están haciendo muchas personas por y con los ucranianos dentro y fuera del país. Prefiero prestar atención a las víctimas.

Hemos visto situaciones de película, pero reales. Hemos visto un éxodo desde el 24 de febrero, cuando Rusia comenzó la guerra en Ucrania, aunque la sombra de la invasión ya estaba ahí, en especial en las zonas fronterizas prorrusas. El mayor movimiento de personas desde la II Guerra Mundial. Millones de personas tuvieron que dejar sus casas deprisa y corriendo, algunas bombardeadas, tuvieron que salir con lo puesto, sin rumbo. De la noche a la mañana se quedan sin nada. No podemos imaginar lo que es eso. 

Recuerdo en esos días, especialmente, los testimonios de la Misioneras de la Congregación de Santo Domingo en Kiev, donde la congregación lleva 25 años. Tres hermanas dominicas, María, María Jesús y Antonia, que están al frente de “La Casa de los Niños”, un centro de día para que los niños vayan al salir del colegio y no estén en la calle, para evitar la marginación. Allí aprenden español y tienen otras actividades. Tres misioneras que han vivido situaciones difíciles en distintas tierras de misión, pero no habían visto nada comparable. Ni en África, decían, donde las guerras siguen y no hablamos de ellas. Tres misioneras que transmitían tranquilidad, sabían cuál era su misión y su presencia en Ucrania, hasta que no quedó otro remedio y la embajadora de España, Silvia Cortés, las sacó de allí. 

Son muchas las acciones de los miembros de la Iglesia, como el sacerdote polaco, Mateusz Adamski, que tenía protegidas en los sótanos de su iglesia a un centenar de personas. O el sacerdote cordobés Pedro Zafra que, también en una iglesia de Kiev, tenía varias salas que servían de refugio. Pero no sólo la Iglesia, que siempre está ahí. Muchas personas se pusieron en funcionamiento para colaborar, como José Andrés, nuestro cocinero asturiano internacional, Premio Princesa de Asturias de la Concordia y Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid. Nada más producirse la invasión, José Andrés desplegó su ONG “World Central Kitchen” en la frontera con Polonia para dar de comer a mucha gente, comida caliente en un lugar de mucho frío. A medida que avanza el conflicto ha colocado su ONG en otras zonas fronterizas.

Pero también hay muchas personas anónimas. Han cogido su coche y se han ido hasta las fronteras con Ucrania para recoger a personas que conocen, a las familias de los niños de acogida que suelen venir en verano a España. O simplemente, personas que han ido hasta allí a colaborar en lo que fuese necesario. Y desde aquí, desde España. Cuántas personas han colaborado económicamente o facilitando productos necesarios como mantas, ropa de abrigo, material de aseo personal o medicinas. Incluso algunos ucranianos que viven aquí pedían chalecos y cascos para enviar a las tropas ucranianas, para salvar vidas. Y familias que han acogido a otras familias.

Necesitamos actos solidarios, necesitamos compartir, necesitamos paz y tranquilidad. Necesitamos vivir. En esta horrible guerra, como lo son todas, hemos visto misiles, pero también hemos visto muchos corazones.

Patricia Rosety