España fue el único país del mundo en el que se convocó una huelga general de mujeres el pasado 8 de marzo; y, además, uno de los que registró mayores protestas en la calle. Y, sin embargo, España está también entre los primeros países del planeta en igualdad de las mujeres, lo que muestra cierta distancia entre las líderes de los movimientos sociales y la realidad de los datos. O indica, quizá, el peso de las posiciones políticas de izquierdas en las principales organizaciones feministas y su influencia en la movilización contra el actual Gobierno del Partido Popular.

Pero, más allá de los debates políticos en los que también está inmerso el feminismo, España es uno de los países punteros del mundo en la revolución de las mujeres. Porque de revolucionario puede calificarse el cambio de las últimas décadas. Lo ocurrido en el Congreso de Diputados es extensible a la mayoría de las demás esferas, el paso de aquel 5,8% de mujeres en el Congreso de Diputados de la primera legislatura al 39% actual, entre los primeros de Europa, sólo por detrás de los países nórdicos. Se trata de una revolución que está ocurriendo en todo el planeta, un cambio profundo que inexorablemente concluirá en una igualdad total. Lo llamativo del caso español es que la transformación ha sido aún más intensa que en otras naciones más desarrolladas económicamente o a las que se atribuía mayor modernidad en el tratamiento de las mujeres.

Cuando la Universidad de Georgetown situó a España el pasado noviembre como el quinto país del mundo con más bienestar para las mujeres (sólo por detrás de Islandia, Noruega, Suiza y Eslovenia), nadie lo discutió. Y no solo porque al frente del Instituto autor del estudio está Hillary Clinton, poco criticada por el feminismo, sino porque otros muchos datos corroboran esa privilegiada posición

Cuando la Universidad de Georgetown situó a España el pasado noviembre como el quinto país del mundo con más bienestar para las mujeres (sólo por detrás de Islandia, Noruega, Suiza y Eslovenia), nadie lo discutió. Y no solo porque al frente del Instituto autor del estudio está Hillary Clinton, poco criticada por el feminismo, sino porque otros muchos datos corroboran esa privilegiada posición. Además de la situación en las instituciones políticas, también la esperanza de vida al nacer de las mujeres, la cuarta del mundo, o la percepción de seguridad, entre las más altas, o una brecha salarial por debajo de la media europea (un 14,2% frente al 16,2% de la Unión Europea).

Y, sin embargo, hay más protesta que nunca entre las mujeres españolas. Al margen de las cuestiones políticas, esto se explica por el creciente número de mujeres que han ascendido a posiciones de influencia y han llevado hasta esas posiciones las reivindicaciones de igualdad. El feminismo ha llegado a lugares más relevantes que nunca, y, de esta manera, ha alcanzado visibilidad y se ha popularizado, tanto en el sentido más positivo del término como en el negativo, en el asociado al populismo. El movimiento MeToo de las estrellas de Hollywood es el ejemplo más conocido de esa nueva realidad a nivel mundial.

Las mujeres ya no se conforman con avances en la igualdad, sino que exigen la igualdad total. No sólo importa que suba la tasa de empleo de las mujeres, sino que desaparezca por completo la brecha salarial. Pero aquí llegan nuevos debates, contra el machismo pero también dentro de las propias mujeres y del feminismo. Por ejemplo, en relación con la maternidad, un factor muy relevante en las diferencias de posiciones entre hombres y mujeres, especialmente en la brecha salarial que apenas existe entre mujeres y hombres sin hijos. ¿Se trata de una esfera de libre decisión de las mujeres en la que no deben interferir ni los partidos ni el Estado? ¿O debe intervenir el Estado para repartir obligatoriamente permisos y tareas de paternidad y maternidad? O, aún más, ¿vamos camino de otra revolución, cultural, en la que un nuevo concepto de paternidad reducirá la tasa de empleo de los hombres e incluso provocará una brecha salarial en su contra? Hay importantes diferencias entre las propias mujeres en este campo, pero nada es descartable en esta revolución que ha transformado la sociedad española en apenas cuatro décadas.

Edurne Uriarte