España se ha convertido en uno de los países con mayor tasa de vacunación frente al COVID de todo el mundo. Los datos a mitad de diciembre mostraban una fotografía de un país con un 81,5% de vacunados con al menos una dosis (38.567.949 personas), un 79,7% de vacunados con pauta completa (37.755.238 personas) y un 20,6% ya con dosis de refuerzo (9.755.692 personas). Y esa realidad es la mejor carta de presentación frente a la nueva ola de coronavirus.

El nuevo reto se llama Ómicron. Una variante del COVID claramente más contagiosa, pero, por los primeros datos recopilados por los científicos, no más letal que las Delta o Delta Plus. Y, de nuevo a la vista de los primeros estudios, no más capaz de sortear las vacunas que las anteriores mutaciones del virus.

Y todo ello debería llevarnos a pensar que los sistemas de defensa frente a esta nueva variante de la enfermedad tendrían que ser los mismos empleados hasta ahora con éxito: mascarillas, distancia social y vacunas, básicamente.

Pero hay una evidencia difícilmente cuestionable: la de que las nuevas variantes empiezan a circunscribir su letalidad a los colectivos de no vacunados.

Los resultados recabados por el Instituto Carlos III hasta el momento mues-tran una alta efectividad de la vacunación en los diferentes grupos de edad, sobre todo en la prevención de daños graves en áreas como la hospitaliza-ción, donde la reducción del riesgo supera el 90% en la mayoría de los grupos de edad

Las vacunas no impiden el contagio. Cierto. Pero su eficacia en la reducción drástica de los efectos en los contagiados y, por supuesto, de la letalidad, es incuestionable a la vista de los resultados.

Los resultados recabados por el Instituto Carlos III hasta el momento muestran una alta efectividad de la vacunación en los diferentes grupos de edad, sobre todo en la prevención de daños graves en áreas como la hospitalización, donde la reducción del riesgo supera el 90% en la mayoría de los grupos de edad. La protección frente a la infección en general es algo menor pero nada desdeñable: oscila entre el 70% y el 90%. 

Por lo que, en general, se ha mantenido “una alta efectividad global, incluso transcurridos varios meses de la vacunación y tras la llegada y expansión de la variante Delta, a finales de junio”, como detalla uno de los últimos estudios del Instituto, emitido el pasado 13 de octubre.

Los cierto es que en todos los casos, situaciones y edades se ha constatado que en los primeros momentos de la vacunación de cada grupo la protección es menor, mientras que aumenta en los meses donde se produce la vacunación mayoritaria del grupo. Y esa una de las grandes bazas españolas en estos momentos frente a Ómicron. Pero, evidentemente, uno de los problemas de los no vacunados ante la sexta ola del virus.

Las personas mayores de 80 años son los que han mostrado hasta ahora una efectividad vacunal ligeramente inferior a otros grupos de edad. Y, pese a ello, los niveles de protección se han situado por encima del 80% siendo el colectivo más vulnerable. Durante el mes de agosto, la efectividad en ese grupo, excluyendo los residentes en centros de mayores, fue del 84,4% frente a infección sintomática, del 87,5% frente a hospitalización, y del 90,9% frente a fallecimiento. Un éxito difícilmente cuestionable.

Las cifras respectivas para el grupo de 70-79 años fueron del 89,8%, 94,6% y 96,3% para cada uno de los tres casos mencionados. 

En cuanto a la efectividad vacunal por sexos, la efectividad de la vacunación es ligeramente inferior en mujeres que en hombres frente a la infección y la infección sintomática, mientras que no hay diferencias frente a la hospitalización y el fallecimiento. 

Y la aparente bajada de la efectividad vacunal con el tiempo parece tener más que ver con la incorporación de los grupos de población más jóvenes a la vacunación, donde la efectividad está siendo inferior, que con una reducción general de esa efectividad. 

Todo lo mencionado cuenta con el respaldo científico generalizado. Nada ha sido sacado de otro sitio que no sea el cruce estadístico de los datos.

A partir de ahí, cada uno tendrá que decidir si quiere estar en los grupos de protección de hasta el 90% o en los grupos en los que se enfrentan a una enfermedad que se ceba ya, de forma absolutamente prioritaria, con los no vacunados.

 

Carlos Cuesta