Es una realidad que la tecnología está presente en la forma en que muchos de nosotros trabajamos y nos formamos profesionalmente, cómo educamos y jugamos con nuestros hijos, cómo abordamos muchas tareas domésticas, cómo expresamos nuestras opiniones, cómo nos comunicamos con los demás y cómo abrimos nuestros horizontes. También lo está en otros muchos aspectos cotidianos: leer las noticias, reservar un hotel, contratar un desplazamiento (e-coche, VTC, e-patinete, etc.), hacer deporte, medir la saturación de oxígeno, consultar una receta de cocina, comprar arte, visitar un museo, orientarse en un mapa, realizar pagos, felicitar los cumpleaños/fiestas de guardar o modificar nuestras preferencias de privacidad y seguridad. 

Dado la presencia tan intensa de la tecnología en nuestro desarrollo como personas, podemos preguntarnos en qué medida puede la tecnología contribuir a la igualdad entre mujeres y hombres. Creo que puede hacerlo en la medida en que, de forma consciente e intencional, incentivemos (desde las políticas públicas), guiemos (desde los reguladores), produzcamos (desde las organizaciones) y usemos (desde las organizaciones en su ciclo productivo, así como consumidores, padres y educadores) la tecnología como una herramienta que nos facilite alcanzar objetivos instrumentales para lograr la igualdad en derechos y obligaciones. Tales objetivos instrumentales pueden consistir, por ejemplo, en identificar y corregir estereotipos de género; visibilizar “role models” femeninos; facilitar la flexibilidad en las tareas diarias que los distintos miembros de las familias deben conjugar en su vida profesional y personal; denunciar abusos; etc.

Esto es, para que la tecnología sea útil para un fin determinado, se requiere que aquellos que la incentivan, la producen y la usan tengan voluntad y capacidad para dirigir los casos de uso al objetivo buscado. A tal efecto, sigo teniendo fe en la educación (y no me refiero únicamente a la educación reglada sino también al comportamiento diario de nuestros líderes y de nosotros mismos en nuestros ámbitos profesionales y domésticos), como vehículo, tanto para enseñar el respeto a uno mismo y al prójimo, como para despertar y nutrir la curiosidad por aprender distintas disciplinas, tecnológicas y no tecnológicas.

El feminismo es una idea tan sencilla como sorprendentemente cuestionada: respetar al ser humano con independencia de su sexo. Se hace un flaco favor cuando este derecho fundamental se instrumentaliza para servir a intereses ideológicos concretos o se pretende ejercer con actitud vindicativa

Empecemos por el respeto. En mi opinión, el feminismo es una idea tan sencilla como sorprendentemente cuestionada: respetar al ser humano con independencia de su sexo. Se hace un flaco favor cuando este derecho fundamental se instrumentaliza para servir a intereses ideológicos concretos o se pretende ejercer con actitud vindicativa. 

Respecto de abrir y nutrir la curiosidad multidisciplinar, entiendo que la tecnología debería ser capaz de contribuir a resolver problemas y abrir horizontes, en la medida en que quienes la produzcamos y consumamos (1) tengamos la capacidad de discernir cuál es el problema que necesitamos resolver y quienes deberían poder beneficiarse de la potencial solución, e (2) invirtamos en conocer las herramientas de las que ya disponemos y sus limitaciones, así como los errores que hemos cometido en el pasado. En este sentido, tan importantes son las matemáticas, la estadística y la física cuántica como la historia, la filosofía, la filología, la sociología o la protección de datos. Y tan importante es igualmente que no cometamos los errores del pasado y activamente contemos con las mujeres en la toma de decisiones que determinan las inversiones en la economía real así como en el diseño y ejecución de soluciones que también las beneficien. 

Y, en estas tres fases (identificación del problema/beneficiarios, conocimiento del acervo y desarrollo de la solución), creo que la perspectiva de género debe estar presente. Si diseñamos cinturones de seguridad conforme a medidas estandarizables en hombres, si llevamos a cabo ensayos clínicos sin una representación adecuada de pacientes femeninas en medicamentos destinados a administrarse a hombres y mujeres, si los equipos que aportan el conocimiento del acervo y que trabajan en soluciones tecnológicas siguen sin contar con una representación paritaria de hombres y mujeres, si no se reflexiona en cómo evitar que los sistemas “inteligentes” simplemente reproduzcan la realidad y, con ello, sesgos estructurales de género, si no contamos con una representación apropiada de mujeres entre quienes toman decisiones en el ámbito de la política y de la empresa, pues… estaremos muy lejos de respetar a la mitad de la población y habremos perdido todos. Se ha avanzado mucho y queda camino por recorrer. Sigamos educándonos en el feminismo y practicándolo de forma firme y serena. A tal efecto, debemos y podemos incentivar, producir y usar la tecnología para contribuir a lograr un propósito tan noble como necesario.

 

Cecilia Álvarez Rigaudias