La Fundación Santa María de Albarracín se ha convertido en una novedosa herramienta de gestión integral del patrimonio, a la que se le debe el último posicionamiento cultural de Albarracín como un modelo de desarrollo rural en la denominada España vaciada.


Albarracín es una ciudad de origen medieval, que se identifica con uno de los “paisajes culturales” más destacados de Aragón, y de España. Su modesto caserío se agolpa sobre la montaña, creando una armónica imagen de tono rojizo terroso dominante. Algunas edificaciones apenas despuntan de esta singular amalgama, sino por sus elevadas torres, como la de la catedral, que parece presidir el eje central del conjunto. Esta ciudad aparece siempre coronada por una rotunda muralla, y circundada por el profundo lecho del río Guadalaviar, que suele contrastar, por su frondosidad vegetal, con el domino árido del conjunto sobre elevado. Sin duda, constituye un paisaje inolvidable.

La zona más densa del caserío conservado se localiza en torno a la plaza mayor. Suelen ser sencillas casas con estructura de madera y muros de yeso rojo de Albarracín que aparentan apoyarse arbitrariamente en alineaciones irregulares a ambos lados de las callejuelas estrechas. Como las calles, el conjunto de estas casas se escalonan hacia la ladera de la muralla, siguiendo las directrices de la topografía a la que se acomoda este complejo urbanismo. La falta de espacio intramuros forzó el desarrollo vertical de las construcciones, con angulosos salientes en las partes altas de las edificaciones, ganando espacio útil, y también, rareza arquitectónica. Precisamente, este cerramiento en altura de las callejuelas pudiera acusar su semblanza medieval.

Capilla del Obispo. Museo Diocesano.

Aunque entre esta amalgama constructiva es difícil diferenciar alguna tipología, existen ejemplos concretos que por su remarcada singularidad merecen ser destacados. La casa más buscada quizá sea la de la Julianeta, seguramente por las irregularidades mencionadas, pero también por su especial emplazamiento entre las dos calles que la abrazan, y frente a la denominada Puerta de Molina de su recinto amurallado. Este edificio ha sido rehabilitado por la Fundación como residencia–taller de artistas, al igual que la Casa de la Comunidad, en cuyos niveles altos se pueden observar los pronunciados salientes invertidos en altura, que parecen rebasar las leyes de la gravedad.

Entre este aglomerado constructivo destacan casonas de mayor entidad y aparentosa semblanza exterior, correspondientes a las jerarquías administrativas y a los ricos ganaderos del siglo XVIII. Suelen aparecer con torres lucernarios que cobijan las escaleras de acceso interior a las diferentes plantas, buenas forjas y carpinterías, y señeros escudos frontales sobre sus portones de entrada. Entre estos edificios debemos destacar la mencionada Casa de la Comunidad, del siglo XVI, o el mismo Palacio del Obispo, junto a su catedral. Este palacio dieciochesco es un buen ejemplo de rehabilitación fundacional, que fue inaugurado por la Reina Sofía en el año 1995, como Palacio de Reuniones y Congresos y Museo Diocesano, y que cuenta con importantes reconocimientos como los premios de Europa e Hispania Nostra.

“Además del peculiar contexto natural e histórico de Albarracín, otro de los agentes moldeadores de su espectacular patrimonio ha sido el largo proceso de restauración del mismo”

La ciudad de Albarracín continúa siendo una ciudad diocesana. Con su paso a manos cristianas, ya el año 1172, se creó el Obispado de Albarracín, hoy denominado de Teruel y Albarracín. Este carácter episcopal explica la existencia de numerosas ermitas e iglesias, símbolos religiosos de cada uno de los barrios de la ciudad. La mayoría de sus iglesias fueron construidas en el siglo XVI, y reformadas en el XVIII, coincidiendo con etapas de importantes progresos económicos, propiciados por la riqueza ganadera del territorio. Sin duda, un buen ejemplo es la misma Catedral de la ciudad, hito decisivo en la evolución histórica de Albarracín, que además ha sido recientemente restaurada en su integridad, también por la Fundación, y que por ello, bien merece una detallada visita a su sorprendente interior.

Casa de la Julianeta.

Otro de los elementos que singularizan el patrimonio de Albarracín son sus fortalezas, las murallas y castillos que posee, estratégicamente localizados, y que nos recuerdan su marcado carácter medieval. Sin embargo, el primer elemento que garantizó su defensa fue el contexto montañoso en la que se ubicó. Como un auténtico nido de águilas, Albarracín se localiza sobre una escarpada montaña, que aparece rodeada por el profundo río Guadalaviar, que actuó de foso defensivo del emplazamiento. En su entorno inmediato, aguas abajo del cañón, este curso fluvial se abre en una amplia vega regada por el mismo, en cuyas laderas se encuentran además los afloramientos del yeso rojo de Albarracín con el que se construyeron sus edificaciones. El lugar no les podía ser más propicio: les facilitaba su defensa, la despensa, y a su vez, el material de construcción preferente.

Este adecuado emplazamiento natural, se fue completando con un sistema defensivo que convirtió a la ciudad en un lugar inexpugnable. Comenzó con la fortificación de un saliente rocoso del meandro, que fue fortalecido como alcazaba de los Banu Razin, el clan bereber entorno al que se fraguó la primera etapa islámica de Albarracín. Hasta el siglo X, se fue construyendo su entorno hasta vertebrar la primera medina que vendría a ocupar la superficie escarpada por el río, que además fue amurallada en todo su perímetro. Aprovechando la desmembración del califato cordobés, en el siglo XI, estos régulos crearon una pequeña taifa islámica, cuya pujanza cultural y económica permitió el crecimiento de la medina y su consiguiente refuerzo defensivo. El recrecido de la muralla amplió el espacio fortificado hasta converger en la denominada Torre de Andador que defendía desde el siglo anterior la cúspide norte del emplazamiento.

Catedral de Albarracín.

Tras ser conquistada por los almorávides de Murcia, el territorio de Albarracín pasa a ser de dominio cristiano, parece ser que por donación. El rey Lobo de Murcia y Levante le otorga el territorio de Albarracín a D. Pedro Ruiz de Azagra, en compensación por el apoyo de éste ante la amenaza de las nuevas conquistas almohades de la península. Con él se instaura, en el año 1170, el señorío independiente cristiano que perdurará hasta el año 1379, cuando Pedro IV de Aragón lo incorpora definitivamente a la Corona Aragonesa, manteniendo aún sus privilegios forales, que se extinguirán bajo el reinado absolutista de Felipe II. Como hemos comprobado los siglos XVI y XVIII fueron épocas de esplendor económico, por la pujanza ganadera de la sierra, que se traduce en un lógico impulso de renovación urbana de Albarracín. La Guerra de la Independencia y la contienda Civil última, forjaron su decrepitud contemporánea, también hasta el cambio de signo que conlleva su actual dinamismo turístico cultural. 

RESTAURACIÓN DEL PATRIMONIO

Además del peculiar contexto natural e histórico de Albarracín, otro de los agentes moldeadores de este espectacular patrimonio de Albarracín ha sido el largo proceso de restauración del mismo. Prácticamente desde mediados del siglo pasado no se ha parado de atender este patrimonio, aun con los criterios cambiantes de los procedimientos de intervención. Se pueden establecer dos fases: la primera, impulsada por la familia Almagro, que comprendería casi desde los años 50 a los 80 del siglo pasado, con intervenciones de los ministerios de Regiones Devastadas, Arquitectura y Vivienda, y muy especialmente, el de Cultura a través de la Dirección General de Bellas Artes, que propició la declaración, en el año 1961, como uno de los primeros conjuntos histórico-artísticos del país, a propuesta de don Martín Almagro. Algunas calles, e iglesias, la muralla más visible y la sujeción de parte del popular caserío, son sus resultados más palpables.

Salientes sobrelevados. Casa de la Comunidad.

Hasta la actualidad, le sigue la etapa sucesiva de escuelas taller y de la fundación Santa María de Albarracín, que ha supuesto la regeneración casi total del patrimonio público, además con fines culturales en uso y promoción, asegurando también su posterior gestión. A esta herramienta de gestión integral del patrimonio que es la Fundación, se le debe el último posicionamiento cultural de Albarracín, como un modelo de desarrollo rural, en la denominada España vaciada. Ha logrado recuperar el patrimonio arquitectónico más destacado de la ciudad, y también su excepcional patrimonio mueble, y no sólo en Albarracín. Con la acumulada experiencia en esta labor de mejora patrimonial, acabó generando un Centro de Restauración que está actuando en diferentes lugares de la provincia, incluida su capital y territorios colindantes. A ello hay que sumarle las intervenciones municipales, con especial referencia a la decisiva elaboración del Plan Especial de Albarracín, ya en el año 1987, y también las numerosas iniciativas privadas de naturaleza hostelera, que acaban generando un lugar inolvidable.

Salientes sobrelevados. Casa de la Comunidad y una de las callejuelas de Albarracín.

Por todo lo argumentado Albarracín merece una sosegada visita, que permita disfrutar de sus increíbles valores paisajísticos e históricos. Las infraestructuras lo permiten. Es muy aconsejable alojarse en algunos de los muchos hotelitos con encanto que posee, planificando el sorpresivo callejeo por la ciudad, y si es por la noche mejor, dada la especial iluminación monumental que ofrece el conjunto. Debemos recomendar dos complejos culturales: la Catedral y Museo Diocesano, con todo su calado histórico rescatado en su reciente restauración, en el caso de la Catedral, el Museo Diocesano, ocupa las dependencias privadas del obispo en su palacio, con el rico tesoro catedralicio expuesto en las antiguas salas. La otra unidad sería el Castillo principal y el Museo de Albarracín, en el que se encuentra una de las mejores colecciones de materiales arqueológicos del siglo XI, procedentes, sobre todo, del castillo, en el que además se pueden constatar los restos de las casas palacio que construyeron los primeros ocupantes de esta fortaleza, y en definitiva, de Albarracín. Sería conveniente consultar en el Centro de Información de la Fundación Santa María para la acertada programación de estas visitas, haciéndolas coincidir, si fuera posible, con alguno de los conciertos, exposiciones o seminarios que organiza esta misma institución. El complemento cultural enriquece considerablemente la estancia en un lugar que, ya de por sí, constituye uno de los grandes atractivos del país. 

Dejémonos seducir, como ya decía Azorín, por una de las ciudades más bellas de España, que para el pintor Ignacio Zuloaga, en una carta dirigida a su amigo Falla, constituía un descubrimiento paradisíaco, que se deberían guardar entre amigos. Se trata de Albarracín.

Antonio Jiménez