Hablemos de registros, ya que estamos entre registradores (yo también lo soy: me dedico a registrar palabras). 

La comunicación lingüística se expresa en distintos registros, en función de lo que cada situación requiera. Una abogada no usa el mismo vocabulario si se está tomando unas cañas que si defiende un caso ante un tribunal; un aficionado acudirá a términos vulgares si discute en un bar, pero se esmerará cuando escriba una reclamación ante la Oficina de Consumo. 

La auténtica competencia en un idioma consiste en dominar los diferentes registros a tenor de las necesidades de cada momento. 

Tan problemático resulta no ser capaz de pasar de un nivel culto a uno coloquial cuando eso convenga (porque de ahí se deriva la pedantería) como no alcanzar una expresión elegante y precisa cuando se habla en público (porque de eso se deriva la vulgaridad). 

El uso de palabras soeces ante quien espera un diálogo más elevado se interpretará como ordinariez. Y emplear tecnicismos ante quien no puede alcanzar a entenderlos se verá como vano alarde.

El periodista, el político, el economista, el científico o el profesional del derecho deben elegir en qué registro se comunican con lectores, oyentes o clientes. La oración “el testamento ológrafo no fue presentado para su protocolización” se descodifica perfectamente entre juristas, pero causaría estupor entre los miembros de un jurado popular. 

Sin embargo, toda esta confusión de registros rodea cada día al sufrido ciudadano medio. A veces por exceso y a veces por defecto. Uno de los factores que influyen en que el estilo elegido resulte el adecuado radica en el valor de ciertas palabras. Las tenemos caras y baratas, aunque, curiosamente, todas se pronuncian por el mismo precio. 

La auténtica competencia en un idioma consiste en dominar los diferentes registros a tenor de las necesidades de cada momento 

Las baratas suelen andar de boca en boca; y ejercen de comodines porque se guardan en grandes cajones donde cabe de todo, lo cual provoca que aparezcan en contextos muy diferentes, incluidos los de mala calaña. El verbo “meter” figura entre ellas. 

Cuando un cronista deportivo dice “el líder le mete tres puntos al segundo”, acude a una imagen descuidada, evitable con verbos y frases de más valor estilístico, como “aventaja ya en tres puntos al segundo” o “se distancia del segundo en tres puntos”. Por eso ningún jurista dirá ante su cliente “hay que meter unas correcciones en ese documento”. Acudirá a verbos más caros estilísticamente (en el doble valor de la palabra “caros”: más valiosos y más queridos): “Hay que introducir unas correcciones”, “hay que incorporarlas”, “hay que añadirlas”. 

En las narraciones futbolísticas abundan expresiones baratas y vulgares como “palmar”, “rajar” o “comerse”: “El Valencia palmó con el Almería”; “vaya rajada del entrenador”, “el portero se la comió”. Se aprecia la baja condición de tales expresiones, que gran parte del público creerá inadecuadas en un registro formal como el periodístico, si pensamos que el presidente de una empresa nunca diría ante los accionistas “este año vamos a palmar cinco millones de euros”; ni un abogado defensor admitiría: “Nos hemos comido esa prueba”; ni un gerente de hospital se quejaría por escrito ante una subcontrata de que los enfermos van rajando sobre los malos alimentos que esa empresa suministra. Estos verbos provocarían ciertas opiniones en los receptores de tales mensajes, y no precisamente elogiosas. Digamos más bien que son palabras que se emiten fuera del recipiente. 

La conversación confianzuda entre amigos lo admite todo. Y al diálogo entre entendidos corresponde el vocabulario de los entendidos. Ahora bien, la comunicación formal dirigida a una persona ajena a esos círculos o a un público amplio requiere de un léxico pertinente: ni eruditamente incomprensible ni tampoco vulgar. 

Me hizo pensar en todo esto la declaración (pero podía haber sido cualquiera otra) que oí el lunes 3 de abril al diputado autonómico madrileño Javier Padilla, de Más Madrid (pero podía haber sido cualquier otro): “En el 2021 pegamos un salto importante (…), y ese salto se va a trasladar a un montón de municipios”.

Desde el punto de vista del estilo, habría quedado más elegante decir: “En 2021 logramos un salto importante, y ese salto se va a extender a multitud de municipios”. 

Estas palabras alternativas, más precisas y elegantes, se hallaban sin duda al alcance del citado portavoz. Para encontrarlas, sólo necesitaba la voluntad de expresarse en el registro adecuado. 

Quienes han asumido, por impulso personal o por oficio, el propósito de mejorar la sociedad (como los periodistas, los juristas o los políticos) harían bien en empezar por la mejora de su propio lenguaje. Con eso ya tendrían mucho adelantado.

Álex Grijelmo