Lo que hemos avanzado, lo que tenemos que avanzar

1945

La gran escritora Emily Dickinson decía que “ignoramos nuestra estatura hasta que nos ponemos en pie”; y, ciertamente, si hoy las mujeres españolas hemos tomado conciencia de lo que somos y de todo aquello a lo que debemos aspirar, es porque hace ya cuarenta y dos años que logramos ponernos en pie, apoyadas en el derecho e impulsadas por el irresistible empuje con el que siempre se abren paso la justicia y la razón. Nuestra Constitución. Efectivamente, el alumbramiento de la democracia en nuestro país significó también la promesa de un tiempo nuevo para la igualdad de la mujer. No era, por cierto, el menor de los retos que debía afrontar nuestra lucha por las libertades, porque hasta hacía muy poco la mujer había dependido de la licencia marital, y no podía aceptar herencias, pagar deudas, comparecer en juicio, nombrar un abogado o abrir una cuenta corriente sin permiso de su marido. Viniendo de ese estado de cosas, la recuperación de nuestras instituciones parlamentarias y el proceso constituyente representaron la ocasión de abrir una puerta a la participación femenina, y hoy todos los españoles que amamos y valoramos la democracia tenemos una deuda de gratitud con aquellas veintisiete pioneras –veintiuna diputadas y seis senadoras– que, junto a 570 hombres, contribuyeron a elaborar ese marco de garantías y de derechos que nos permite seguir luchando contra las brechas, contra la injusticia y la discriminación.

El sistema democrático consagrado en la Constitución de 1978 permitió a las mujeres asumir grandes responsabilidades en la conducción del Estado y en las instituciones públicas. En la XII Legislatura, cuando tuve el inmenso honor de presidir el Congreso de los Diputados, nuestras 139 parlamentarias representaban un 39,42% del total de actas: una proporción hasta entonces inalcanzada, que se colocaba por encima de la media europea. Tengamos en cuenta, además, que en toda la historia de nuestro constitucionalismo, desde Cádiz hasta la aprobación de nuestra actual Carta Magna, la presencia femenina en las cámaras había significado apenas un 0,2%. Los avances son obvios y espectaculares, pero no son suficientes: seguimos sin alcanzar la paridad, y los datos no son tan favorables en todos los niveles: en el ámbito local, por ejemplo, los regidores hombres aún triplican el número de alcaldesas.

Se trata de una lucha que nos convoca a título de demócratas; de ciudadanos de una sociedad que aspira a ser cada vez más libre y justa, y a legar a las futuras generaciones los mayores y más valiosos progresos de la humanidad

Fuera de la actividad política, las cifras nos indican que debemos defender el terreno conquistado, máxime en el contexto de crisis e involución al que ha dado origen la pandemia. El estudio Women in Business 2021 revela que el porcentaje de mujeres CEO en España ha caído dos puntos respecto a 2020, pasando del 25% al 23%. Por otro lado, la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) ha señalado que, mientras el 51% de la población universitaria entre 20 y 24 años son mujeres, y las matriculadas en estudios de grado se elevan al 54% sobre el total del estudiantado, en estudios STEM (es decir, los relacionados con Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) esa proporción se reduce a menos de la mitad. Un desequilibrio que urge superar, especialmente si consideramos el papel de auténtico liderazgo que las mujeres científicas desempeñan hoy en la lucha contra el COVID-19.

En la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, la Unión Europea ha espigado la igualdad de género como un objetivo independiente, con nueve sub-objetivos específicos enfocados en asuntos tan impostergables como la erradicación de la violencia contra las mujeres. Sin duda es importante que las propias mujeres nos transformemos en agentes comprometidas con el cumplimiento de esos propósitos, y que cada una luche por romper techos de cristal en beneficio de todas. Pero, a fin de cuentas, se trata de una lucha que nos convoca a título de demócratas; de ciudadanos de una sociedad que aspira a ser cada vez más libre y justa, y a legar a las futuras generaciones los mayores y más valiosos progresos de la humanidad.


Medalla de Honor

En el 160 Aniversario de la Ley Hipotecaria, el Colegio de Registradores de España ha concedido a Ana Pastor la máxima distinción de la Institución Registral, la Medalla de Honor.

Ana Pastor Julián