La actual centuria ha crecido, en estos 22 años, dando saltos de crisis en crisis mientras en el entorno económico se verbalizan, a modo de salvavidas, vocablos como internacionalización, digitalización, sostenibilidad, formación, emprendimiento, telecomunicación, tecnologías de la información, descarbonización, ciberseguridad…, todos bajo el paraguas de la globalización, cuyo objetivo es el crecimiento mundial. 

En los años de transición de un siglo a otro dominaban las nuevas tecnologías, que vivieron un bum que cambió la estrategia de las empresas y dio lugar a la llamada nueva economía. Las inversiones se multiplicaron sin orden ni concierto, se sucedieron las salidas a Bolsa de sociedades de nuevo cuño impelidas por el dinero fácil, la cultura del pelotazo y el todo vale. Una suerte de desparrame especulativo que disparó los valores sectoriales y que desembocó en la primera burbuja del siglo, la de las punto.com, y que en España tuvo a Terra como paradigma. 

En el primer año del siglo, las tensiones internacionales tuvieron su cénit en los atentados del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas, en el corazón financiero de Nueva York. Los mercados se desplomaron. Dos meses después, en Argentina explotó el corralito, una medida que restringía los depósitos bancarios en el extranjero con el objetivo de frenar la fuga de capitales y que supuso la peor crisis financiera del país. Y en la Unión Europea se acababa de estrenar una nueva moneda, el euro, que funcionó de manera virtual hasta enero de 2002, cuando se hizo efectiva. No todos los países la adaptaron, pero representó un impulso primordial en el contexto internacional para fortalecer una región que crecía a un ritmo más lento que en otras fases expansivas del siglo XX.

Al menos, tanto la pandemia como la crisis energética hicieron reaccionar a la UE con medidas que han permitido reforzar las economías de la zona y avanzar en el desarrollo de energías limpias en detrimento de los combustibles fósiles

Con ese caldo de cultivo, se iba fraguando otra burbuja, la del mercado inmobiliario, que en países como España hizo estragos y que fue una de las causas de la crisis que estalló en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, la mayor en la historia de Estados Unidos, por las hipotecas subprime. Era el comienzo de la Gran Recesión. El sistema financiero se derrumbó y obligó a los bancos centrales a inyectar enormes cantidades de dinero y a bajar los tipos de interés para salvar la economía mundial. En España, la crisis supuso acelerar la reestructuración del sector financiero tras la que desaparecieron prácticamente las cajas de ahorros mediante un proceso de fusiones entre ellas y de su conversión en bancos. El pánico financiero se trasladó a la economía real y al mercado laboral en una crisis galopante por la que se perdieron millones de empleos y se redujeron drásticamente los salarios. La crisis también derribó Gobiernos y acrecentó las tendencias ultraconservadoras. 

Pero los problemas no aflojaban. Las crisis de distinta índole con repercusión en la economía se encadenaron (Primavera Árabe, Emigrantes, Brexit…) y han tenido su culminación primero con la pandemia en 2020 y después (y todavía) con la crisis energética. El aumento desmesurado del precio del gas por la fuerte demanda china y el cierre del grifo ruso provocaron una situación inimaginable que se ha rematado con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Además, China, convertida ya en potencia mundial y produciendo prácticamente todo para todo el mundo, también sufrió una desaceleración con efectos en el resto del planeta, en especial en Latinoamérica, cuyos países habían basado su recuperación en las exportaciones al país asiático de materias primas. 

Al menos, tanto la pandemia como la crisis energética hicieron reaccionar a la UE con medidas que han permitido reforzar las economías de la zona y avanzar en el desarrollo de energías limpias en detrimento de los combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas). La progresiva implantación de fuentes renovables a partir del viento, el sol y la biomasa se han unido a la ya existente del agua y comienzan a copar la generación en las principales economías del mundo. España, en ese sentido, ha experimentado un salto cuantitativo y cualitativo. 

En ese panorama, han crecido los nuevos gigantes corporativos, englobados en la nueva economía y con la sostenibilidad como sanctasanctórum. Pero han surgido nuevos fenómenos que han revolucionado los mercados y levantado las alarmas de los bancos centrales. Se trata de las criptomonedas, cuyo exponente más conocido es el bitcoin. Tampoco lo tienen claro con los nuevos servicios financieros impulsados por las nuevas tecnologías (lo que se suele llamar fintech), que han traído nuevas formas de llegar al ciudadano. 

Tantas crisis sucesivas han frenado los efectos beneficiosos de la globalización. El desafío consiste en que el progreso llegue a los países pobres mediante la eliminación de aranceles y acabar con las medidas proteccionistas; pero se encuentra con que son los países más ricos los más reticentes.

Miguel Ángel Noceda