jueves, mayo 2, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    El colapso de los omeyas como ejemplo

    Se debate estos días el alcance de los actuales problemas de España y una pregunta se impone sobre las demás: ¿la crisis económica nos ha situado a las puertas de un colapso de nuestras formas de vida o, por el contrario, es un simple reajuste tras años de inmoderado crecimiento del gasto público y del consumo privado? Para responder a esta cuestión quisiera extraer alguna enseñanza práctica de un colapso del pasado, convencido de que la historia, como magistra vitae, es una herramienta necesaria en la formación ciudadana. Asumir sin crítica el deterioro del país debe considerarse un acto contrario a la moral y a la responsabilidad política. Esta es la razón por la que he elegido el ejemplo de la Córdoba de los omeyas. 

    El Califato omeya fue uno de los modelos políticos y culturales más imaginativos de toda la historia de España. A mediados del siglo X consiguió convertir al-Andalus, y en particular la ciudad de Córdoba, en la zona más desarrollada y próspera de Occidente. La cultura se extendía en todos los ámbitos y una sociedad cosmopolita miraba el futuro con confianza. Las pavimentadas e iluminadas con antorchas calles cordobesas unían los barrios donde árabes, beréberes, judíos, católicos, ortodoxos y muladíes vivían en espacios separados, pero relacionados por el trabajo. Muchos de los que recorrían esas calles, boticarios, herreros, cirujanos, artesanos, literatos, calzaban cómodos zapados con suela de corcho, la última moda de calzado procedente del Oriente Próximo, y en ocasiones se acercaban a los hostales y posadas donde se hospedaban los numerosos extranjeros en viaje de negocios. Pero, en menos de una generación, entre 976 y 1109, ese mundo se vino abajo. Coincidió con la torpe decisión del califa Alhakén II a la hora de elegir heredero, que se comportó más como un sentimental lleno de nostalgia por sus antepasados que como un político responsable; siguió con la dictadura militar de Ibn Abi Amir, el Almanzor de las crónicas medievales, conocido por su falta de escrúpulos como interventor general de finanzas del ejército africano, que cínicamente sostuvo la ascensión del veleidoso heredero para preservar su propia parcela de poder; continuó con el aumento de la corrupción en la clase política y la administración; se agudizó con la ruptura de la línea de legitimidad y, al cabo, concluyó con la guerra civil, la fitna, entre los clanes dirigentes. El incendio de la biblioteca de al-Hakam y la destrucción de Medina Azahara revelan el modo como iba acabando esa civilización. Y así, sin más, el 30 de noviembre de 1031 se abolió el califato omeya, un reconocimiento legal de que desde ese momento en adelante al-Andalus iba a ser un mosaico político desprovisto de un núcleo central. En efecto, algunas ciudades se convirtieron en entidades independientes, unas auténticas oligarquías que conocemos como los reinos de taifas (del árabe muluk al-tawaif): Toledo, Badajoz, Sevilla, Granada, Valencia, Zaragoza y una docena más llevaron a cabo un brillante desarrollo cultural que sin embargo desapareció en pocos años por la veleidad política de sus gobernantes, una actitud que favoreció las invasión de los almorávides y el ataque de los ejércitos castellano-leoneses, navarros, aragoneses y catalanes. 

    ¿Por qué sucedió todo esto? Primero, una degradación ecológica debido a décadas de regadío habían permitido que la sal se acumulara en los campos, luego, una falta de espíritu emprendedor impidió gestionar los recursos procedentes de las tupidas redes comerciales que comunicaban la capital con el África central y, finalmente, una incapacidad de administrar la riqueza cultural y política heredada del pasado. La sucesión de acontecimientos de la etapa final me hace pensar en las escenas de una película muda sobre un proyector fuera de control. Acciones estúpidas protagonizadas por personajes sin talento se suceden a toda velocidad. Escenas triunfales e imágenes de tumultos se alternan con una rapidez fatídica que impide comprender el guión original. En todo caso, la situación fue la siguiente. En medio de una frivolidad cada vez más extendida entre las elites políticas del califato se produjo una secuencia de razones que condujeron al trágico colapso final: la incapacidad de prever los problemas que se le echaron encima, la torpeza de percibir su gravedad una vez que se produjeron, la ineptitud para disponerse a resolverlos una vez que se percibieron y el fracaso de las tentativas de resolverlos. Al seguir paso a paso la historia del final del califato de Córdoba, asombra cómo es posible que una sociedad sea capaz de permitir que los problemas le sobrepasen. Pero las cosas ocurrieron así y parece oportuno, diría incluso que necesario, recordar esa historia hoy cuando las señales de un futuro colapso en España son algo más que una sospecha por la pésima gestión política.

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    Revista nº51

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