martes, mayo 7, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    El amigo invisible

    Un cómico de la televisión, bastante gracioso por lo demás, montó un pequeño sketch con este discurso, más o menos:

    – El otro día me compré un piso. Me fui con el vendedor al notario y, una vez formalizada la escritura, el notario me dijo muy serio: “Usted acaba de comprarse un piso. Son cien mil”. Apenas me había repuesto de este notición, cuando me fui al registrador de la propiedad, que me dijo, también muy serio: “Usted es el dueño de este piso. Son cien mil”. Verdaderamente, no sé cómo pude resistir tantas noticias inesperadas, y a esos precios, aunque la cosa lo valía, ¿eh? Lo valía.

    El público del espectáculo se reía mucho. Eso no quiere decir gran cosa, porque ya se sabe que el público de los “shows” televisivos se ríe cuando un tipo, fuera de cámara, enseña a la gente un cartel que pone: “Risas”. Y la gente va y se ríe, como aplaude si el cartel pone “Aplausos”, aunque lo que haya que aplaudir sea la aparición de un viejecito con una cresta verde, que maldita la gracia que tiene un viejecito con cresta verde. Pero la verdad es que el discursito era ingenioso, sobre todo si lo comparamos con el nivel medio de los graciosos televisivos.

    El amigo invisible, que es la seguridad jurídica, trabaja en silencio, y el fruto de su trabajo tampoco se ve, porque fundamentalmente consiste en la evitación de litigios y pleitos gracias a la claridad y la precisión con que el Registro establece las condiciones de una sociedad mercantil o de un inmueble

    Como diría Luis Figuerola en su parodia de Leopoldo Calvo-Sotelo, la gracia estriba en que la seguridad jurídica que proporcionan la fe pública y el Registro no se ven, de suerte que resulta bastante cómico imaginar a un registrador cobrando unos duros por decirle a uno que es el dueño de un piso que acaba de comprar. Pero la comicidad empieza a desvanecerse en cuanto uno se imagina al registrador diciéndole lo mismo no al dueño, sino a un okupa: “El dueño de ese piso es don Fulano de Tal, y no usted”. Amigo mío, entonces es cuando se empieza a vislumbrar que este asunto de los registros públicos, ya sea de propiedades o de sociedades mercantiles, va mucho más en serio de lo que pueda parecer a primera vista. Lo que ocurre es que esa seguridad jurídica es como el “amigo invisible”, que te hace un regalo y no sabe uno bien de dónde llega.

    Imaginemos que no existieran ni el notario ni el registrador. Va uno y se compra un piso, pero no puede estar seguro de que quien se lo vende sea realmente el dueño (más de un incauto ha picado comprándole la Torre Eiffel al timador de turno), y, por lo mismo, ningún tercero va a estar seguro de que el dueño es uno, una vez pagado su precio. El amigo invisible, que es la seguridad jurídica, trabaja en silencio, y el fruto de su trabajo tampoco se ve, porque fundamentalmente consiste en la evitación de litigios y pleitos gracias a la claridad y la precisión con que el Registro establece las condiciones de una sociedad mercantil o de un inmueble. Quiere el comprador comprar. Si no hubiera Registro, no tendría modo de saber la historia de la vida jurídica de la casa ni su situación en el momento de la adquisición. Podría comprar la mula coja creyendo que era un caballo de carreras. Quiere uno formar una sociedad, llamarla de tal forma y dedicarla a tal actividad. Si no hubiera Registro y existiese otra sociedad del mismo nombre dedicada a algo parecido, el diluvio de demandas recíprocas estaría garantizado. Pero ahí está el amigo invisible, con su regalo no menos verdadero aunque no se vea. 

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    Revista nº7

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