martes, diciembre 3, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    A mí que me registren

    Me impone escribir en una revista titulada “Registradores de España” (a mí que me registren) y aunque soy suspicaz como los gatos, incluso como los gatos escaldados, la cortesía con que me han invitado a escribir en esta página deshace toda sospecha de que pueda pasar al Libro en el que Todo se Apunta. 

    Los Registros de la Propiedad, se me ocurre pensar, son uno de los fundamentos de la paz social cuyo secreto está en que se sepa con toda claridad de quien son las cosas. Y el saber de quien son las cosas y el no querer cambiar las cosas de sitio es un precipitado de la propiedad, que es un instinto tan fuerte que ninguna filosofía e ideología alguna han conseguido acabar con él. Es tan fuerte el instinto de propiedad que llega hasta más allá de la tumba, haciéndose visible en la herencia. Los difuntos no pueden traspasar su vida individual, pero pueden traspasar sus cosas. El ser humano, como las ardillas, las urracas y otros bichos, es recolector, le gusta guardar cosas. A veces se pasa, como un pulpo al que mi entrañable amigo Chumy Chúmez tenía de descuidero durante el verano en una playa, que con sus numerosos tentáculos bien provistos de ventosas arramblaba con todo lo descuidado por los veraneantes.

    Si en este mundo hay que poner orden en algo, ese algo es la propiedad. Figúrense hasta donde pueden llegar las cosas que Dürrenmatt escribió una obra de teatro titulada “Proceso por la sombra de un burro”. Si por la sombra de un burro se originan conflictos de propiedad, que será por una finca en la Castellana o veinte hectáreas de regadío en Extremadura, no lo quiero ni imaginar. Cuántas novelas no habremos leído, cuántas películas no habremos visto y de cuántos luctuosos sucesos rurales y no rurales no habremos sido testigos en lo que se organiza un zurriburri por una discusión entre propietarios que reclaman su mejor derecho sobre algo. De manera que es lo que yo digo. El registrador de la propiedad que parece un señorín modesto, un probo funcionario ante el que no tiembla el mundo, es un elemento capital de la civilización. Es, digamos, el responsable último de la ley de la gravedad universal de la sociedad, el cual evita que los cuerpos/propietarios se precipiten los unos contra los otros creando una situación de caos.

    Los Registros de la Propiedad, se me ocurre pensar, son uno de los fundamentos de la paz social cuyo secreto está en que se sepa con toda claridad de quien son las cosas. Y el saber de quien son las cosas y el no querer cambiar las cosas de sitio es un precipitado de la propiedad, que es un instinto tan fuerte que ninguna filosofía e ideología alguna han conseguido acabar con él

    Al principio debió de ser difícil. Un individuo que fuera por el camino y descubriese una huerta jugosa diría, hombre, una huerta jugosa, me quedo en ella, pero siempre en casos así hay alguien que llegó antes. Conflicto y en el peor de los casos la sangre llegaba al río. Hasta que se pensó que hacía falta un registrador de la propiedad que literalmente pusiera las cosas en su sitio. Y se inventó la figura. Que hay disputa y controversia, pues uno se va al Registro de la Propiedad y se entera de quien es la dichosa huerta. Supongo que la gente ya se ha acostumbrado a esto, nunca he visto manifestaciones ni cartas a los periódicos en contra de los registradores de la propiedad. Lo tienen todo ordenadito y lo que ellos dicen va a misa e incluso a comulgar por que lo tienen escrito, fueron testigos aceptados y están para eso. En los asientos que ellos hacen la sociedad descansa. Desde luego que todo es más complicado de cómo yo lo digo, que soy incompetente en la materia, pero el fondo de la cosa es sencillo y nace de necesidades elementales. Primero viene el sentimiento y luego la técnica. Sin el sentimiento de la propiedad no habría registradores de la propiedad, que están ahí para que la propiedad derive sus efectos. Y con esto he llegado al final del artículo, asegurándoles que nunca me he visto en tal aprieto, mucho más que Lope de Vega cuando Violante le pidió un soneto.

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    Revista nº2

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