jueves, mayo 2, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Salir corriendo

    La frase más repetida en la historia del cine no tiene nada que ver con el amor, ni con el odio, no es una frase amenazante, ni siquiera afirmativa, tampoco niega nada, ni es un insulto o un desahogo en forma de interjección. Es más bien una frase que pronunciada, abre un abismo de silencio, y de urgencia. Lo que ocurre después de pronunciada puede tener sonido ambiente, pero seguro que es el ruido de algo que se rompe. Es una frase acotada por signos de admiración: ¡vámonos de aquí! Lo leí en el Guinnes de los record, con asombro.

    Ese imperativo está formulado en plural, lo cual quiere decir que los que se marchan son al menos dos, que la escapada no es una fuga solitaria, es más bien colectiva, y por tanto solidaria. Indica también, si me permiten, que el cine ha habitado espacios poco acogedores, de los que la mayor parte de sus protagonistas, prefieren escapar. Y si el cine es el arte contemporáneo, el que ha reflejado nuestro tiempo, debemos pensar que nuestra vida ha circulado en los años del séptimo arte, es decir, en el siglo, por lugares áridos, inhóspitos, que invitan a la despedida. Nuestro mundo y nuestra historia están llenos de lugares y de situaciones que son para salir corriendo.

    Todo nuestro mundo contemporáneo está dominado, no por la prisa sino por la fuga, o más bien por la huida apresurada. Y así está claro que no se puede construir nada que dure

    El cine en la historia comenzó retratando una fuga: la de los obreros de la fábrica, y es que el signo liberador por excelencia era la sirena, el equivalente de la campana rural que a medio día ordenaba parar para rezar el çngelus. También por aquellos años del cinematógrafo, los espectadores escapaban de las salas cuando veían la salida del tren en la estación parisina de Saint Lazare. Y es que aquella partida era tan real que parecía que la locomotora, en su encabritamiento, y en medio de sus resoplidos de vapor se venía sobre la oscuridad de la sala. Luego siguió por aquel plano final de Chaplin que se pierde en el horizonte haciendo círculos con su bastón. Las fugas han hecho célebres también las despedidas, como el epílogo de Casablanca. Y hemos terminado el siglo con el bueno de Forrest Gump que corre y corre más allá de cualquier meta.

    Todo nuestro mundo contemporáneo está dominado, no por la prisa sino por la fuga, o más bien por la huida apresurada. Y así está claro que no se puede construir nada que dure. Hay cosas que necesitan su tiempo. Por ejemplo el amor, la seducción, las penas, las heridas de los sentimientos, el conocimiento, el arte y también la cocina. Otras son más adecuadas para el frenesí: el crimen, el sexo puro y duro, la comida rápida, el engaño. Así que no es extraño que en las películas todos quieran escapar. Lo duro, es cuando el universo de la ficción es un calco de lo que nos pasa a diario. Y cada vez quedan menos lugares cómodos.

    Quizá por eso la vida, nuestra vida, se va retirando poco a poco de lo público para instalarse en lo privado. Los hijos se van tarde de casa, y salimos al mundo exterior a través de una pantalla y un mar que se llama Internet. Un lugar tan inseguro, que no hace mucho, un célebre presentador de televisión tecleó su nombre y se encontró con que alguien lo había inscrito como un dominio ajeno a la persona que recibió de sus padres esa identidad.

    Aquí, entre nosotros, cada vez hay más personas que repiten esa frase imperativa del ¡vámonos de aquí! Y escapan sin tiempo ni siquiera de apagar la luz.

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    Revista nº4

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