La inquietud que muchos españoles experimentan en estos momentos es perfectamente razonable: la combinación de una profunda crisis económica con el conocimiento de tantos casos de corrupción política, el intento de secesión protagonizado por las instituciones autonómicas catalanas y la formación de un gobierno inaudito, tanto por la composición de la coalición parlamentaria que lo soporta, como por los primeros pasos que ha dado, han sido el caldo de cultivo idóneo para que la voces que proclaman el fin del Régimen del 78 se hayan impuesto a otras más ponderadas. En estas líneas me quiero sumar a quienes creen que la Constitución ha sido un éxito de todos los españoles que ha hecho posible uno de los períodos más prósperos y estables de la España contemporánea.
Lo que necesitamos es una visión posibilista que busque solución para lo imperfecto y mantenga lo que ha dado tantos frutos. Ojalá los españoles mostremos al mundo la misma sabiduría que ayudó a que la Transición fuera un éxito que sólo algunos españoles discuten
De mi visión optimista sobre la Constitución no se deriva que sea perfecta, ni que no haya espacio para reformar los aspectos que claramente han funcionado de manera imperfecta. Sin embargo, es preocupante que un país con nuestra historia llegue inmediatamente a la conclusión de que hay que hacer una revolución, una más. Es evidente que los sucesos del uno de octubre del año pasado deben ayudarnos a reformar el entramado institucional que los hicieron posibles, y tenemos ejemplos cercanos que muestran un camino perfectamente practicable, como la suspensión de la autonomía de Irlanda del Norte. Pero de ahí a poner en cuestión el régimen autonómico en su integridad hay un trecho que yo no he recorrido. A mí me parece que los españoles están razonablemente satisfechos con el funcionamiento de sus Comunidades Autónomas, y que es más que razonable que lo estén. Claro que hay incentivos perversos que debemos afrontar: el sistema fiscal, la falta de coordinación, la necesidad de fortalecer los elementos comunes sobre las diferencias entre nosotros. Los partidos políticos -en la izquierda moderada y en el centro derecha– que acierten a proponer reformas razonables para mejorar en vez de rupturas radicales que todo lo pongan en cuestión serán los que triunfen en una sociedad que no quiere perder lo mucho que España ha conseguido durante los últimos cuarenta años.
Yo creo que, como país, esto es lo que necesitamos: una visión posibilista que busque solución para lo imperfecto y mantenga lo que ha dado tantos frutos. Ojalá los españoles mostremos al mundo la misma sabiduría que ayudó a que la Transición fuera un éxito que sólo algunos españoles discuten.
Pilar García de la Granja