domingo, mayo 5, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Publicidad restringida

    Confesaré que mis conocimientos sobre el Registro de la Propiedad son algo confusos, tributarios de mi desinterés por los estudios de leyes que me amargaron la juventud. Pero todavía alcanzo a recordar las lecciones de Derecho Civil que explicaban el funcionamiento de aquel gran catastro de vanidades humanas (porque, si nuestro tránsito por la vida es pura vanidad, segœn nos enseña el Eclesiastés, con mayor motivo debe serlo el acopio de posesiones; recuerdo, sobre todo, que el Registro es pœblico y, por lo tanto, accesible a cualquiera que desee conocer nuestro patrimonio de bienes inmuebles. Precisamente este carácter pœblico del Registro de la Propiedad propició uno de los acontecimientos más incómodos y desasosegantes de mi carrera literaria, que ahora evoco aquí con ese alivio chamuscado de quien ya se cree repuesto del sobresalto, pero aœn teme que la historia se vuelva a repetir. 

    Hace aproximadamente un par de años, recibí por carta -a través del periódico en el que colaboro- una declaración de amor, escueta y pretendidamente ecuánime, mecanografiada en apenas media docena de líneas. Como entre mi correspondencia, desde que mi nombre infringiera las fronteras del anonimato, figuran piezas desconcertantes que merecerían figurar en los anales del terrorismo epistolar, no hice demasiado caso de aquel billetito galante que pronto quedó enterrado o suplantado en mi memoria por otras misivas más atrevidas o energœmenas. Jamás respondí a aquella declaración amorosa. Mi pretendienta epistolar, exasperada por este silencio, empezó a apedrearme con cartas en las que iba sustituyendo el tono protocolario y fingidamente ecuánime del principio por un tono desquiciado y energœmeno, y la aseada mecanografía por una caligrafía impracticable y sinuosa que me recordaba las circunvalaciones de un cerebro averiado. Eran cartas que poco a poco iban perdiendo su laconismo de antaño y se decantaban hacia el misticismo o la pornografía. En su œltima carta, entre párrafos oníricos, mi pretendienta afirmaba que se disponía a viajar a Madrid, para reunirse conmigo. 

    Precisamente este carácter público del Registro de la Propiedad propició uno de los acontecimientos más incómodos y desasosegantes de mi carrera literaria, que ahora evoco aquí con ese alivio chamuscado de quien ya se cree repuesto del sobresalto, pero aún teme que la historia se vuelva a repetir

    La perplejidad, ese œltimo reducto de asombro en que nos refugiamos los incrédulos, me hizo descreer de este aviso o amenaza. Sin embargo, mi enamorada epistolar no avisaba en vano: algunos amigos escritores empezaron a telefonearme, previniéndome contra una mujer madura, rubia y ensimismada, que los asaltaba en los cafés y demás foros literarios, requiriéndoles mi dirección. Ninguno le había facilitado este dato, aunque mi perseguidora les había insistido hasta las lágrimas: en la fijeza verde de su mirada -me decían- se avecindaba la locura. Yo empecé a imaginarme con espanto creciente a aquella mujer desconocida, forastera en la gran ciudad, peregrina por los tenebrosos pasadizos del delirio, como un ánima en pena hipnotizada por un amor quimérico que ni siquiera por las noches, cuando volvía a la pensión tras la bœsqueda infructuosa, la dejaba dormir. La imaginaba agotando sus ahorros en aquella misión imposible, desfallecida en cualquier esquina, con la intemperie descendiendo como una mortaja sobre su piel casi traslœcida, su piel aterida que pronto cobijaría su cadáver, a medida que el frío y el desánimo se fuesen ensañando con ella. 

    Antes de que esto ocurriera, mi perseguidora me encontró. Había contratado los servicios de un detective privado que la había desvalijado, a cambio de procurarle mi dirección. Luego supe que ese detective, para ahorrarse pesquisas, había acudido al Registro de la Propiedad, donde obtuvo sin problemas el dato que su alucinada cliente le requería. Y yo me pregunto: Àno habría que restringir -siquiera un poquito- la publicidad del Registro?

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    Revista nº5

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