domingo, abril 28, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    El Gran Enamorado

    Pocos, quizas solo los que le conocen muy bien, podían imaginar que la primera Encíclica de su pontificado estaría dedicada al amor… que escribiría frases, pero sobre todo conceptos maravillosos sobre la palabra más escuchada, deseada y soñada a lo largo de los siglos… me atrevería a afirmar que con su primer documento programático el papa ha dado “luz al amor”. Hemos descubierto con “Deus Caritas est”, el título de la Encíclica que Josepf Ratzinger, al que todos llamábamos “el cardenal de hierro”,el carabinero de la iglesia”, el gran inquisidor”, es en realidad “el Gran Enamorado”.

    A Benedicto XVI le conocí siendo Prefecto para la Doctrina de la Fe; le hice una entrevista a la cual acudí, reconozco, con cierta prevención y temor. Me preparé con cuidado las preguntas y pensé para mis adentros, “si me suelta tratados de teología, a ver como lo colocamos en el telediario”. Me encontré con una persona amable, con una sonrisa dulce desarmante, de una extremada amabilidad y sencillez, pero sobre todo que contestó a mis preguntas de una forma escueta, clara y comprensible. Es más, aunque perdía parte de su precioso tiempo, aceptó que le hiciera la entrevista en la terraza y no en el despacho, porque así el cámara trabajaría con la luz natural y el reportaje haría que yo me luciera teniendo el fondo de la Basílica de San Pedro.

    Al cardenal Ratzinger le veía a menudo saliendo por la puerta de Santa Ana, la entrada de servicio a la Ciudad del Vaticano, de regreso a su casa, en Piaza Leonina, desde la Congregación al otro lado de la plaza de San Pedro; otras veces, si era un dia de sol, cruzaba el columnado de Bernini; iba siempre con la cabeza cubierta con una boina negra y llevaba en la mano una cartera mas bien usada y corrientucha. Quien no le conociera jamás podía pensar que era el prestigioso, temido y potente cardenal Prefecto, el más estrecho colaborador de papa Wojtyla.

    El último viernes santo de Juan Pablo II, el Santo Padre encomendó las meditaciones del Vía Crucis al cardenal Ratzinger; sabía que él no podría presidir el rito en el Coliseo, que seguiría la ceremonia en su capilla privada. Le habían practicado la traqueotomía y los médicos desaconsejaban cualquier esfuerzo y menos aún transcurrir algunas horas al aire frío de la noche, pero quiso que el mundo conociera la profundidad espiritual y mística, la talla intelectual y humana de Ratzinger y por ello le pidió que escribiera los textos de las catorce estaciones de la pasión. Juan Pablo II siguió la ceremonia, en su capilla privada, de rodillas, frente al altar, agarrado a la cruz. No le vimos de frente, pero las imágenes fueron sobrecogedoras. Dos Vía Crucis paralelos: la vía dolorosa, hasta la muerte en cruz de Cristo y el camino de dolor y la agonía del papa; y mientras, escuchábamos una tras otra las meditaciones bellísimas del cardenal Ratzinger. Días después murió el papa y tras el conclave fue elegido Obispo de Roma el cardenal alemán. En su última Semana Santa, Juan Pablo II nos lo había pedido, Josepf Ratzinger era “su papa in pectore”.

    En apariencia no se parecen. Karol Wojtyla era extrovertido, con un gran carisma, comunicador, espontáneo, con los jóvenes se sentía, lo reconoció en Cuatro Vientos, un joven de 78 años que poseía un gran sentido del humor. Recuerdo en Nueva York en el encuentro con los jóvenes al improvisar una frase en inglés, se equivocó al decir la palabra rascacielos y riéndose comentó “chicos se ve el Espíritu Santo no ha ido al Instituto de Idiomas Berliez. A la mesa tenía siempre invitados y se sentía, como san pablo, misionero del mundo. Se contaba en el Vaticano este chiste: ¿En qué se parece Dios al papa Wojtyla? En que Dios está en todas partes y el papa… estuvo”.

    Benedicto XVI es resevado, introvertido, metódico. Un intelectual de una gran sencillez. Comentaba su hermano mayor, “que Josepf descansa tocando el piano, escribiendo y leyendo; cuando nos encontrábamos en nuestra casa de Pentling guisábamos uno de los dos y lugo lavábamos los platos, auque como no somos ninguno buen cocinero, a menudo abríamos latas de conserva”. Ahora Benedicto XVI come poco en compañía de sus dos secretarios, Don Georg y Don Mietek y de la cocina y del apartamento pontificio se encargan cuatro laicas consagradas de “Memores Domini”. Cada día, por consejo de su médico, pasea una hora por los jardines vaticanos y dicen que se acuesta no después de las diez de la noche y se levanta al alba. A pesar de las aparentes diferencias, son muchas las afinidades. Los dos han encontrado su fuerza en la oración y los dos son constructores de puentes de diálogo, de comprensión, de buscar aquello que une y no, lo que aleja. Juan Pablo II animaba a todos “a no tener miedo y abrir las puertas a Cristo”. Benedicto XVI nos anima a descubrir el amor de Dios y al prójimo. A dejarnos sorprender por Cristo. Y los dos quieren ser “barrenderos del mundo” para dejar los caminos limpios para que pueda adentrarse la paz, la solidaridad y la justicia. Para expulsar el odio, la violencia, el fanatismo y dejar sitio para la fraternidad y el amor. En verdad entre el Huracán Wojtyla y el solitario Ratzinger no hay muchas diferencias. Son los dos “papas del diálogo”.

    Revista nº31

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