sábado, mayo 4, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Que llamen a Dios

    El latín vestía a ciertas profesiones: un médico sin un diagnóstico en la lengua de Cicerón no era nadie; las enfermedades en latín parecían más solemnes y dignas de atención. Y qué decir de aquellos curas pre–conciliares (que tenían aliento de cueva húmeda y mirada panorámica); a todos ellos les cambió la vida cuando a unos les obligaron a decir la misa en la lengua vernácula de cara a los feligreses, y a los otros les impidieron vacilar a los pacientes en la consulta del seguro. Hasta ese momento el latín pasaba por ser la lengua oficial de la divinidad sólo al alcance de unos pocos, estaba claro que Dios no iba a manejar un lenguaje de Zarzuela con términos tales como “naturaca”, “oigausté”, “requetebién” y “chanchipiruli”. El latín también ha sido muy útil para el manejo del derecho, ¡dónde a va a parar que sea lo mismo usufructo que soltar “ius alienis rebus, utendi, fruendi, salva rerum sustantia”! Quedaba claro que el latín, ya en manos de médicos, curas o abogados, era la lengua oficial de la gente culta.

    El sucedido que relato ocurrió en un cuartelillo de una España que ya no existe, digamos que feneció cuando el papel higiénico “El Elefante” dejó de ser timbre oficial. A ese lugar de confesión habían llevado a un buhonero (gorgotero o mercachifle), al que una pareja de “sivile” habían sorprendido con la mano propia en cartera ajena. Aclaro que se trata de “sivile” de otra época, los que usaban mosquetón, bigote y abrigo de tres cuartos. Sin duda que esos agentes de la autoridad, llevados por un exceso de celo, habían aplicado la regla ancestral de la confesión urgente: “caña al mono hasta que aprenda el catecismo”. Así que no es de extrañar que a los excesos verbales acompañaran algunos bofetones de esos que se dan con la mano abierta y que tan incómodos resultan para el que los recibe. Tengamos en cuenta que no eran métodos de interrogatorio tan sofisticados como los que luego aplicaron los norteamericanos en las cárceles de Irak. Se trataba de leña, estopa, tunda-tunda, meneíllo salvaje, soplamocos… no es que tuvieran nada personal contra ese hombre pero era su método para despabilar guindillas de poca monta. 

    Al buen paisano le habían aplicado tal cantidad de leña en su cuerpo que, derrotado y sollozante, fue presentado ante la juez. Cuando ésta le vio llegar en lamentable estado de penalidad absoluta preguntó: “¿se encuentra usted bien?” Y el buhonero, al que le habían puesto los ojos como dos plazas de toros abarrotadas de adeptos de “Jezulín”, respondió: “su Ilustrísima, por humanidad, aplíqueme el Corpus Christi”. Lo que pedía en realidad era el “habeas corpus”, pero la jueza entendió a la primera que aquel “eccehomo” pedía el amparo del derecho contra los “sivile” que le habían dado de todo menos buenas razones. En este caso, menos mal que la jueza había estudiado latín y, rápidamente, rescató al pobre hombre de las garras de aquellos que entendían que la confesión con sangre “sale”. 

    Bien está saber idiomas pero manejar la lengua de los clásicos parece imprescindible para entender nuestro presente

    Cuento la anécdota para que los responsables de los planes de estudio de bachillerato rescaten al latín del cajón de los olvidos. Bien está saber idiomas pero manejar la lengua de los clásicos parece imprescindible para entender nuestro presente… y de paso nos puede sacar de algún apuro en una noche de autos. Nunca se sabe cuándo podemos tener problemas con la autoridad (siempre que ella se empeñe en tenerlo con nosotros).

    El latín no es una lengua de equivocaciones, ni difícil de comprender. Echar la culpa a las declinaciones de una metedura de pata no es cosa adecuada. No hace mucho tiempo que presencié cómo una ilustre abogada de Madrid, sin duda que llevada por un despiste ocasional, solicitó el pliego de “carga y descarga” para que le quitaran una multa. En esa ocasión, el funcionario de la ventanilla, que también sabía latín, le entregó el documento encabezado con “pliego de descargos”. “Errare humanum est”, dijo aquel probo administrativo antes de chapar la ventanilla porque le tocaba hora del bocadillo. A fin de cuentas “primum vivere, deinde philosophari”… que quiere decir que el choped-pork es el mejor amigo del hombre en los momentos de soledad de las tripas. Amén.

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    Revista nº23

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