En la época en que en España estar a favor de garantizar cargos por cuota a las mujeres era de izquierdas y dar plena libertad, de derechas, fue interesante y revelador escuchar aquel 25 de enero de 2014 en Davos a la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. Era un debate sobre la igualdad de género y Lagarde, que había sido ministra en el Gobierno conservador de Nicolas Sarkozy, sorprendió declarándose firme partidaria de las cuotas.

La francesa confesó que ella misma había estado en contra de garantizar por ley cargos para las mujeres, pero que evolucionó tras entrar a sus 25 años en el bufete internacional de abogados de Chicago Baker&Mackency. Pronto empezó a llevar casos importantes y se veía con derecho a ser socia, pero se la decía que era «demasiado joven», entre otros argumentos peregrinos. «Me curtí en esta firma de abogados que me encanta, pero el número de socias era tan bajo y ha sido tan bajo durante tanto tiempo que me di cuenta enseguida de que a menos que se establecieran objetivos o cuotas, no había manera de tener un amplio número de mujeres en la cúpula», dijo Lagarde en aquel debate del Foro Económico Mundial.

Ella fue tenaz y no solo terminó siendo socia, sino presidenta del despacho 14 años después de su ingreso tras ver de todo en tan prestigiosa firma. En 1991, la veterana socia Ingrid L. Beall, demandó al despacho por haberla marginado por su sexo. «Dicen que se supone que no soy tan buena como ellos, las mujeres somos de segunda», denunció, según The Washington Post. En 1994, Lagarde supo que una secretaria del bufete había conseguido una indemnización de tres millones de dólares tras probar que uno de los socios la había acosado sexualmente.

En 1999, cuando Lagarde fue nombrada presidenta del despacho, tuvo dudas sobre qué denominación debía tener su puesto: ¿«chairman» como siempre o «chairwoman»? Lagarde no se atrevió y admitió que su cargo fuera de «chairman» por si la otra denominación molestaba a los socios.

La terrible cuestión es que si todo eso sucedió en una de los mayores bufetes internacionales y que finalmente terminó entronizando a una mujer en la presidencia, ¿qué habrá sucedido y sucede en tantas empresas de todo el mundo? ¿Cuánto talento se habrá perdido y se pierde por la discriminación de género?

La promoción de mayor incorporación laboral de la mujer con salarios y expectativas justas y conciliación fomentaría la actividad económica y la tasa de natalidad, tan necesarias, por cierto, para sostener el sistema de pensiones de todos

Lagarde ha llegado a tener rango de jefa de Estado en su actual cargo del FMI y firmó el pasado 5 de marzo un artículo añadiendo un argumento a los que insólitamente aún duden de la importancia de promover la igualdad de género y de poner fin al acoso sexual: el del interés económico. No es solo una cuestión moral y de justicia, lo es también de estímulo a la prosperidad general.

El Producto Interior Bruto (PIB) de países como Egipto subiría un 34%, según el FMI. Solo en el caso español, el PIB ganaría 12 puntos desde ahora y hasta 2050 si España lograra alcanzar los niveles más avanzados de Occidente en este campo, según datos del Instituto Europeo de Igualdad de Género. La promoción de mayor incorporación laboral de la mujer con salarios y expectativas justas y conciliación fomentaría la actividad económica y la tasa de natalidad, tan necesarias, por cierto, para sostener el sistema de pensiones de todos.

En otro informe de la consultora McKinsey llamado The Power of Parity se asegura que de no haberse producido la entrada de mujeres en el mundo laboral en la década de 1990, el PIB español a la salida de la crisis habría sido un 18% menor. En cuanto a las grandes empresas esta consultora concluye que «las mujeres suelen ascender a puestos de responsabilidad en áreas de apoyo y no tanto a las de gestión de cuenta de resultados, lo que dificulta el camino hacia los puestos de alta dirección (…) Las mujeres tienen cuatro veces menos posibilidades de convertirse en consejero delegado que los hombres».

Es lo que en aquel debate de Davos se llamó «la tiranía de las bajas expectativas» que sufren las mujeres a todos los niveles, incluida la alta dirección. Combatirla es una obligación moral e incluso económica.

Carlos Segovia