La mejor expectativa es la prudencia

La pandemia del Covid-19 nos ha trastocado a todos. Desde los Estados, hasta las economías familiares. Desde los colegios hasta las vacaciones. Hemos cambiado nuestra forma de trabajar, nuestra forma de relacionarnos y nuestra forma de plantearnos la vida.

Jamás pensamos que veríamos una pandemia y la estamos sufriendo. No se puede estar preparado para todo, pero sí se puede estar preparado para enfrentarse a situaciones adversas.

Y sin embargo, parece que seguimos en una especie de Matrix. Una realidad virtual que nos ha tenido, en general, anestesiados en los últimos meses. Noticias contradictoras, esperanzas infundadas y expectativas tamizadas. Vivimos en una sociedad que “soluciona los problemas” en vez de enfrentar a las personas, adultas, a su realidad. Ahora llega el momento de la verdad.

Y la verdad es que el virus no era menos contagioso en verano. La verdad es que no hay vacuna, y es posible que no la haya hasta bien entrado el 2021. O nunca. La OMS lo ha repetido por activa y por pasiva, puede no haber vacuna, como no la hay para el VIH. Tendremos tratamientos mejores, ya contamos con algunos, pero no está claro que funcionen en todo el mundo igual.

No hay más salida que ponerse a trabajar, hay que concienciarse de tomar medidas para limitar en lo posible los contagios, y hay que ahorrar. Esto último no es baladí. La crisis económica en la que estamos inmersos ha provocado ya la quiebra de 90.000 empresas en nuestro país

En materia de políticas sociales, la verdad es que los ERTE han servido como mecanismo anestésico puntual para dar salida a confinamiento más estricto de Europa, y la verdad es que el turismo no se ha recuperado ni un tercio de las expectativas más prudentes en nuestro país, cuyo sector turístico supone el 13% del PIB.

Las incógnitas son muchas y el miedo es libre. Por ello es el momento de la responsabilidad personal y del compromiso social. La responsabilidad individual para acudir a nuestros trabajos con criterio, con control sobre nuestras vidas. No podemos elegir entre salud y trabajo. Es necesario trabajar, entre otras cosas para mantener el sistema de salud. Lo público nace, crece y se mantiene gracias a lo privado. Sin ingresos privados no hay posibilidad de mantener el sector público. España cuenta con más de 2,6 millones de empleados públicos, 9 millones de pensionistas, 4 millones de parados y otros 4 millones de menores de 18 años aproximadamente. De los 46 millones de habitantes, solo están dados de alta en la seguridad social algo más de 18 millones.

No hay más salida que ponerse a trabajar, hay que concienciarse de tomar medidas para limitar en lo posible los contagios, y hay que ahorrar. Esto último no es baladí. La crisis económica en la que estamos inmersos ha provocado ya la quiebra de 90.000 empresas en nuestro país. Los registradores estiman que a final de año la suma puede alcanzar las 300.000 empresas. España es un país de microempresas, no tenemos medianas empresas familiares si lo comparamos con países como Francia, Alemania e Italia. Y la razón está en las tremendas trabas burocráticas, los sindicatos y los costes a la contratación.

Entre las tareas del compromiso social están revisar nuestro modelo fiscal y nuestro modelo laboral. Hay que involucrar a los sindicatos en el crecimiento y creación de riqueza en las empresas, y no incentivar que formen parte de la gestión de la quiebra, como hasta ahora. Solo pensando en que la sociedad está compuesta de individuos responsables y socialmente comprometidos seremos capaces de salir de esta crisis.

Pilar García de la Granja