La diferencia española

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España es muy parecida a los sistemas democráticos avanzados… en todo menos en un rasgo que explica sus principales conflictos, el poder de los nacionalismos étnicos. De ahí vienen los principales cuestionamientos de la Constitución, de ahí también la historia de la violencia terrorista, o el conflicto actual alrededor del independentismo catalán. Un llamativo dato de una reciente encuesta del Pew Research Center sobre diferencias entre Europa Occidental y Europa del Este lo mostraba: a la pregunta sobre la percepción de superioridad de la propia cultura, los españoles éramos quienes teníamos menor percepción de superioridad en toda Europa, un 20%, muy lejos de las altas cifras del este de Europa, pero también del 58% de los noruegos, o del 46% de los británicos, o del 45% de los alemanes. 

Algunos se alegrarán de que seamos tan poco chovinistas, pero la explicación de ese débil chovinismo no es tan alentadora. Se debe a la frágil percepción de España como nación común de todos los españoles, al cuestionamiento permanente de partidos y líderes nacionalistas. Que es lo mismo que le ocurre a nuestra Constitución. Igual de avanzada que la de todas las democracias más desarrolladas, es, sin embargo, más cuestionada debido al conflicto nacionalista. Y a otro rasgo unido a ese conflicto, la tradicional apuesta de la extrema izquierda española por las posiciones críticas del nacionalismo.

También hay extremismos y populismos en el resto de Europa que ponen en duda los grandes consensos democráticos, pero no tienen la capacidad de destrucción que sí tienen los españoles porque otros países gozan de una unidad nacional mucho más fuerte que la nuestra

Como lo ha explicado brillantemente el catedrático de Derecho Constitucional Roberto L. Blanco Valdés, ahora de nuevo en su último libro (Luz tras las tinieblas. Vindicación de la España constitucional) nuestro hecho diferencial y el único rasgo que realmente diferencia al sistema federal español de los demás es la existencia de fuertes nacionalismos étnicos. Nuestro rasgo específico no está en la estructura institucional, o en las competencias, está en el rechazo de los nacionalismos a la lealtad a nuestras normas constitucionales. 

Hasta tal punto, que sufrimos durante décadas la violencia terrorista de ETA, nacida durante la dictadura franquista, pero sostenida ideológicamente en la democracia por la idea de que era legítimo usar la violencia para destruir el Estado de Derecho. Y sin violencia terrorista, la misma idea de cuestionamiento frontal de la Constitución ha sostenido y sostiene las acciones del independentismo catalán. 

A todo lo anterior se suma en los últimos años la posición de la extrema izquierda, la que reivindica el fin de lo que llama “el régimen de 1978”, la que quiere acabar con los consensos de la Transición. Y la que apoya a los nacionalismos étnicos en su cuestionamiento de la Constitución. Pero la influencia de esa extrema izquierda sería limitada, si no fuera por el peso de los nacionalismos. También hay extremismos y populismos en el resto de Europa que ponen en duda los grandes consensos democráticos, pero no tienen la capacidad de destrucción que sí tienen los españoles porque otros países gozan de una unidad nacional mucho más fuerte que la nuestra. 

Recientemente, también hemos conocido un estudio publicado en la revista The Lancet según el cual España será el país del mundo con mayor esperanza de vida en 2040. Un dato más sobre el desarrollo y bienestar de nuestro país, y que convive, lamentablemente, con el cuestionamiento nacionalista permanente y nuestra frágil autoestima.

Edurne Uriarte