sábado, mayo 4, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Don Juan Carlos, del 23-F al 2-J

    Se concitan muchas razones para valorar que en la trayectoria de Don Juan Carlos de Borbón se registran dos intervenciones públicas que cincelan su dimensión histórica de Rey y su envergadura de estadista. La que, contundente e imperativa, detuvo el intento golpista en la madrugada del 24 de febrero de 1981, horas después del asalto y secuestro del Congreso en la tarde del día anterior por fuerzas militares sublevadas, y la que, empática, lúcida y generosa, pronunció el pasado 2 de junio de 2014 a las 13 horas para explicar los motivos por los que abdicaba la Corona de España tras casi treinta y nueve años de reinado. 

    En ambas ocasiones el Rey abdicado ejerció facultades personalísimas. En 1981, las que le correspondían como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas (artículo 62.h de la Constitución); en 2014, la que le permite resignar su magistratura mediante abdicación (artículo 57. 5 de la Carta Magna). En ambas coyunturas Don Juan Carlos sintonizó con la sociedad española.

    En las brumas de los primeros tiempos del arranque constitucional, su intervención salvó la democracia y él, como Rey, se ganó la legitimidad de ejercicio que –sobre la dinástica y la constitucional que poseía- muchos le demandaban. En la primavera de este año convulso, Don Juan Carlos, paradójicamente, rescató la Corona de la fuerte crisis institucional que padece el Estado. Al explicar su abdicación desde la necesidad del relevo –reconociendo que había que dar paso a las nuevas generaciones- el Rey abdicado redimía sus errores de los últimos tiempos y reverdecía sus mejores atributos de monarca patriota y demócrata. 

    Las encuestas inmediatamente posteriores a la abdicación de Don Juan Carlos permitieron visualizar que había acertado y que su decisión –que causó nostalgia en las generaciones adultas en la transición y alivio en las que no tenían vinculación con aquel salto histórico- era comprendida por la mayoría de los ciudadanos españoles, después de unos años en los que el Jefe del Estado se percibió desavisado de las aspiraciones sociales, laxo en la exigencia de ejemplaridad que le requería su estatuto y aferrado a su magistratura. Una pieza oratoria sencilla y tan bien construida como la del 23-F volvió a hacer reconocible al que ha sido calificado como “el mejor rey de la historia de España”.

    El Rey abdicado exprimió su carisma y magnetismo, virtudes que –no inagotables como se ha demostrado- sustituyeron las pautas normativas y los comportamientos reglados que serán a los que se ciña Felipe VI

    No se puede ocultar la realidad de un reinado en el que han mediado luces y sombras. Pero al ser el yerro humano y el acierto el envés del fracaso, la realidad es que Don Juan Carlos era como pensábamos que era en sus mejores momentos: un hombre al servicio de un gran proyecto que fue y es la democracia constitucional española en un Estado de derecho, recipiente jurídico de una nación “unida y diversa” en feliz expresión del nuevo Rey, Felipe VI. Su padre, el pasado 2-J torció la desdichada inercia que parecía abocar a la Corona a una crisis casi terminal y la recuperó entregando el testigo al Príncipe de Asturias que corría la banda desde hacía ya años y, con intensidad extraordinaria, en los dos últimos, desde abril de 2012.

    Aunque España se encuentra en una situación tan difícil como la de los ochenta, es también una situación diferente. Felipe VI ha sido proclamado después de un larguísimo rodaje democrático y su misión no consiste en replicar las épicas de su padre sino en adaptar la Corona a la nueva etapa histórica. El instrumento del nuevo Rey no será el de Don Juan Carlos. El Rey abdicado exprimió su carisma y magnetismo, virtudes que –no inagotables como se ha demostrado- sustituyeron las pautas normativas y los comportamientos reglados que serán a los que se ciña Felipe VI. En esta versatilidad –abdicar para renovar y continuar- se encuentra una de las funcionalidades de la monarquía que Don Juan Carlos supo ver y comprender en el último minuto de una crisis institucional que amenazaba con el naufragio.

    Revista nº68

    100 FIRMAS