Cómo resumir dos décadas de la economía española para el número 100 de esta revista? En el evento de celebración organizado por el Colegio de Registradores recurrí a cinco momentos tan duros como elocuentes que he tenido el privilegio de vivir en primera persona.

El primero es una conversación en Países Bajos con el entonces ministro holandés de Finanzas, Gerrit Zalm, con fama de ‘hueso’ en el Ecofin. Le pregunté si España entraría, por una vez, en el grupo de vanguardia de un gran proyecto europeo: «Deséngañese, no están preparados, tendrán que esperar», contestó en aquella primavera de 1997. Eran tiempos en los que el primer ministro italiano, Romano Prodi, había propuesto a su homólogo español, José María Aznar, esperar juntos al segundo grupo, pero éste se había negado. Congeló los sueldos de los funcionarios, entre otras medidas, para intentar bajar el déficit y cumplir a tiempo los requisitos del Tratado de Maastricht, pero había resistencia como la de Zalm a compartir el preciado euro con países de saneamiento dudoso. Finalmente, en su recta final como canciller, Helmut Kohl, adoptó la decisión, con buen criterio, de respaldar un cierto aprobado general en 1998 para que el mayor número posible de países iniciaran la aventura del euro un año después.

Comenzó una etapa floreciente con cénit en 2007 en el que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, llegó a declarar un superávit sin precedentes de las cuentas públicas. Pero en enero de 1998 escuché que aquello era una espejismo. Fue en el Foro Económico Mundial en Davos cuando un prestigioso economista japonés, Takatoshi Ito, tenía claro que el terremoto de las hipotecas subprime tendría su réplica en las dos economías europeas con más burbuja inmobiliaria: «Reino Unido y España». Acertó. Comenzó una pendiente de paro y sufrimiento en la que Zapatero tuvo que congelar las pensiones para aplacar a sus socios y llegó a cambiar la Constitución tras un pacto con Mariano Rajoy para consagrar el saneamiento de las cuentas. Pudo así ganar tiempo y evitar el rescate, pero pronto se vería que a los inversores no les bastaba un mero cambio en Moncloa.

Años después, España aún no ha recuperado el PIB previo a la crisis y, en otra conversación en París, el ministro de Economía de Francia, Bruno Le Maire me dijo en el otoño de 2022 que la manera de que España y otros países converjan con los mejores son tres palabras «coordinación, coordinación y coordinación»

De nuevo en Davos en enero de 2012 y con Rajoy en el poder, ví al presidente de JP Morgan, Jamie Dimon, relatar que tenía una seria exposición a la deuda de España, Italia, Grecia, Portugal e Irlanda, pero prometía que la tenía controlada. España preocupaba. También en esa reunión anual, la entonces directora gerente del FMI, Christine Lagarde, sorprendía al ministro de Economía, Luis de Guindos, con una pregunta: «¿Qué vais a hacer con Bankia?». Era el germen del rescate bancario de España y la mayor tormenta para la prima de riesgo hasta que el presidente del BCE, Mario Draghi, cortó la sangría asegurando que haría «todo lo necesario» para evitar una ruptura del euro.

España fue superando la crisis tras una larga década y volvía a crear empleo, pero estalló la pandemia. En una entrevista con Lagarde me dijo que el BCE compraría «deuda española sin pestañear», pero que era necesario que la UE acompañara con el lanzamiento de fondos europeos sin precedentes para superar la recesión. Así fue.

Años después, España aún no ha recuperado el PIB previo a la crisis y, en otra conversación en París, el ministro de Economía de Francia, Bruno Le Maire me dijo en el otoño de 2022 que la manera de que España y otros países converjan con los mejores son tres palabras «coordinación, coordinación y coordinación». Sólo una política económica estable fiel al euro y que genere confianza y crecimiento puede ir sacando a España de los lamentables podios europeos en los que se encuentra: el del paro y el de la deuda. ¿Lo conseguirá? Para eso la experiencia dice que lo que mejor funciona no son los fondos del BCE o Bruselas, sino la provocación, un intento de portazo como el de Gerrit Zalm, advirtiendo de que es imposible, que España no lo conseguirá.

Carlos Segovia