Una nueva revolución está aquí. Lo llaman Inteligencia Artificial (IA) y los gobiernos de todo el mundo se plantean legislar al respecto para protegernos de ella. Por algo será. El debate entre beneficios y riesgos tiene aún muchos ángulos por explorar. No en vano, aún hay quien ni siquiera conoce la herramienta, sus implicaciones o cómo podrá cambiarnos la vida en el futuro. Y esto, a pesar de que un estudio reciente de Ipsos sostiene que a nivel mundial, la gente está tan entusiasmada como nerviosa: el 53% sostiene estar apasionado con esta disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos comparables a los que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico. Y otro tanto reconoce que le genera inquietud. Asia es el continente donde el entusiasmo es mayor, mientras que la anglosfera y Europa son más escépticas.
En 29 de los 32 países encuestados, son más quienes creen que los humanos tienen más posibilidades de discriminar a otras personas que la IA. E Irlanda es el único país donde se confían menos en las personas que en la nueva disciplina. Lo que parece una constante a nivel global es la creencia de que con la Inteligencia Artificial aumentará la desinformación que hoy de hecho campa ya a sus anchas por Internet. La opinión se divide también entre quienes creen que con la IA mejorará su trabajo y quienes creen que lo empeorará hasta el punto de que hay quienes temen ser reemplazados en su actividad profesional. Los datos extrapolados a España muestran que es el segundo país de Europa, con un 32%, tras Polonia (33%), que más amenazado se siente en cuanto a que la IA reemplace su trabajo. Por otro lado, la ciudadanía española es la que más claro tiene que la IA transformará la manera en la que hacen su trabajo con un 57%.
Los algoritmos automatizan tareas, generan contenidos y facilitan las labores de los periodistas, pero sin duda generan riesgos notables para la calidad y la credibilidad de la información. Ese es el verdadero desafío ético al que nos enfrentamos ante la automatización de las tareas periodísticas
Y aquí es dónde nos preguntamos cómo cambiará la IA la forma en que hoy elaboramos las noticias y las hacemos llegar a los ciudadanos porque si hay alguna certeza en todo este nuevo mundo por explorar es que los medios de comunicación no serán ajenos a esta revolución tecnológica y que su función social les obliga a acercarse a ella con la máxima prudencia, además de a dosificar el entusiasmo que entre los directivos de los medios de comunicación genera el hecho de que la Inteligencia Artificial pueda sustituir algunos de los trabajos que hoy realizan los profesionales del periodismo. Pasó con la aparición de Internet y vuelve a pasar. Primer obstáculo a salvar. De ahí que hoy sea más necesario que nunca subrayar que la IA difícilmente podrá ayudar en las tareas nucleares para producir un periodismo honesto y de calidad.
Los algoritmos automatizan tareas, generan contenidos y facilitan las labores de los periodistas, pero sin duda generan riesgos notables para la calidad y la credibilidad de la información. Ese es el verdadero desafío ético al que nos enfrentamos ante la automatización de las tareas periodísticas.
Y, como la desinformación es una grave amenaza para la confianza pública, el discurso democrático y la degradación de las instituciones, la batalla requiere soluciones urgentes. Cuesta creer que la mentira se pueda combatir con algoritmos y modelos de aprendizaje automáticos o que el olfato periodístico y la experiencia puedan ser sustituibles. No todo puede ser algoritmo porque el uso de modelos para generar contenido falso y creíble de forma automática y masiva entraña uno de sus principales riesgos. También el argumento más sólido para exigir una regulación urgente. Nos jugamos mucho.
Esther Palomera