“La Unión Europea es el mayor proyecto que los valores occidentales han sido capaces de alumbrar”


Profundo conocedor de Asia y al mismo tiempo firme defensor de los valores occidentales, Josep Piqué nos habla en esta entrevista de la pérdida de influencia de Occidente en el mundo y de la necesaria búsqueda de una relación estratégica entre la Unión Europea y el mundo iberoamericano.


 

Qué valoración hace de la experiencia de un economista, nacido en Vilanova i la Geltrú, formado en Barcelona, dónde tuvo sus primeras experiencias laborales y profesionales, de ser el jefe de la diplomacia española?

Creo que he tenido mucha suerte. Y soy muy consciente de que encabezar la diplomacia española, como ministro de Asuntos Exteriores, ha sido un privilegio, además de ser la etapa intelectualmente más apasionante de mi vida. Afortunadamente, he podido vivir muchas otras experiencias, tanto en el ámbito público como privado. Y de todas ellas, he aprendido, sobre todo cuando me he tenido que reconstruir -varias veces- profesionalmente. Me quedo con ese aprendizaje, sin el cual, la vida pierde sentido. La curiosidad intelectual, por aprender y comprender, y también transmitir, me parecen esenciales para una vida que razonablemente valga la pena vivir.

Usted es uno de los españoles que mejor conoce Asia y, sin embargo, es un gran valedor, casi diría un militante, de la defensa de los valores occidentales. Lo fue en su etapa de Gobierno y en su último libro se pregunta “¿un mundo post-occidental con valores occidentales?”. Háblenos de Occidente.

Hace ya muchos años, poco después de la caída del Muro de Berlín, que me di cuenta de que, paradójicamente, la indiscutible victoria de Occidente en la Guerra Fría, suponía el punto de partida de un proceso imparable de pérdida del papel relativo de Occidente en el mundo, y de la irrupción de Asia como una realidad imparable. De hecho, un tanto provocativamente, hace más de veinte años que defiendo que el centro de gravedad del planeta en el presente siglo se situará -y, en gran medida, ya lo está- en el Estrecho de Malaca, entre el Índico y el Pacífico, muy lejos ya del Atlántico y, por supuesto, del Mediterráneo.

Hoy, nadie discute ya tal evolución. La gran cuestión es si ese desplazamiento geográfico, político, económico y, también, cultural, y que tiene aspectos tan positivos como el crecimiento masivo de las clases medias en el mundo, o la disminución drástica, a nivel global, de los índices de pobreza, supone asimismo una pérdida de influencia de los valores occidentales, como la democracia representativa, la economía de mercado basada en la iniciativa privada, la concepción abierta de nuestras sociedades, con la libertad y la igualdad individuales como requisitos fundamentales, o el orden liberal internacional, basado en el multilateralismo, el libre comercio, la cooperación, la renuncia al uso agresivo de la fuerza, el respeto al derecho internacional o a los derechos humanos. Unos valores que no son compartidos, en líneas generales, por los nuevos -pero viejos en términos históricos- como China, Rusia, Irán, Turquía, o la gran mayoría del mundo árabe musulmán, pero que, muy peligrosamente, están siendo cuestionados desde dentro de las propias sociedades occidentales. No sólo tenemos enemigos y adversarios desde fuera. Los tenemos dentro -populismos y nacionalismos- y hay que combatirlos. Y seguir defendiendo nuestros valores, que descansan en el humanismo cristiano y en la Ilustración, desde lo que supone el mayor proyecto político que dichos valores han sido capaces de alumbrar: la Unión Europea. Máxime cuando Estados Unidos ha renunciado a su liderazgo global en defensa de los mismos y que ese repliegue anglosajón incluye decisiones tan retrógradas como el brexit.

“Sin seguridad jurídica, sólo hay arbitrariedad y, por lo tanto, incertidumbre y ausencia de garantías. Es decir, ausencia total de confianza. Y no hay peor freno al desarrollo de relaciones internacionales, en el ámbito público y en el mundo empresarial, que la desconfianza”

Para no salir de Occidente, hablemos de la Comunidad Iberoamericana. Además de su experiencia, ahora preside la Fundación Iberoamericana Empresarial. ¿Cómo ve la región a la que estamos tan vinculados?

Como esencial más que nunca. Europa y América Latina son las dos únicas regiones del mundo -con significativas y dramáticas excepciones- que compartimos hoy los valores occidentales que hemos descrito, sobre todo en esta tapa de repliegue del mundo anglosajón. Es cierto que tenemos otros aliados, como Canadá, dentro de Occidente, o fuera de él, como Australia, o Nueva Zelanda. Pero incluyo a países orientales como Japón o Corea del Sur, pero “occidentales” en sus principios. Pero la búsqueda y profundización de una relación estratégica entre la Unión Europea y el mundo iberoamericano es más necesario, insisto, que nunca. 

¿Nos puede decir algo de las relaciones de la Unión Europea con América Latina y el papel de España?

Es fundamental que, desde la Unión Europea, apoyemos al máximo los procesos de integración (tanto el Mercosur, como el SICA, y, sobre todo, la Alianza del Pacífico que, a pesar de su nombre, es profundamente “atlántica” en sus concepciones) y que avancemos en acuerdos comerciales y estratégicos, que vayan más allá de lo puramente comercial y que incluyan mecanismos estables de diálogo político y de concertación en el escenario internacional.

Obviamente, el papel de España -y de Portugal- es fundamental en ese propósito, por razones evidentes de proximidad cultural, lingüística y emocional. Nuestra responsabilidad está en liderar, dentro de la Unión, ese planteamiento estratégico.

Ya que estamos en la casa de los registradores, con un economista que ha sido político y ahora se dedica intensamente al mundo empresarial, ¿podemos dedicar unos minutos a hablar de la seguridad jurídica en las relaciones internacionales y en la economía?

Sin seguridad jurídica, sólo hay arbitrariedad y, por lo tanto, incertidumbre y ausencia de garantías. Es decir, ausencia total de confianza. Y no hay peor freno al desarrollo de relaciones internacionales, en el ámbito público y en el mundo empresarial, que la desconfianza. La ley de la selva no es la mejor manera de propiciar acuerdos mutuamente beneficiosos para las partes. Y la aportación de vuestra profesión es absolutamente crucial. Sin registrar adecuadamente, y de forma pública, los actos jurídicos, no es posible establecer un clima de confianza en el cumplimiento de los compromisos. En este contexto, los esfuerzos en el ámbito de la Comunidad Iberoamericana para poner en común experiencias y coordinar esfuerzos es especialmente de agradecer y os animaría a seguir en esta dirección.

Hace tiempo, en 2002, escribió un libro “Rumbo a Europa” referido a la ampliación al Este. Hoy estamos con el brexit y algunos países del Este de Europa muestran síntomas de malestar. ¿Podemos hablar un poco de la Unión Europea y su futuro?

La Unión Europea es un proyecto político. Un proyecto que nació del miedo al pasado y que ahora sufre el miedo al futuro. Y estamos viendo cómo lo que nos parecía irreversible no tiene por qué serlo, en términos históricos (y eso incluye la democracia representativa o la sociedad abierta), hay que luchar por ello. Para defender nuestros valores y para ser relevantes en el nuevo escenario geopolítico de este siglo. Separados somos indefectiblemente demasiado pequeños y, ahora, que vemos un resurgimiento de las identidades como factor político determinante, la identidad europea debe seguir construyéndose desde la defensa de la libertad y la igualdad de las personas, y, por consiguiente, de los valores asociados a la misma y que hemos descrito como occidentales. Europa es un proyecto de integración basado en la igualdad y la solidaridad y, por primera vez, no en el uso de la fuerza. Y esa es, precisamente nuestra mayor fuerza. Desde fuera, seguimos siendo el mayor y mejor referente de prosperidad, libertad y justicia social. No lo despilfarremos. Combatir los populismos y los nacionalismos se ha convertido en algo imprescindible si queremos salir de la encrucijada que se deriva de nuestra crisis de identidad. Hay que revitalizar el proyecto y hay que definirlo desde liderazgos claros. La ausencia de éstos es ahora nuestro mayor desafío político.

“Es fundamental que, desde la Unión Europea, apoyemos al máximo la Alianza del Pacífico que, a pesar de su nombre, es profundamente «atlántica»”

Por último, ¿para cuando un libro de memorias de su etapa en el Gobierno?

Respetando a todos los que se sienten motivados a hacerlo, no me lo planteo. En mi opinión, mis experiencias personales sólo pueden tener algún interés si trascienden a la persona y se proyectan, desde la experiencia y el aprendizaje, a ideas y reflexiones que puedan ser útiles como instrumentos de análisis de la realidad. Así lo he intentado modestamente -y pienso seguir haciéndolo- en el campo intelectual que más me apasiona que es el de la geopolítica. Sin renunciar, porque creo que es mi deber cívico, a seguir opinando, desde la llamada sociedad civil, sobre nuestros principales retos tanto económicos como políticos. Creo mucho en la capacidad de “hacer política” con mayúsculas, desde la sociedad. Es algo demasiado serio para que lo monopolicen sólo los políticos. Y lo digo con cierto conocimiento de causa porque lo he sido durante una larga etapa de mi vida.