En la muerte de Enrique Múgica

Hace pocos días nos sorprendió la noticia de la muerte de Enrique Múgica, una más entre las miles de tragedias que asolan nuestra nación en estos momentos. La estadística de fallecimientos diarios, que parece solo afecta a la famosa curva a doblegar, nos sobresalta cuando leemos que dentro de esa trágica cifra figura alguien a quien conocimos y apreciamos de corazón.

Como miembro de la Junta de Gobierno del Colegio, conocí a Enrique Múgica en julio del año 1988 al ser designado ministro de Justicia, sucediendo en el cargo a Fernando Ledesma. Eran momentos convulsos profesionalmente, pues desde abril de ese año se estaba tramitando en el Parlamento el Proyecto de Ley de Tasas que afectaba de forma sustancial a nuestra profesión. No voy a referirme en estas breves líneas a su historial político, de sobra conocido. Simplemente recordaré como participó decisivamente en la reconversión del PSOE y ocupó el cargo de ministro de Justicia desde julio de 1988 hasta julio de 1991. Posteriormente fue designado Defensor del Pueblo (2000-2010) siendo presidente del gobierno José María Aznar, lo que es una prueba más de su talante abierto y ajeno a cualquier dogmatismo. De su legado como ministro de Justicia destacaría un tema de extraordinaria importancia para el desarrollo económico de España como fue la reforma mercantil y del mercado de valores. Tuvo el acierto de designar director general de Registros al entonces joven y brillante catedrático de la Universidad de Cantabria Cándido Paz Ares. Nos pidió a los registradores nuestra leal e incondicional colaboración para esta trascendental reforma y la tuvo. Sin ella sería impensable que España tuviese hoy en día empresas de nivel mundial, como Telefónica, lnditex, BBVA, Banco Santander, ACS y muchas más.

Pero quiero recordar a Enrique Múgica sobre todo como persona. Los años en los que desde la Junta de Gobierno del Colegio tuvimos trato casi diario con él, siempre nos atendió y escuchó con enorme cordialidad, y nunca dejó de analizar las ideas que le ofrecíamos. Supo entender como nuestro entonces decano Carlos Hernández Crespo, con quien desarrolló una enorme cercanía y amistad, era un colaborador sincero y dispuesto a prestar su ayuda en todo aquello que fuese bueno para España. Era un político de raza. Siempre defendió sus ideales especialmente en años muy difíciles, pero sin dogmatismo alguno y buscando solo lo mejor para España a la que profesaba un profundo amor. Tenía la humildad suficiente para abrirse a cualquier opinión o consejo, no despreciando a nadie. Lo demostró participando decisivamente en la transición a la democracia. En el año 2007 se le concedió el Premio Gumersindo de Azcárate como reconocimiento a su permanente búsqueda de la concordia.

Viví múltiples situaciones en las que demostró el enorme corazón e infinita bondad que le caracterizaban. Sirva una de ellas de ejemplo: las juntas de Gobierno de las que formé parte, presididas por Carlos Hernández Crespo y Pepe Poveda, tenían la costumbre de invitar a una comida a los ministros de Justicia una vez transcurrido un tiempo prudencial desde su cese en el cargo. Así lo hicimos con Fernando Múgica. Terminada la comida Pepe Poveda pronunció unas breves palabras agradeciéndole su actitud dialogante y siempre abierta a escucharnos. El lo agradeció y recuerdo como manifestó su especial alegría por esa reunión porque, en expresión suya, en política cuando dejas un cargo a los pocos días nadie se acuerda de ti. Terminados estos breves discursos, nuestro entonces decano le hizo entrega de una placa como recuerdo de tantos años de colaboración sincera. Recogió la placa, empezó a pronunciar unas palabras de agradecimiento, pero a los pocos segundos no pudo continuar, se le saltaron las lágrimas, le dio un abrazo al decano y emocionado y pidiendo disculpas abandonó el restaurante acompañado por nuestro entonces vicedecano Abelardo Gil, amigo personal suyo. Así era el corazón de este gran hombre. 

Hace pocos años nos encontramos en la plaza de Las Ventas. Era un gran aficionado taurino y sabía de mi pertenencia a una conocida dinastía taurina. Mantuvimos más de una amigable discusión sobre toros y toreros. Allí pude despedirme de él con un fuerte abrazo en el que emocionados nos fundimos los dos. Fue la última vez que vi a un buen amigo. Hace unos días ha muerto. Descanse en paz ese gran hombre. Descanse en paz ese ejemplo de político integrador y dialogante. Fue un honor y una inmensa alegría haberle conocido, aprender de su grandeza y generosidad y haber disfrutado de su amistad. Gracias por todo Enrique. 

por Manuel Casero Mejías