martes, mayo 14, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Diez años arrastrando los pies

    Una vecina mía, coetánea de mis abuelas, sucumbió a la tentación de quitarse una década de sus partidas de nacimiento, que habían fenecido años antes en un incendio. El resultado fue, que al cumplir los setenta años sus compañeros de toda la vida se jubilaron y ella tuvo que arrastrar sus pies, literalmente, durante otros diez años. Hasta que en su carné de identidad constó que había cumplido la fecha para poder jubilarse, algo que sus hermanos menores habían podido hacer años antes. Este sinsentido, gracias a Dios, ya no es posible. Y no lo es, merced a los cambios experimentados por la sociedad, las Administraciones y la tecnología. 

    Hace ya unos años, allá por los últimos ochenta y principios de los noventa del pasado siglo, que los ‘gurús’ tecnológicos hablaban de la tecnología en términos laudatorios. Se centraban sus charlas para quienes se iban a enfrentar a los ordenadores en la ayuda que supondría su uso, en que se sacaría adelante el trabajo en un mínimo de tiempo y se podía disfrutar del ocio el resto del día. Este era un edén y la mayoría de nosotros unos ilusos. Por cierto, que estos ‘gurús’ le sacaban una considerable cantidad de dinero a las empresas, cuando se planteaban tirar sus vetustas máquinas de escribir.

    Decía Ortega y Gasset, que el progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino, al revés, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud. Sin embargo, la revolución de las máquinas no ha dejado de medrar hasta llegar a dividirnos entre nativos digitales y los que no lo somos. 

    Las primeras aplicaciones industriales en Europa, aplicaciones de robots industriales en cadenas de fabricación de automóviles, datan de los años 1970 y 1971. Pero lo más grande, aún estaba por llegar. Ya el Real Decreto 3902/1972, fue un aviso. Esta norma, vino a incluir entre las causas de despido de los trabajadores fijos las tecnológicas, que aún se vieron acrecentadas con el Real Decreto-Ley 17/1977 sobre relaciones de trabajo, que hacía carne de despido objetivo del trabajador. La revolución tecnológica se ha disparado desde entonces. 

    Mientras la revolución industrial tardó algo menos de cien años en hacerse totalmente efectiva, la tecnológica se reinventa periódicamente, con ciclos cada vez más cortos según aparecen nuevas tecnologías, materiales, aparatos y funciones. Desde los inicios del teléfono celular hasta los actuales ‘smartphones’ con tecnología 5G no han pasado más allá de cuarenta años. Y hemos visto desaparecer el telégrafo, el fax, el ‘cassette’, el video y otras muchas tecnologías, hasta llegar a los albores de la inteligencia artificial.

    Y a todo esto, las empresas han tenido que informatizarse, incluir redes para el desarrollo de su trabajo interconectado a escala mundial con todos los rincones del mundo. La tecnología ha traído la globalización en todos sus aspectos positivos y negativos en todas las áreas de la vida social e, incluso, individual.

    El problema es que hoy en día, muchas empresas son capaces de saber dónde se encuentra cada ciudadano y que está haciendo, qué piensa y cuáles van a ser sus próximos pasos. La falta de legislación global permite muchos negocios con los datos de los usuarios de la tecnología y ya se oye hablar de ciberterrorismo, ciberdefensa, ciberguerra, ciberacoso y ciberdelincuencia.

    Es posible atacar el sistema informático de una empresa y secuestrarlo a cambio de dinero, influir en una campaña electoral cambiando las redes públicas por el ‘pucherazo’ de toda la vida. Y, además, estamos en guerra sin saberlo. Una guerra silenciosa en la que algunos ejércitos del mundo ‘hackean’ instalaciones críticas y de defensa, sin que la mayoría lo sospechemos.

    Así, las empresas que pagaban a aquellos ‘gurús’ del futuro idílico, ahora gastan una parte cada vez mayor de sus ingresos en ciberseguridad para evitar a las tramas internacionales y se ven obligadas, cada vez más, a colaborar ‘desinteresadamente’ con las Administraciones. Ya llevan lo suyo. 

    A mí, mientras tanto, me da miedo que un ‘hacker ‘pueda suplantar mi personalidad, como he visto ya en las películas y como anuncian ahora los ‘gurús’ de la ciberseguridad, pero aún me da más miedo que alguien quite diez años de los datos digitalizados de mi partida de nacimiento y me vea obligado a arrastrar los pies durante diez años, sin poder jubilarme, como mi vecina, la de la edad de mis abuelas. He vuelto a mis orígenes.

    Revista nº79

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