En qué momento dejamos de mirar el horror

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Las bombas cayendo a pocos kilómetros de Kiev, los edificios fantasma, las ciudades devastadas, los refugios improvisados, las madres que huyen del espanto con sus hijos… Se cumplen más de tres meses desde que nos despertamos una mañana estupefactos por la invasión de Ucrania. Y pareciera como si todo fuera un recuerdo lejano, aunque sigue ahí.

Ellos, los ucranianos, aún lloran. Y nosotros ya no hablamos de los desplazados, ni de cómo sobreviven los que se quedaron, ni de cuántos muertos se hacinan aún en las morgues. Sólo de las consecuencias económicas. Del petróleo, del gas, de la inflación, de qué hacer para contener los precios. De intereses económicos y geopolíticos. 

En qué momento dejamos de mirar el horror frente al televisor, de hacer conexiones en directo, de escuchar los desgarradores testimonios, de sentir escalofríos con las imágenes, de llorar de impotencia y de poner en valor la solidaridad de Europa. 

Hay una parte de la guerra que ha desaparecido de los telediarios, de los periódicos y seguro que tampoco aparecerá en los libros de historia. Es esa parte íntima e infranqueable de quienes realmente la viven a diario el espanto y lo vivirán durante años.

Cientos de miles de personas buscan aún a sus familiares desaparecidos. Unos permanecen detenidos como prisioneros, otros han sido enterrados en fosas comunes o incinerados y muchos no tienen información sobre la suerte que han corrido sus allegados. 

Hay una parte de la guerra que ha desaparecido de los telediarios, de los periódicos y seguro que tampoco aparecerá en los libros de historia. Es esa parte íntima e infranqueable de quienes realmente la viven a diario el espanto y lo vivirán durante años

Además de la destrucción y la devastación, hay más de 14 millones de personas desplazadas, ya sea como refugiados en otros países o como desplazados internos dentro del territorio ucraniano, de los que ya nadie habla ni se ocupa, salvo las organizaciones humanitarias. 

El conflicto ha provocado que, por primera vez en la historia, el número de desplazamientos forzados haya superado los 100 millones de personas en todo el mundo, según datos de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. 

Y todo mientras el Kremlin sigue sin poder proclamar su deseada victoria y tampoco hay un plan claro de retirada porque las negociaciones con Kiev están congeladas. Putin no puede presentar a la opinión pública más trofeo que el control sobre Mariúpol y Jersón. Ha pecado de exceso de confianza en sus capacidades militares y ha cometido graves errores de cálculo porque no contaba ni con la capacidad de combate de los militares ucranianos, ni con la resistencia de la población civil, ni con un frente común en Occidente.

El Instituto Sociológico Internacional de Kiev asegura que un 82% de los ucranianos no desea entregar territorios a cambio de paz. Seguirán luchando hasta que echen a los rusos, lo que significa que la situación es incluso mucho más grave que lo que los medios logramos transmitir. Centenares de desesperados siguen huyendo, viajan sucios y desnutridos a los pequeños pueblos de las llanuras de la zona, guiados por una población local que les atiende y les ayuda, como puede, a escapar. 

Pero nosotros ya solo hablamos de salidas negociadas, de estancamiento, de cumbres europeas…Y de un final sin horizonte claro, pero no del drama humanitario, que ha pasado a un segundo plano.

 

 Esther Palomera