La palabra, la voz, la comunicación en Igualdad

Penélope, a la espera de Ulises, pide al bardo que deje su canto sobre la difícil vuelta a casa de los héroes griegos y que cante algo más alegre. Telémaco, su hijo, la reprende y le dice que se ocupe de sus cosas, de su telar, y añade: “La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio”.

Mary Beard considera que esta escena de la Odisea es el primer caso documentado en el que el hombre se arroga el derecho exclusivo de la palabra, que es tanto como decir del poder. Hemos avanzado desde entonces, desde luego, pero es evidente que debemos seguir dando pasos para materializar la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. 

Agradezco, por tanto, la oportunidad que me brinda la revista Registradores con motivo de la publicación de un número que coincide con el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres. La participación y el liderazgo de las mujeres en la política y la vida pública en pie de igualdad, además de un principio democrático esencial, constituye uno de los pilares en los que se sustentan las garantías fundamentales de los derechos humanos. 

Como subraya Dawn Langan Teele, titular del programa sobre género, sexualidad y estudios de mujeres de la Universidad de Pensilvania, fue a partir de 1910 cuando el sufragio en iguales condiciones comenzó a extenderse. Dos décadas después, más de 30 países adoptaron el sufragio universal. En España, la Constitución de 1978 supuso la restauración del derecho a la igualdad, desarrollado posteriormente a través de las reformas de los Códigos Civil y Penal, y consolidado a partir de 2004 con un aparato normativo que incluye normas tan relevantes como la ley contra la violencia de género y la de Igualdad. El artículo 14 de nuestra Carta Magna señala que “todos los españoles son iguales ante la ley”, sin que pueda prevalecer discriminación por sexo y por ninguna otra razón, mientras que el artículo 23 ampara el sufragio universal. 

La historia nos demuestra que los derechos de las mujeres no son ningún regalo, sino que llegan como consecuencia de conquistas sociales y de decisiones políticas. De la misma manera que la organización del movimiento sufragista fue clave para la consecución del voto femenino, las formaciones progresistas continúan empeñadas en el presente en impulsar el acceso de las mujeres a la toma de decisiones públicas, a la política. 

En 2021, el mapa de ONU Mujeres registra solo 22 mujeres Jefas de Estado o de Gobierno. Es un número a todas luces insuficiente. Esto significa que la divisa de la igualdad no termina de ser asumida en determinados sectores. Nadia Calviño anunció recientemente con gran valentía que no irá a debates donde sea la única mujer. La vicepresidenta primera del Gobierno acierta de lleno al lanzar esta advertencia y también cuando exhorta a las empresas que aspiran representar a España a integrar en sus ejes la agenda feminista. 

No se puede excluir a la mitad de la sociedad de los puestos de responsabilidad y del espacio público, de la misma forma que hay que mantener como prioridades la eliminación de todo tipo de brechas y el combate contra la lacra de la violencia machista. Para ello se hace imprescindible seguir potenciando la educación como elemento primordial para reducir las desigualdades, asumir la igualdad como un principio rector de la vida pública en su conjunto y, por supuesto, continuar impulsando el creciente papel de las mujeres en política. 

La historia nos demuestra que los derechos de las mujeres no son ningún regalo, sino que llegan como consecuencia de conquistas sociales y de decisiones políticas

Me honro en ser titular de la cartera de Política Territorial, pero también de la Portavocía de un Gobierno en el que las ministras representan casi el 64% del total. Es el ejecutivo con una mayor presencia de mujeres del mundo. Y esto ha convertido a nuestro país en un ejemplo global en materia de igualdad. 

Somos un referente por nuestra legislación pionera en la defensa de los derechos de las mujeres y en la lucha contra la igualdad género. Por nuestro respaldo nítido a ONU Mujeres, la organización de las Naciones Unidas que desarrolla programas, políticas y normas con el fin de defender los derechos humanos de las mujeres y garantizar que todas las mujeres y las niñas alcancen su pleno potencial. Por una acción de Gobierno claramente feminista. No en vano, el Plan de Recuperación, elaborado por el Gobierno para implementar los fondos europeos después de la pandemia es de los pocos de la UE que tiene como eje fundamental la igualdad de género.

Como portavoz tengo el honor de continuar la labor que en el pasado desarrollaron mujeres capaces como Rosa Conde, María Teresa Fernández de la Vega, Soraya Sáenz de Santamaría, Isabel Celaá y María Jesús Montero. Ellas abrieron una senda que ahora me toca a mí continuar, pero es justo reconocer su categoría política y su capacidad a la hora de enfrentarse a la compleja tarea de gestionar la comunicación de un Gobierno, con independencia del color político del mismo. 

Hablar, comunicar, trasladar a todos los hogares la acción de gobierno es una labor fundamental. Primero, para dar cumplimiento al derecho a la información que asiste a la ciudadanía. Y, segundo, para afrontar la tarea gubernamental desde la transparencia, una máxima inexcusable en democracias como la española. 

La Portavocía, como todos los puestos de responsabilidad, es clave para promover la igualdad de género en la sociedad. Especialmente, porque opera en el terreno de la comunicación, indispensable para erradicar prejuicios, modificar percepciones sociales anacrónicas y esgrimir argumentos para forjar un feminismo capaz de revertir las desigualdades de género sin ahondar en patrones de reacción que el populismo aprovecha para levantar muros. Con el feminismo gana toda la sociedad.

De ahí también la importancia vertebral del uso del lenguaje, en la medida que contribuye a un reconocimiento expreso de la igualdad entre mujeres y hombres. Lo que no se nombra no existe. Lo que no se mide, difícilmente se puede mejorar. Es mi humilde contribución a un gran movimiento, por las mujeres que nos precedieron y por las que vendrán. 

Ser progresista hoy en día significa ser feminista. Y ser feminista es defender la igualdad, un principio irrenunciable para cualquier demócrata que se precie de serlo.

 

Isabel Rodríguez García